La vida en los ramajes, premiado
Premio Nacional de Poesía FUNDACIÓN CULTURAL MIGUEL HERNÁNDEZ 2013
Olalla Castro Hernández
Editorial Devenir, 2013
Por Mónica Francés.
Dice el autor y director de teatro argentino, Javier Daulte, que el espectador –entiéndase también el lector– anda siempre a la caza de identificaciones. Intentando andar consciente de las mías, os cuento algunas de las que he cazado leyendo esa espléndida ópera prima que orquesta Olalla Castro.
Toda La vida en los ramajes es –o acepta leerse como– una resistencia (en términos freudianos diríamos es una defensa) contra el horizonte familiarista, en el que se inscribe (como genialmente señala Juan Carlos Rodríguez) el grueso de la producción artística/literaria del S. XVIII hasta hoy –de Diderot a las mismísimas 50 sombras de grey–; resistencia, defensa, contra el horizonte familiarista –decía– en el que en términos lacanianos diríamos, desde el primer poema y en adelante, Olalla se las avienta con las dos grandes cuestiones de las que ahí se trata: el Discurso del Amo y el Nombre del Padre. Esto es y groso modo: las servidumbres y la ley –norma o discurso– civilizadora que ejerce de lazo.
Lo fascinante, lo que hace entre otras cosas de La vida en los ramajes un libro espléndido, es la apuesta rotunda por la resistencia, la defensa, sin el mínimo rastro de idealismo o triunfalismo ingenuo, utópico, asumiendo lo crudo: frente a la norma (viene a decirnos) solo cabe la exclusión o la transgresión, no hay ningún edén. Hay en todo caso la opción de “seguir insomnes / viviendo en los ramajes… / sin casa, sin puentes, sin iglesia”. O bien, cabe la opción de la insumisión –un tanto autista– que despunta en el poema Mujer-fortaleza, en el que el sujeto poético a fuerza de no asumir la identificación con el gran otro de la norma, inventa una sistema de satisfacción que no hace lazo, no pasa por el otro: “Mujer fortaleza, carne-piedra / aquí dentro ya no podréis sitiarme”. La opción de confrontación a la norma que deriva en exclusión es meridiana en La fórmula o la vida, poema redondo que encara el discurso del Amo contemporáneo capitalista como el imperio de la Ideología de la gestión y su legión de expertos, en el poema literalmente “los Hombres-cálculo”, que imponen la ley incuestionable de la Cifra por encima del sujeto y la discursividad: “Nosotros / que no sabíamos contar / supimos… / que no éramos ya criaturas de este mundo”.
En Las otras invisibles o Negritudes –2ª y 3ª parte del poemario– vienen poemas y personajes a conformar un abanico o mosaico de resistencias (mínimas o no) queriendo levantarse. Las figuras históricamente sometidas de la mujer o el esclavo se presentan NO en su condición de víctimas, sino en tanto sujetos tomados por el nombre propio –Virginia Woolf, Rosa Park, Penélope– y sus distintas modalidades, tentativas, de defensa o resistencia.
Pudiera parecer, en primera instancia, que la voz poética de La vida en los ramajes traza un recorrido que suavemente va del ellos, o nosotros, o el Otro, hacia el Yo, y que tomaría carrerilla en la penúltima parte –Los modos de deseo o la Mujer-Sujeto–, para culminar en Autobiografías apócrifas, el bloque de poemas final. Adelanto que es un recorrido premeditadamente fantasma, circular, en el que se funden el Yo y el Otro.
Este recorrido, que entiendo es premeditado-concienzudo-genial, lo orquesta la voz poética para en el camino cuestionar, resistir, en ocasiones pulverizar los significantes amo del horizonte familiarista, que hunde sus raíces en el idealismo hegeliano y según el cual habría por ejemplo un adentro y un afuera: existiría un pequeño paraíso tierra adentro del yo o la privacidad [el dormitorio, el salón, el hogar] donde uno-a podría ser realmente quien es.
Llevados a conciencia hasta ahí, con el acento puesto 1º en las modalidades del goce femenino (la sexuación, la pulsión libidinal, lo no semantizable siempre en el orden de la satisfacción, el goce pulsional), o bien en el último bloque con el acento puesto en el sentido (el relato, la grafía –autobiografía– del yo) lo que asoma, brota, se filtra siempre es lo crudo: esto es, viene a decirnos que no hay no existe un adentro o un afuera ni de la ideología ni del inconsciente; impregnan, brotan en el lenguaje, la palabra, ideología e inconsciente son la mismísima piel: “Si evado la caricia, yo misma ignoro lo que mi oscuridad sortea”, leemos en Mis muslos escriben.
La vida en los ramajes –decía, en un recorrido circular– sale al encuentro del Otro. Y asoma el goce uno-solitario (uno siempre goza solo aunque haga el ejercicio de colocar al otro como objeto; hay también quien coloca un zapato), digo asoma en El Hombre-oasis; asoma la Mujer-fortaleza, atrincherada; los Hombres-cálculo; pululan también los siervos contentos de servir al rey porque conservan sus cabezas; asoma E. Dickinson, V. Woolf, las brujas, la locura, el encierro, la muerte como salida, pero también asoma –digo– la música, la poesía, la posibilidad de tejer o distanciarnos del relato de una vida; saluda, asoma el ancestral deseo-tabú profesor-alumna; pululan los Hombres-ojo, Hombres-dedo, Hombres-boca, el Blue Velvet de la mujer como síntoma, fantasma masculino; el fantasma de la frigidez y sus Hombres-dique; asoma, se pavonea y mucho, el goce del lado femenino en posición de agente, en las antípodas del sentido pulula, sale al encuentro la Bestia –metáfora perfecta de lo no semantizable del goce–; nos sorprende en la página 69 –unos muslos que escriben–, ahí asoma una poética en la que el acento en el ejercicio de la escritura responde a una pulsión libidinal, algo somático, acontecimiento del cuerpo que requiere, a su vez por tanto, de un lector-a en posición o modo amante.
Asoma el amor redefinido como resto, cascote, falta, y que me recuerda tanto aquellas palabras de Lacan –Amar, amar es dar lo que no se tiene–; Asoman las autobiografías, las grafías, retratos, ficciones del mí, que es también el otro siniestro, éxtimo, agazapado panchamente en la subjetividad.
Vale por último decir que el paseo por La vida en los ramajes no viene, no sirve para inflar al Otro y que desaparezca el sujeto, sino para subrayar la defensa, la resistencia, en definitiva, la RESPONSABILIDAD del SUJETO: Responsable de sus servidumbre, síntomas y, desde luego, sus modos de goce.