Realismo sucio, fotogramas de lo cotidiano
Por Tery Logan
El término lo acuñó Bill Buford (editor de la revista literaria Granta) como truco publicitario pero la etiqueta de Realismo sucio se afianzó y dio solidez, reconocimiento y fama a los autores de este movimiento literario estadounidense iniciado en los años 70 que goza de casi tantos detractores como admiradores.
El Realismo sucio o cotidiano, también llamado ficción transgresora, pretende reducir la narración (especialmente en el relato corto) a sus elementos fundamentales tanto de lenguaje como estéticos, rozando el minimalismo (movimiento previo iniciado en el arte y la música que también alcanzó la literatura) retratando la realidad como un fotograma de la sociedad en la que los autores viven, donde lo bello no es sinónimo de hermoso sino de la autenticidad que denota vivir.
“Es posible, en un poema o en un cuento, escribir sobre cosas y objetos comunes y corrientes usando un lenguaje común y corriente pero preciso, e impartirles a esas cosas -una silla, una cortina, un tenedor, una piedra, un arete de mujer- un poder inmenso, incluso perturbador”.
Raymond Carver
Son imprescindibles del Realismo Sucio: John Fante, Charles Bukowski, Raymond Carver, Richard Ford, Tobias Wolff y Chuck Palahniuk. Los actuales Bret Easton Ellis, Chuck Palahniuk y J.D. Salinger (en E.E.U.U.); Pedro Juan Gutiérrez, Fernando Vázquez Medina y Zoé Valdés (en Cuba); y Héctor Álvarez Sánchez, David de la Rosa, Karmelo C. Iribarren, Roger Wolfe, Juan M. Velázquez y Rafael F. Ruiz (en España). Cada autor le da un enfoque personal al Realismo: algunos son más “sucios” que otros, pero todos coinciden en esa tendencia a la sobriedad, a la precisión y a la parquedad en las palabras a la hora de describir. Se basan en un lenguaje sencillo desprovisto de adjetivos que evita el uso de figuras retóricas, recurriendo a la frase corta con descripciones de manera soez, vulgar y objetiva del mundo que rodea al personaje para trasladar al lector a esas instantáneas de la vida cotidiana y común.
Los escenarios, los personajes y las situaciones son lo más insignificantes y habituales posibles (alejados del ideal del sueño americano aunque sin ahondar en reflexiones morales) quedando reducidos al mínimo, dado que los autores prefieren que sea el propio contexto el que da profundidad a su obra. Hay picos en la trama, sí, pero los sucesos son vulgares y nada extraordinarios que, sin embargo, reflejan las tragedias sordas que se resuelven en cada rincón de cualquier realidad. La historia toca su final sin resolver muchas cuestiones como metáfora de que la vida sigue su curso imperturbable y que pase lo que pase, nunca pasa nada. Esta falta de impacto de terrible desenlace exige la agudeza del lector para percibir cómo la mediocridad se destila a través de sus personajes: anti héroes, ausentes o perdidos en la sociedad, desesperados y rutinarios. El personaje puede aparentar ser “normal” pero debajo de esa máscara se esconde esa misantropía que poco a poco va floreciendo, donde se refugian temas como: sexo desenfrenado, alcohol, droga y caladas de marihuana, machismo y recurrente inclinación a tratar a las mujeres como meros objetos de placer y que desembocan en un evidente fracaso del estilo de vida americano.
“Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decía que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos no podían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una maquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía”.
(De “La Chica más guapa de la ciudad”, por Charles Bukowski)
Sin duda, en la literatura como en la vida, es posible ser estiloso siendo sencillo, sorprender sin ser un gran innovador y brillar desde situaciones grises y oscuras.
El realismo sucio muy a menúdo es sucio pero lo que no suele ser es realismo, está muy ficcionado y “mitificado”
Me desdigo. en parte, del comentario anterior. Hay casos y casos.
Quiero decir que en algunos casos si es bastante realista, sobre todo refiriendose a la vida que llevaron ellos, más que a la de los demás.
Y cuando digo a los demás me refiero al conjunto de la sociedad, no a los individuos concretos “similares” a ellos que los rodeaban. Con esos individuos concretos si eran bastante realistas. Me estoy liando. maldita sea.
Como truco publicitario funcionó muy bien, está claro.