Novela

KV 626

 

Por Antonio Jorge Meroño.

31ZJwLjswkL._SX336_BO1,204,203,200_La música es un don de los dioses y el dios de la música es Mozart. Hay grandes músicos, entre los que me gustan Bach, Brahms, Schubert; Mahler, Britten, Shostakovich, pero Wolfgang Amadé (así firmaba él, Amadé, a la francesa) es único, es la música misma.

Sus últimas sinfonías, sus óperas, la música de cámara, sus conciertos para piano, la sinfonía concertante, forman un corpus que a cualquier aficionado con sensibilidad lo ha de transportar necesariamente al nirvana, al Walhalla.

Siempre tuvo una difícil relación con su padre, que de niño los llevó a él y a Nannerl por todas las cortes europeas exhibiéndolos como monos de feria: esos largos viajes, junto con el exceso de trabajo, influirían después en su mala salud.

En 1778 hizo el fatídico viaje a París, donde falleció su madre. A su memoria compuso la sinfonía en mi bemol mayor, su tonalidad favorita, cuyo segundo movimiento hace que tiemble la tierra toda.

El año 1791, el último que pasó entre los vivos, fue muy prolífico, pese a su ya terminal estado de salud. Quiere la leyenda que recibiera la visita de un extraño que le encargó una misa de réquiem. Wolfgang, temoroso de la muerte, supersticioso, lo interpretó como una señal del más allá: sabía que iba a componer su propia misa de difuntos.

Resultó ese misterioso caballero, que la empalagosa película de Forman nos presenta como un emisario enmascarado (hay un film húngaro, más o menos de la misma época, de cuando aún no había caído el telón de acero, que se acerca con mucha más exactitud y calidad a la figura del genio de Salzburgo)  ser el criado del conde Walssegg, que quería la misa para los funerales de su fallecida esposa.

Wolfgang Amadé está muy enfermo. La mayoría de sus biográfos cree que el famoso réquiem fue terminado por Süssmayer, su discípulo. Mozart lo compone, como decimos, enfermo, quizá dicte a su discípulo, las fuerzas lo abandonan. La sombra de la inexorable dama se cierne sobre él. Su vida ha sido muy azarosa: su matrimonio con Constanze, pese a que quizá a quien quiso de verdad fue a su cuñada Aloysia, las muertes de varios hijos al poco de nacer, sus problemas financieros.

No sabemos con exactitud de qué murió, aunque todo apunta a un envenenamiento de la sangre por un problema renal.

De todas las versiones que se pueden escuchar del K 626, me quedo con la de Karajan, uno de los directores que mejor supo entenderlo: era también de Salzburgo y un genio, aunque su comportamiento durante los ominosos años del Tercer Reich fue vergonzoso. Qué lejos estuvo nuestro genio de defender tonterías, totalitarismos, mal de ninguna clase para sus semejantes. Abrazó la masonería, creía en la fraternidad universal y como sabemos tuvo muchos roces con los poderosos, hasta el punto de que el arzobispo Colloredo lo llegó a echar de sus aposentos de una patada en el culo.

Mozart dicta el lachrimosa, no tiene fuerzas para ponerse en pie. Süssmayer toma notas. En su lecho recuerda a Lorenzo da Ponte, ese libertino con el que construyó el templo de la ópera, una trilogía bufa de comedias licenciosas muy avanzadas para la época. Amadé amó a muchas mujeres, aunque se puede decir que fue feliz con su Constanze. Mientras su madre agonizaba en París, componía la sonata para piano K 331, quizá la más bella que se ha escrito nunca, y pese a las circunstancias, tiene un primer movimiento optimista, diáfano. Tras el fatal desenlace envía una conmovedora carta a su padre y Nannerl.

La fijación que siempre tuvo con los excrementos nos indica que nunca dejó de ser ese niño que iba de corte en corte, con una vida itinerante. Un psicoanalista hoy nos daría la versión de una personalidad patológica, pero eso, ¿qué más nos da?.

Cincuenta años antes de que el conde Walssegg hicera ese misterioso encargo, Bach ponía fin a sus no menos famosas variaciones Goldberg, llamadas así porque un aristócrata insomne, el conde Keyserling, las encargó para que un joven clavecinista, del mismo nombre que la pieza, las interpretara en sus desvelos.

Kyrie, lachrimosa, dies irae, el réquiem avanza, pero Wolfgang siente cada vez más próxima la muerte, está convencido de que lo han envenenado con agua tofana. ¿Habría sido la misma su música sin la influencia de Haydn?. Creo que no, fue su padre espiritual y gran amigo y llegó a decir a Leopold: “Su hijo es el mayor compositor que han visto los siglos”.

Puedo escuchar la sinfonía Júpiter todas las semanas. De su segundo movimiento dice Woody Allen en Manhattan que es una de las cosas

por las que merece la pena vivir.

Mozart siempre gastaba más de lo que tenía. Constanze pasaba largas temporadas en caros balnearios, se alojaban en casas demasiado caras para su economía. En sus últimos años pedía constantemente dinero a sus compañeros de la masonería. Pero se merecía eso y más, ese genio que una vez, tras escuchar el miserere de Allegri lo transcribió de memoria sin errar en una sola nota. ¿Alguien ha sido alguna vez capaz de hacer algo así?.

Mientras Wolfgang está componiendo el don Giovanni muere su padre. Entra en una depresión, lo quería mucho, lo admiraba, sabía cuánto había hecho por él. Está en Praga, seguramente la ciudad que más lo quiso y mimó. Don Giovanni o il dissoluto punito, K 527, una ópera libertina, revisión del mito de don Juan que muchos críticos consideran la mejor de sus óperas y de todo el repertorio.

Se va acercando el final: está muy enfermo. Süssmayer, Constanze y él mismo cantan fragmentos del réquiem. Parece que de su pluma salió más o menos la mitad, el resto lo terminó o Süssamayer o cualquier otro. Su cuerpo está muy hinchado, no se va a levantar más de la cama, pero sigue retocando su misa, que desde el principio creyó que iba destinada a él mismo. Por fin, el cinco de diciembre muere, sin haber cumplido los 36 años. Su entierro será muy modesto, a día de hoy no sabemos exactamente dónde reposan sus huesos. Cernuda abre así su último libro, desolación de la quimera:

“Si alguno alguna vez te preguntase/ la música, ¿qué es? Mozart, dirías/ es la música misma/ voz más divina que otra alguna, humana/ al mismo tiempo, podemos siempre oírla/ dejarla que despierte sueños idos/ del ser que fuimos y el vivir matamos/ sí, el hombre pasa pero su voz perdura/ nocturno ruiseñor o alondra mañanera/ sonando en las ruinas del cielo de los dioses.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *