A las afueras del mundo de Jesús Gil Vilda
Por Juan Manuel Villalba
Jesús Gil Vilda (Zaragoza, 1971) estudió Ciencias Químicas y trabaja para la industria de tecnología de procesos químicos. Su primera novela, Crisis de gran mal (El Aleph Editores, 2011), obtuvo una notable acogida en medios y crítica. Fue seleccionada como finalista en el Festival du premier roman de Chambéry.
Como guionista para el cine ha recibido el premio al mejor guión en el Festival des Films du Monde de Montreal (2008) y el Gaudí de la Acadèmia del Cinema Català (2009) por la película Bienvenido a Farewell-Gutmann. Con su segundo trabajo como guionista, A puerta fría, obtuvo el premio al mejor guión en el festival Cinespaña de Toulouse (2012) y el premio de la crítica en el Festival de Málaga (2012).
Ha escrito artículos para la revista cultural Núvol y para el Heraldo de Aragón. A las afueras del mundo (Ediciones Destino, mayo de 2015) es su segunda novela.
A LAS AFUERAS DEL MUNDO
La fortuna ha hecho que llegue a mis manos la novela “A las afueras del Mundo” de una forma casual y casi urgente. No fui a buscarla, nada sabía de ella; fue ella la que se posó en mis manos con sus 301 páginas, su título, tan flamante como inquietante, y la marca de su editorial discretamente alojada en la esquina inferior izquierda, Destino, avisándome de que nada ocurre porque sí. En nada se parece una novela que has buscado, a la misma novela cuando es ésta la que te ha buscado a ti.
Pero ¿qué hay a las afueras del mundo”? ¿Por qué llamarla “A las afueras del mundo”? Mi lectura final –lectura de lector pasmado- me anuncia por un megáfono tan íntimo como ineludible que acabo de asistir a la narración no sólo de una inteligentísima trama que te atrapa y te sacude desde las primeras líneas, sino además, a una declaración, o mejor y más exacto, a una indagación exhaustiva de un concepto tan fundamental como delicado: La Identidad; con toda la potencia y los significantes personales y colectivos que el concepto arrastra. Imagínense, la novela comienza como a tantos nos complace que comience una buena y eficaz narración: en un punto crítico, un episodio activo que en unas pocas líneas ya te ha llevado a mantener una tensión y una atención que te secuestra. El protagonista asiste al contundente, discreto y eficaz suicidio de un desconocido mientras una barcaza los transporta de una orilla a otra de un río británico. Jesús, el protagonista, técnico de mantenimiento de instalaciones nucleares, instantes antes de presenciar este portentoso e impactante acto, ya estaba confundido. Antes de la tragedia suicida que detona esta novela, la vida del protagonista que asiste al suicidio ya estaba acabada, carecía de sentido, estaba llena de vacíos, de frustraciones y fracasos que también tenían puesto al protagonista al borde de la autoeliminación. Dos suicidas, uno consumado, y otro, decidido aunque aún vivo, activan esta novela en las primeras líneas, dando de lleno en los miedos, temores y monstruos dormidos que esperan agazapados en la mente del lector. Una galería de “miedos durmientes” que se echan encima del lector en unos pocos párrafos y sin contemplaciones.
Es necesario añadir ahora que toda la narración está amartillada por una distopía demasiado verosímil, contundentemente eficaz por la certeza profética que anuncia. La atmósfera espaciotemporal bajo la que transcurre la acción nos sitúa en un futuro inminente situado en la más que predecible quiebra del sistema y todos sus subsistemas económicos, intelectuales y morales. Aterra este ambiente porque nos lleva a la sensación incómoda del “esto está sucediendo ya, ahora, en este momento, y nadie está preparado para ello”.
Abundo en el concepto de “Identidad” porque, una vez consumado el suicidio, Jesús, el protagonista, toma la decisión irreflexiva y automática de adoptar y hurtar la vida del recién desaparecido. Se despoja de sí mismo y secuestra la vida del que acaba de perder la vida (cualquier vida es mejor que su vida), haciéndose con la documentación y la desconocida aún “identidad” del desaparecido. La primera acción que emprende es consultar y seguir el navegador del coche del suicida. La potencia metafórica de este acto es suficiente como para desplegar todas las cuestiones esenciales y posibles contenidas en lo que entendemos por existencia. Por supuesto, los acontecimientos posteriores carecen para el protagonista de la seguridad que aporta la causalidad, quedando a expensas de un destino ajeno, cargado de otras partículas vitales completamente desconocidas e impredecibles. Mientras descubre quién es ahora, va disipando el misterio de quién fue antes, paradójica tortura.
Aparece de inmediato en el próximo cruce de caminos de su nuevo avatar la mujer más misteriosa del mundo. Un misterio sexuado (con lo que ello comporta) es más que suficiente como para desinstalar cualquier conciencia, tanto más si es una conciencia de la que te has desprendido sin todavía aprehender la que ha de sustituirla. La conoce en “la tierra de nadie” de la conciencia.
Ella no está con Jesús, no actúa con Jesús, no conoce a Jesús, sino que pertenece al destino de Krzysztof Sobolewski, o sea, el suicida, el suplantado, y todo ello bajo la irrefrenable pulsión de confesarle a ella una verdad que es realmente increíble. A los ojos de ella y a los ojos del mundo sólo es un bandido que le ha quitado a alguien mucho más que su vida. Además de un homicida, soporta la agravante de ser un ladrón de Destino. Pero cualquier alteración de un destino altera también los destinos circundantes, incluido el de ella, que sin saberlo esperaba conectarse con el otro, el suicida Krzysztof, al que, además, de remate, tampoco conocía personalmente.
En este punto la novela deriva hacia lo que para mí es una segunda parte muy bien diferenciada, que fluye en la narración sin cesura alguna pero que nos introduce en otro orden: la distopía verosímil en la que se desarrolla la novela se abre a su contrario, la utopía. Por la inevitable sucesión de acontecimientos, entran los personajes en una zona de la ciudad que por abandonada y marginal ha permitido a sus ocupantes reconstruir desde la indefensión una sociedad física y moral basada en los conceptos utópico-filosóficos más atractivos, dentro, eso sí, del realismo y la miseria que supone construir o empezar desde cero, o incluso desde bajo cero. El cambio de escenario urbano también conlleva un cambio, digamos, Rousseauniano de la percepción del ambiente y la nueva realidad. Es un cambio moral radical. En esta zona, la comunidad de Camberwell Old Cemetery, olvidada de la mano de dios y de los hombres, es a mi parecer donde verdaderamente comienza la novela en sí, el corazón palpitante de los mensajes que el autor ha querido enviarnos. El laboratorio social que supone el ingreso de Jesús en esta comunidad da pie a una de las mejores tramas que han caído en mis manos últimamente. No debo abundar demasiado en los detalles que conforman la sucesión de episodios que acontecen a continuación porque el lector merece zambullirse sin contaminación ni instrucciones en el torrente imparable que lo llevará hasta la culminación de la novela. Quizá el autor deba dosificar aquí la información que estime necesaria.
Es fundamental destacar, además de la pericia y la eficacia del lenguaje empleado, la portentosa capacidad reflexiva que va destilándose dentro de los diálogos y aterrizando inteligentemente entre las pausas que la acción va permitiendo. Hay pensamiento crítico original y acción trepidante y bien urdida conviviendo en una simbiosis artística perfecta. Como toda buena novela, esta novela es muchas novelas, tantas como lectores capture. Mi intención de redirigirla hasta el foco de la cuestión de “La Identidad” con todo lo que eso conlleva, es sólo una guía personal de interés que se suma a las múltiples conclusiones a la que nos lleva “A las afueras del mundo”. La novela me induce a introducir en mi cajita de pensamientos íntimos la siguiente cuestión: ¿Empezamos a saber quiénes somos cuando nos vemos obligados a dejar de ser lo que creemos que somos? Y añado, humildemente, un verso propio: “Perderse es encontrar otro camino”.