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«Mi princesa roja»: musical con José Antonio como antihéroe romántico

Por Horacio Otheguy Riveira

 

Grandes logros plásticos y vocales en una zarzuela del siglo XXI con la audacia suficiente como para meterse en camisa de once varas: glosar como antihéroe a José Antonio Primo de Rivera, fascista cuando Mussolini aún no se había aliado con Hitler y se proponía una gran justicia social. José Antonio, un líder despreciado y asesinado por propios y ajenos con sólo 33 años. Los amantes del musical español tienen entre manos una joya extraña, imperfecta, desigual… y llena de aciertos muy recomendables. Como por ejemplo, y entre canciones: la amistad del protagonista con García Lorca y Manuel Azaña.

 

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Un musical insólito por muchos motivos: ideológicos, políticos, musicales. Una empresa audaz se mire por donde se mire en la que estéticamente se logra una estupenda armonía entre el teatro, y el apoyo de audiovisuales estáticos y cinematográficos: documentación histórica, exaltación de un hombre singular que aquí viene a cantar su propia zarzuela, un homenaje exaltado a una pasión política española que aún levanta irritación o admiración, pero que en este caso ha sabido encontrar una cierta belleza e indudable encanto teatral a través de una historia de amor imposible entre personajes incómodos, muy molestos para propios y ajenos: José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, y su amor por una aristócrata, su Princesa Roja, que odia el capitalismo salvaje que llena de miseria el mundo entero.

Con este material parece imposible hacer un musical en un país que teatraliza poco y nada sus acontecimientos históricos. Pero aquí está, con más logros que derrotas, iniciando un camino que debería servir como ejemplo de que lo más difícil es factible, incluso en una sala de reducidas prestaciones, para lo cual toda la puesta en escena se apoya en secuencias cinematográficas muy bien logradas e hilvanadas, así como también la austeridad de la escenografía se ve recompensada con muy buenas recreaciones de fondos visuales.

Este marco resulta ideal para un desfile de secuencias en las que se sintetiza (tal vez en exceso) el dramático andar de José Antonio Primo de Rivera, un abogado sin fortuna, muerto ya su padre, Miguel, dictador tras un golpe de Estado aprobado por el rey Alfonso XIII, entre 1923 y 1930, fallecido en París ese mismo año, frustradas sus aspiraciones fascistas y socialistas de acabar con el caciquismo nacional y crear una profunda reforma agraria.

 

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Excelente vestuario y ambientación de época.

 

Uno de los grandes aciertos de esta función está en poner el acento en el melodrama (nunca mejor dicho; literalmente: melo, música; drama, acción) que brota espontáneo de una relación amorosa muy operística, pero —como todo en este espectáculo— con documentada base real: el joven abogado prometido con una niña de papá aristócrata (como el propio Primo de Rivera) que recela de quien tiene ínfulas de socializar el país, hijo de alguien que estuvo a punto de una reforma agraria tan revolucionaria que de inmediato lo descabalgaron del poder.

La pasión por una vida más justa, rabioso ante la miseria que recorre España, le permite andar durante poco tiempo entre muchos peligros: por un lado Mussolini le envía 50.000 liras para el mantenimiento de su Falange, una suma muy escasa, y por otro lado se enamora perdidamente de una princesa que reside en España, casada con un embajador que no le hace mucho caso. Una excusa argumental clave, porque este amor a toda prueba será quien le lleve a una destrucción impensada, por el mero hecho de querer salvarlo.

En el recorrido de la aventura sentimental y política hay ambientes muy bien recreados, una presencia clara de las masas envalentonadas en busca de una República, y, entre otros muchos elementos de interés, personajes históricos relevantes, como Federico García Lorca y Manuel Azaña: gente muy distinta en sus razonamientos ideológicos pero que tenían en común el entusiasmo por la cultura, por aprender día a día, y modificar el catastrófico panorama de la vida social y económica española.

Así las cosas, José Antonio Primo de Rivera quiere erigirse como un valiente adalid de una revolución «sin izquierdas ni derechas», en busca de la conquista de derechos sociales justos junto a una Iglesia católica aliada, «pero separada del Estado»: la misma proclama de Mussolini, hasta que la Iglesia y la burguesía de Italia más su siniestro compromiso con Hitler —un año después de la muerte de José Antonio—, le llevaría al total abandono de sus creencias, devorado por todo lo que quería combatir.

 

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Barona y Mingorance: Primo de Rivera y su Princesa Roja, electrizantes encuentros sutilmente representados.

 

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García Lorca y la Princesa en un bar de Madrid, La Ballena Alegre, felizmente recreado.

En este panorama de zarzuela moderna cabe este análisis político y muchos otros. Resulta un espectáculo muy entretenido y muy bien cantado, en el que se echan en falta canciones para llevarse a casa, de esas pegadizas que no se pueden borrar de la memoria, así como una exposición menos «santificada» de los protagonistas.

A su favor, además de la excelente puesta en escena, está la eficaz resolución de los personajes secundarios, donde no falta el bárbaro asesino franquista, general Queipo del Llano (el sádico invasor de Sevilla, el de «Viva la muerte» en todas sus proclamas), y del otro lado el obtuso Largo Caballero: ambos responsables de la muerte de José Antonio con sólo 33 años, cuando ya era incapaz de frenar las matanzas provocadas por su propia gente, mientras él mismo padecía atentados y sufría amenazas de muerte.

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Nacho Brande en el papel del manifestante que canta y rabia su condición revolucionaria; Barona como José Antonio, cuando se rebela ante la indiferencia de su clase social.

Una época terrible que Mi princesa roja no intenta abarcar en profundidad, pero que su autor, productor y director, Álvaro Sáenz de Heredia se planteó exhibir cantando en base a la apasionante experiencia de sus personajes:

Eso es lo que pretendo con la ayuda de la música, apasionar durante unos instantes al espectador. Si lo consigo, me daré por contento.

Y lo ha conseguido, ya que el festín que aporta el espectáculo permite una buena polémica a la salida, para quien quiera discutir —eso sí, sin armas de fuego— sobre los pro y los contra de la figura histórica joseantoniana y sus ambiciones humanistas.

En cuanto a los protagonistas, todos dan la talla en un proceso escénico quizás muy encorsetado en cuanto a los personajes —como resulta de rigor en el género de zarzuela—, pero realizado con mucho ritmo, dinámico, con cambios muy rápidos y bien templadas voces.

Conmueve siempre el tenor Juan Carlos Barona, perfectamente adaptado a las exigencias de sus numerosas secuencias entre mujeres diversas (la seductora muerte, la noviecita buena, la inquietante amante) y sus amistades con Lorca y Azaña. Avanza hacia la muerte, el pelotón de fusilamiento, con la arrogancia de quien se sabe justo, y la musicalidad de un amante de las artes y especialmente de las grandes óperas italianas: todo es orden teatral, música celestial, angustioso dolor de un ser impotente…

Irene Mingorance da muy bien el tipo de Elisabeth Asquith, la Princesa Roja, especialmente conmovedora cuando ruega a Manuel Azaña que ordene la detención de José Antonio «para salvarle la vida». En esta escena —y otras similares— Francisco Prado va directo al corazón en una síntesis muy efectiva del escritor, filósofo y político que «sufre en la presidencia la misma prisión que tú en la cárcel»: un actor con hermosa voz e indudable prestancia. Como en el perfil de Nacho Brande, sensacional como manifestante furioso, protegido de la policía por Primo de Rivera, y luego muy conseguida su fugaz interpretación de Federico.

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Francisco Prado, admirable interpretación de Manuel Azaña: otro solitario que acabaría derrotado.

 

Mi princesa roja: un musical insólito que merece verse y discutirse en un contexto español cargado de referencias polémicas.

Entre música, canciones y notables profesionales, un audaz intento de traer una época nacional —siempre difícil, siempre lacerante— al corazón del teatro: un lugar de reflexión y diversión que a sus fieles seguidores enamora, más allá de sus tendencias ideológicas o con todas ellas en efervescente toque de atención.

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Mi Princesa Roja

Director, productor y guionista: Álvaro Sáenz de Heredia

Ayudante de dirección: Carlos Monzón

Coordinación: Luis Méndez

Intérpretes: Juan Carlos Barona, Irene Mingorance, Sonia Reig, Cecilia Regino, Dani Tatay, Francisco Prado, Nacho Brande, Félix Granado, Fernando A. de Lara, Carlos Monzón, Alex Garpe, Cecilia Di Stella, Ana Escriba

Compositores: Mario Gosálvez y Andrés Sáenz de Heredia

Coreografía: Alex Garpe

Vestuario: Inma García

Director de producción: Carlos Martín

Teatro Arlequín Gran Vía. 

One thought on “«Mi princesa roja»: musical con José Antonio como antihéroe romántico

  • El musical es muy interesante. El tema resulta atractivo, así como los actores, música y puesta en escena.
    Desconocía al personaje pero me ha resultado apasionante.
    Vale la pena verlo
    Lola

    Respuesta

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