Yo no soy nadie: siempre perdiendo
Por @oscar_mora_.
Yo no soy nadie, y menos que nadie para decirle a la Academia Sueca qué debe votar y a quién debe elegir como premio Nobel de literatura, pero año a año veo como mis candidatos se desvanecen, y de los últimos solamente puedo estar completamente de acuerdo con Alice Munro. Cada año, la concesión del Nobel se va pareciendo más a un desfile de modelos o a una votación eurovisiva, donde los dos factores principales son el idioma en que escribe el premiado y la zona geográfica de la que procede. Para evitaros mi análisis superficial, sólo tenéis que daros una vuelta por el hashtag #ElClubdelNobel, donde unos señores que saben bastante más que yo lo explican al detalle, aunque confieso que es divertido seguir durante los días previos a la concesión las previsiones de las casas de apuestas. Todos los años veo fluctuar el nombre de Javier Marías en el grupo “intermedio” de favoritos y –aunque parece que Marías no se lo va a llevar- el propio autor debe tener una esperanza humilde de llevárselo algún día.
Mi corazón está más con Ngũgĩ wa Thiong’o (sí: he tenido que buscar y copiar en Wikipedia para asegurarme de que lo escribía bien) y con Murakami. Los pobres siempre están, año tras año (en el caso de Ngũgĩ, creo que debe llevar como una década larga de candidato oficial africano) en los primeros puestos de la lista de favoritos, y es casi una tradición que no se lleven el premio. Esas fueron las palabras exactas de Borges, “Hay una vieja tradición escandinava que consiste en que todos los años me van a entregar el premio Nobel, pero nunca lo hacen”, en una de las más de 20 ocasiones (desde los años 60 hasta su muerte, en 1986, siempre fue finalista) en que los periodistas se agolpaban en la puerta de su casa tras el fallo (nótese la polisemia) del premio. Al parecer, reunirse con dictadores y mofarse en público de las dotes poéticas del secretario de la Academia Sueca no son compatibles con recibir el premio.
Pero, ¿cuál es el objetivo del Nobel de literatura? Miremos los últimos diez años: hay dos mujeres, Doris Lessing y Alice Munro que, nada más recibir el premio, aprovecharon para declarar que ya no iban a escribir nunca más. Munro, si no me falla la memoria, ni siquiera fue a Estocolmo a recoger el premio por su estado de salud, así que parece claro que es un reconocimiento a toda una vida. Pero este año se lo han dado a Aleksiévich, una escritora-periodista que podemos encuadrar gruesamente en la novela-denuncia, y a la que parece que le queda cuerda para rato. Como casi todos (un punto a favor nuevamente de la editorial Rayo Verde, que la tenía en cartera antes del premio) no la he leído, pero no sé si ha producido ya su(s) obra(s) maestra(s), o está en ello. En esta década hay un poeta sueco, Transtörmer, que viene a cumplir la cuota escandinava, y –cómo no-, dos autores franceses, lo que viene a subrayar la importancia que la Academia todavía le da a la literatura gala, pese a que, aunque yo no sea nadie para negarles el mérito, ninguno de los dos me parece el mejor de su generación. Los hispanohablantes tenemos a Vargas Llosa, que hace ya muchos años que escribió sus mejores libros, y se completa la década con otros tres escritores. Mo Yan: un autor muy bueno, pero al que parece que le dieron el premio por geopolítica; Orhan Pamuk, que sigue escribiendo novelas que le hacen mejor, y el inefable Harold Pinter, al que creo que le dieron el premio para tocar los huevos molestar un poco y demostrar que sí, son una Academia, pero también son rebeldes.
Mi candidato, lo dejo escrito aquí y vale para los próximos diez años (espero que la vida le dé para mucho más, pero ha estado malito en los últimos tiempos) es António Lobo Antunes, porque creo que es el tipo de escritor que debe llevarse un premio así: alguien que escribe de manera diferente, para el que la literatura es una forma de gozar y sufrir, y que nos sumerge con cada novela en un abismo nuevo, colosal y más profundo que el anterior.