De cómo la lactancia de convirtió en tela de juicio para una mujer – “La virgen con el Niño – Jean Fouquet”
Por Abel Farre
Nuevas historias para obras de arte
“Pinta los nuevos escenarios de obras pasadas; porque por mucho que pase el tiempo, los personajes se siguen repitiendo. Se buscan nuevas formas de reproducción plástica para dar imagen a mis palabras. Ahora te toca a ti imaginar.”
Vestida con silla ergonómica y sentada con traje chaqueta, se resistía a mirar a la parte trasera de aquella pantalla de no importa cuántas pulgadas; era allí donde permanecía colgada una foto de aquel que con mismo linaje, seguiría empuñando un biberón ajeno a cualquier corpiño de época.
Los Querubines y Serafines de su alrededor se habían transformado en oscuras palabras balbuceadas por seres inquietantes y perturbadores que luchaban por quebrantar la estabilidad emocional con sentimientos de culpa y decepción a una madre a quien querían anular palabras de consentimiento.
Así que por la izquierda aparecía la farsa de la culpa; alimentada por aquellos que criminalizaban que tras corte umbilical,cualquier virgen hecha mujer pudiera convertir cajitas de cartón de frio estante en nodriza de los que señalaban según ellos como ausentes de vínculo, como desconocedores del apego.
Por la derecha, la falsa decepción era alimentada por aquellos que aseguraban que no se trataba de mucho más que de un abandono por cuestiones de comodidad y estética; pues por allí habían aparecido aquellos que obligaban a crearse falsas expectativas en torno a quien se limitaba a ser una buena madre. Eso sí, sin pensar que tal vez la idealización de esa mujer pasaba por una carencia de personalidad de quien tal vez succionó con demasiado ímpetu en épocas en que la igualdad sólo estaba en palabra de unos.
Ahora ella restaría frente a esa pantalla, que sin seguir importando de cuantas pulgadas era, pues la misma representaría lo que ella misma quisiera representar su sentimiento de culpa. Y allí podría por suerte haber borrado de ella la imagen de Juana de Arco de su salvapantallas, pues no era necesario identificarse con una heroína para poder seguir viviendo con la ley de vida que aflorara de su propia naturalidad.
Ahora de todas aquellas cómplices con las que identificarse sólo había quedado el fuego; el fuego que si había tenido tiempo de quemar la palabra “vanidad” de su diccionario; hecho que por el contrario no había sucedido en aquellos que seguían incompatiblemente llevando un Dios por bandera a quien idealizar.
Eso sí tantos unos como otras parecían querer sacar la cabeza por esa ventana que se encontraba en el fondo de esa estancia; no sé si buscarían o no ese Dios inventado, pero seguro que soñarían con poder acariciar la vía láctea, hubiese nacido o no un nuevo Hércules a quien alimentar.
La única diferencia es que se llamases Hércules o no, sólo el mismo podría reconocer al largo de su vida quien era su propia madre; pues no hay mejor alimento que el amor y esa mujer con traje chaqueta sin pecho desnudo o no, no necesitaría de palabras de nadie para seguir sintiéndolo.
“Y sino una nueva obra de arte siempre nos quedara para aquello que sin palabras y sin poder explicar, soñaremos que entre pinceles permanecerá escrito, ante los ojos del que se crea que no ha muerto”.