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Ladronzuela

Ladronzuela portadaLadronzuela (Michael Cho, La Cúpula, 2015)

Por Gema Nieto @GemaNieto81 

La primera novela gráfica del ilustrador Michael Cho podría definirse como un caramelo envenenado. Se trata de un logro redondo, de belleza incuestionable y trazo elegante y satírico con el que ha conseguido plasmar en una historia tan sencilla como contundente las frustraciones de todo un sector de población de nuestras urbes capitalistas. La trama, breve e hipnótica, se desliza ante nuestros ojos para mostrarnos el momento justo en que empezamos a quemarnos, en que nuestro trabajo no resulta tan motivador ni nuestra ciudad tan estimulante. Los grandes planes que trazamos nada más salir de la universidad se han diluido en la frustración impuesta por la realidad, se nos han escapado entre los dedos y aún permanecemos incrédulos, sosteniéndonos en un mundo hilarante de puro ridículo que nos exige cada día ser felices y nos grita a la cara el cansino tópico de luchar por nuestros sueños pero a la vez no nos lo permite.

Los planes de Corinna Park ―conocer gente interesante, escribir grandes novelas, exprimir la gran ciudad― se han quedado igualmente pequeños. Corinna se mueve entre el deseo por retomar sus antiguas aspiraciones e ilusionarse de nuevo y la resignación ―hay que pagar las facturas, ya saben―, y su frustración, difícil de admitir y de asumir, la ha llevado a recrearse obsesivamente en un pequeño crimen diario: robar artículos de los supermercados.

La evasión vendrá con estos hurtos cotidianos que comete la protagonista, en su intento desesperado no tanto por sentirse viva sino por consumar pequeñas transgresiones en una sociedad de engranaje tan perfecto como pérfido. Sentirse victoriosa al menos en esa parcela cuando fracasa en todas las demás: los hombres interesantes se acuestan con mujeres más jóvenes; los cuatro años dedicados al estudio de la literatura inglesa desembocan en la obligación laboral de buscar eslóganes ingeniosos para cremas de pies; el cinismo del mercado nos deja expuestos a la mediocridad de unas vidas en las que debemos asumir los peloteos más miserables y la sumisión a jefes y clientes, incluso si éstos son los dueños de una marca de perfume para niñas. No se permiten los comentarios incisivos, y en caso de producirse tienen consecuencias graves, por muy amparados en la razón que estén.

interior ladronzuelaY pese a todo hacemos de nuestra vida una marca, un gran castillo de fuegos artificiales en los mundos virtuales de Internet. Mentimos, exageramos, publicitamos. Queremos que la nuestra sea la mejor, la más vistosa, mientras todo se derrumba por detrás o al menos no resulta tan brillante. Es la ansiedad de nuestros días, la verdadera enfermedad de nuestra época.

Es por ello lo del caramelo envenenado. Con una ironía desarmante y un único color que no veo del todo casual (el rosa), Michael Cho critica el sensacionalismo de los medios de comunicación, el servilismo de las agencias de publicidad, el urgente exhibicionismo a través de las redes sociales y, en suma, todos los pilares que sostienen el estúpido sistema al que nos hemos acostumbrado y al que nos aferramos como el único válido. Vender, vender, vender. Entregar tiempo, vidas, almas, hasta resignarnos a aceptar que nadie nos dará lo que por derecho nos pertenece. O hasta caer en la cuenta de que, a esta luz, el delito de Corinna queda perfectamente explicado y justificado.

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