“Life’s a b*tch and then you die”. Sobre Andrea Arnold
Por Sara Zambrana.
Hace tiempo que los admiradores y seguidores del trabajo de la inglesa Andrea Arnold (Dartford, Kent, 1961) esperamos con algo de ansia su último proyecto, American Honey (¿2015?), con el que también creemos que volverá –por fin– a adentrarnos en su peculiar mirada acerca de los marginales suburbios de las metrópolis y los singulares individuos que los habitan –hasta ahora, sólo de Inglaterra y Escocia–, es decir, recuperaremos lo que parece ser su mejor cine. Aunque su experiencia se ceñía al trabajo en televisión, sorprendió y conquistó a la crítica y al público en el año 2009 con uno de sus primeros cortometrajes, Wasp (2003), con el que se hizo con multitud de premios y reconocimientos, entre ellos, el Short Filmmaking Award (2005) del Sundance Film Festival y el Oscar al Mejor Cortometraje de acción real (2005). En este corto, a través de pocas secuencias, asistimos a un descorazonador retrato de la vulgar y penosa vida que lleva una joven madre soltera de cuatro hijos: Zoë (Natalie Press) camina cantando ordinarieces con sus tres hijas y su bebé de pocos meses por uno de los peores barrios de Dartford, descalza y despeinada, vistiendo un deslucido y feo pijama azul o, una minifalda imposible y un top rojo ceñido, el pelo recogido en una cola de caballo bien alta y apretada que dejan ver los aros rizados de color oro que lleva como pendientes (o sea, emperifollada a más no poder); aquellos barrios que tan bien conoce Arnold, pues fue en esta ciudad donde nació y se crió. La simbólica avispa que se posa en la ventana de la humilde y desordenada vivienda, y que más tarde protagoniza el clímax de la cinta, vaticina peores situaciones para esta desaliñada e irresponsable madre, admiradora de los Beckham –ecos de su adolescencia posiblemente truncada que ahora se presentan como inmadurez– que atiborra a sus hijas de comida y música basura y bebidas gaseosas, así como las educa en la violencia y la grosería –preciosa la imagen del corte de mangas o peineta sincronizado entre la madre y las tres niñas– y que sueña y se ilusiona con retomar una relación pasada con otro tipo que parece asimismo un veinteañero fracasado y sin ambiciones futuras, todo ello acompañado de Hey Baby de Dj Otzi como banda sonora. Un bello e inteligente trabajo que no pudo ser sino admirado y generosamente aplaudido.
También dos de sus largometrajes, Red Road (2006) y Fish Tank (2009), retratan de forma dramática vidas o vivencias concretas y soeces en los suburbios de Glasgow (Escocia) y Essex (colindante con Kent y en las afueras de Londres) respectivamente y vuelven a atraparnos en esa doliente, frustrante y hasta opresiva atmósfera pero que, no obstante, también puede llegar a ser muy hermosa. Las desgracias de las clases bajas de un país rico como Gran Bretaña, las miserias de la ignorancia, la incultura, la pobreza y los vicios, enfrentadas con los sentimientos y los actos de generosidad, compasión y hasta bondad, filmadas con el vaivén de la cámara sobre el hombro, con una gran claridad en los enfoques y un lenguaje casi de documental. En Red Road, además de repetir en un papel muy secundario Natalie Press, tenemos como protagonista a la escocesa Kate Dickie quien, a pesar de tener casi todo el peso de la actuación, consigue realizar una notable representación de Jackie, una sensible mujer que trabaja como empleada de seguridad ante una decena de cámaras de vigilancia de espacios públicos y que, aún trastocada a causa de un accidente automovilístico motivado por un conductor sobrio y por el que perdió a su familia, tramará un astuto y tremendamente cruel plan para intentar reducir su dolor y rabia. La tensión que va acumulando el espectador, junto con la extraña empatía que siente hacia Jackie, da una suerte de doble giro al final de la obra que, precisamente, refleja esa dualidad de la que hablamos arriba, y que como es propio del final de los filmes de Arnold, crea aún cierta esperanza para los personajes, transmitiendo al menos la duda y la posibilidad futuras para ellos. Esta película también hay que encuadrarla dentro del proyecto The Advant Party, iniciativa de Lars von Trier, Lone Scherfig y Anders Thomas Jensen (Sigma Films y Zentropa) y que consistía en que tres jóvenes directores se enfrentaran a realizar tres largometrajes con los mismos actores y en los mismos escenarios; siendo el primero la creación de Arnold, el segundo Donkeys (2010) de Morag McKinnon y el tercero el aún pendiente del danés Mikkel Nørgaard.
Por su parte, en Fish Tank el reparto fue más interesante aún: junto a la protagonista, Katie Jarvis interpretando a Mia, una adolescente amante del hip-hop, maleducada y despreciada por una madre egoísta y alcohólica, destaca el genial Michael Fassbender, Conor, quien aparece para, aparentemente, salvarlas de esa miserable vida. Seducción, ilusión, miedo, fracaso y decepción, serán los ritmos emocionales de este drama que tiene momentos y escenas tremendamente intensas, dolorosas y a la par esperanzadoras e ilusionantes, como el baile íntimo que realiza Mia para Conor mientras suena California Dreaming versionada por Bobby Womack; Mia bajando las escaleras del horrible bloque de pisos en el que vive y corriendo desesperada por la partida de Conor; o el baile final de Mia, su hermana pequeña y su madre mientras suena la nada alentadora Life’s A Bitch de Nas. Pero también se dan algunas otras escenas demasiado explícitas en su simbología, como el relato “auxiliar” en el que Mia intenta liberar a una yegua blanca y joven hasta llegar a enfrentarse con los incivilizados propietarios. Los críticos ingleses elevaron esta película y a sus actores por medio de los numerosos premios que le otorgaron el London Critics Circle Film Awards, el British Independent Film Awards y los premios BAFTA, al igual que fue laureada en los festivales de Chicago y Cannes; puede que demasiado laudatorio el contexto crítico británico, del mismo modo que quizá Arnold se ha convertido en una de las favoritas de Cannes mas, es indudable que estamos ante una película extraordinaria.
Quién imaginaría que esta directora, definida como la nueva estrella de lo que se bautizó como el “nuevo realismo británico” o la gran representante del “council estate drama” versionaría la popular novela decimonónica Wuthering Heights (1847) de Emily Brontë en 2011 debido a que, tras pasar por varios posibles directores y actores y actrices, recayó en Arnold. Pese a la cuidada y preciosa fotografía, los sublimes paisajes y algunas polémicas beneficiosas en su promoción, esta película no estuvo al alto nivel que la propia Arnold se había impuesto con las anteriores y, ciertamente, por muy inglesa que fuesen la novela y su autora, la directora tuvo la oportunidad para hacer algo que nada tenía que ver con su trayectoria, y en mi opinión, no logró lo que pretendía, pues no me impactó, ni conmovió, ni tampoco creo que la pasión desmedida fuera retratada de forma convincente por medio de ese “hiperrealismo” –como así lo calificaron algunos– a lo largo de las más de dos horas que dura el film, en definitiva, como mucho consiguió trasladarme a los impresionantes y melancólicos parajes de Yorkshire y sorprenderme con el tema final de los Mumford & Sons.
Aunque la mayoría de los críticos la relacionen siempre con trabajos de Lynne Ramsay –por Ratcatcher (1999)– y Ken Loach –por Kes (1969) principalmente–, y con bastante razón, en mi caso no puedo evitar acordarme de Secrets & Lies (1996), película de Mike Leigh –ganadora de la Palma de Oro de la edición de 1996 de Cannes, entre muchos premios más–, en la que también una familia inglesa y desestructurada es retratada pero, sin embargo, de un modo totalmente distinto: muy irónico, perspicaz, divertido y hasta ácido, pero mucho menos dramático y “realista” que la forma en que lo hace Arnold; estúpida analogía que, quizá, sólo funcione por las voces tan similares que tienen Natalie Press y Claire Rushbrook en sus respectivas actuaciones.
Así pues, estoy deseando saber qué hará Arnold y el joven reparto formado por Sasha Lane, Shia LaBeouf –quien, rodeado de polémicas como es frecuente en él, tuvo que ser hospitalizado tras hacerse una leve herida en la cabeza con un cristal mientras rodaban una escena en North Dakota–, McCaul Lombardi y la (ex) adicta y vagabunda neoyorkina, reconvertida en prometedora actriz, Arielle Holmes; una road movie de excesos y desengaños protagonizada por un(a) joven, primera coproducción inglesa y norteamericana y rodada por primera vez fuera de la querida Gran Bretaña de Andrea Arnold. Tendremos que seguir esperando…