Sandra Bartky: “La feminidad y la modernización del poder patriarcal”
«El cuerpo de la mujer es (…) una superficie ornamentada y hay una gran disciplina involucrada (…) en su producción. (…) La piel de una mujer debe ser suave, tonificada, sin vellos y tersa; idealmente, no debe mostrar ninguna señal de uso, experiencia, edad o profundidad de pensamiento. El vello debe ser eliminado no solo en la cara sino también de grandes superficies del cuerpo, de las piernas y los muslos, una operación que se logra afeitándose, lijando con papel de lija muy fino, o aplicando depiladores de olor nauseabundo. Con los nuevos trajes de baño y trusas, muy reveladores, se hace necesario eliminar también una cantidad considerable del vello púbico. La eliminación del vello facial puede ser aún más especializada. Las cejas se depilan arrancando los vellos de raíz con una pinza. En ocasiones se unta el bigote y las mejillas con cera caliente de la cual luego se tira violentamente cuando se enfría. La mujer que quiere un resultado más permanente puede probar con la electrólisis: esto involucra el matar la raíz del vello pasando una corriente eléctrica mediante una aguja que se inserta en la base del folículo. Este procedimiento es doloroso y caro.
El desarrollo de lo que un “experto en belleza” llama “buenos hábitos de cuidado de la piel” requiere no solamente atender a la salud, evitar expresiones faciales fuertes, y la realización de ejercicios faciales, sino también el uso regular de preparaciones para el cuidado de la piel, muchos de los cuales deben ser aplicados más de una vez al día.
Las máscaras faciales adecuadas también son complejas: pueden ser de azufre para las espinillas, de aceite caliente para las áreas secas; las que afirman la piel; las exfoliantes; máscaras de limpieza hechas de hierbas, harina de maíz o almendras; mascaras de lodo. Las mujeres negras pueden desear utilizar cremas blanqueadoras para “homogenizar el tono de la piel”. Las preparaciones para el cuidado de la piel nunca se untan simplemente sobre la piel sino que deben aplicarse de acuerdo a reglas precisas en cuanto a la dirección de los movimiento, y el tipo de movimientos dependiendo de la zona de la cara: nariz, frente, alrededor de los ojos, etc.
El discurso normalizante de la medicina moderna es traído a cuento por la industria de los cosméticos para ganar credibilidad en sus afirmaciones. El doctor Cristiane Barnard le presta su enorme prestigio a la línea Glycel de “activadores de tratamiento celular”. La computadora del mostrador de Clinique en cualquier almacén selecciona una combinación de preparaciones hechas a la medida para usted. Ultima II contiene “procolágeno” en su crema antienvejecimiento para los ojos. La crema para los ojos de Biotherm mejora de manera dramática “las propiedades biomecánicas de la piel”.
Las circunstancias ordinarias de la vida, tanto como una amplia variedad de actividades, producen crisis en el cuidado de la piel y requieren un realce del régimen para su cuidado, así como nuevas capas de productos que deben ser aplicados. La disciplina del cuidado de la piel requiere un conocimiento especializado: la mujer debe saber qué hacer si ha estado esquiando, o tomando medicamentos, o haciendo ejercicios vigorosos, o si ha estado navegando o nadando en piscinas llenas de cloro; o si se ha expuesto a contaminación, a habitaciones con calefacción, al frío, al sol, a tiempos borrascosos, a las cabinas presurizadas de aviones, saunas o baños turcos, a la fatiga o al estrés. Como el escolar o el prisionero, la mujer que domina los hábitos apropiados para el cuidado de la piel debe establecer un itinerario: Georgette Klinger demanda que se le dé atención al cutis por lo menos cuatro veces al día. El cuidado del cabello, como el de la piel, requiere una inversión similar de tiempo, del uso de una amplia variedad de productos, el dominio de un conjunto de técnicas y de nuevo, la adquisición de conocimiento especializado.
El pináculo del buen cuidado del cabello y de la piel, por supuesto, es el arreglo del cabello y la aplicación de cosméticos. Aquí se recapitula el régimen de cuidado al cabello, la piel, la manicura y la pedicura, pero de otra forma. La mujer debe aprender la manipulación adecuada de un gran número de dispositivos (secadores, cepillos calientes, planchas, encrespadores […]) y la manera correcta de aplicar una amplia variedad de productos: base, tonificador, sombra de ojos, rubor, lápiz labial, brillo labial, gel,… etc.
En el lenguaje de las revistas de modas y las propagandas de cosméticos, la aplicación de maquillaje se muestra como si fuera una actividad estética en la cual la mujer puede expresar su individualidad. En realidad, aunque los estilos cosméticos cambian más o menos cada década, y aunque se permite alguna variación dependiendo de la hora o la ocasión, la aplicación de maquillaje en el rostro, de hecho, es una actividad altamente estilizada que permite muy poco margen para la expresión. Pintarse la cara no es como pintar un cuadro; en el mejor de los casos puede describirse como pintar el mismo cuadro una y otra vez con variaciones minúsculas. Se permite muy poca flexibilidad en lo que se considera un maquillaje adecuado para la oficina o para la mayoría de las ocasiones sociales; de hecho, la mujer que usa los cosméticos de un modo genuinamente novedoso e imaginativo, no será vista como una artista sino como una excéntrica. Lo que es más, debido a que una cara maquillada se constituye en una insignia de aceptabilidad en la mayoría de los contextos sociales y profesionales, la mujer que decide no usar cosméticos en absoluto, se enfrentará a sanciones que nunca se le aplicarían a alguien que decida no pintar una acuarela.
En todo esto, ¿estamos tratando meramente de un caso de diferencia sexual? No debemos pensarlo. Las prácticas disciplinarias que he descrito forman parte del proceso por medio del cual se construye el cuerpo femenino ideal (y por lo tanto la sujeto femenino ideal); al hacerlo, éstas prácticas producen un cuerpo (practicado y sometido), es decir, un cuerpo sobre el cual se ha inscrito un estatus inferior. La cara de una mujer debe ser maquillada, es decir, rehecha, así como su cuerpo: ella debe eliminar el sobrepeso; o hacer que sus labios sean más besables, su cutis más luminoso, sus ojos más misteriosos. El “arte” del maquillaje es un arte que disfraza, pero esto presupone que la cara de la mujer sin pintar es defectuosa. Para el hombre puede ser suficiente el uso de agua y jabón, afeitarse y la atención rutinaria a la higiene; para ella no lo es. La estrategia de gran parte de la propaganda relacionada con la belleza es sugerirles a las mujeres que sus cuerpos son deficientes, pero aun sin una enseñanza explícita, las imágenes mediáticas de la belleza femenina perfecta con las cuales se nos bombardea diariamente no dejan duda en la mente de la mayoría de las mujeres en cuanto a sus deficiencias. Este fondo generalizado de lo corporalmente defectuoso, contra el cual se desarrollan las tecnologías de la feminidad, explica por qué estas prácticas son a menudos rituales compulsivos.
El proyecto disciplinario de la feminidad es una trampa: requiere medidas tan radicales y extensas de transformación corporal que virtualmente toda mujer que se entrega a ellas está destinada en parte a fracasar. De este modo se añade una medida de vergüenza al sentido de la mujer de que su cuerpo es deficiente: ella ha debido cuidarse mejor, después de todo debiera haber trotado una milla más. Muchas mujeres no cuentan con el tiempo ni los recursos para dotarse a sí mismas de lo mínimo que se requiere en los regímenes de belleza por ejemplo, una dieta decente. Aquí encontramos una nueva fuente de vergüenza para las mujeres pobres que deben cargar con lo que nuestra sociedad considera como la vergüenza general de la pobreza. La carga que llevan las mujeres pobres en este aspecto no es meramente psicológica, ya que el adecuarse a los criterios de aceptabilidad corporal es un factor en la movilidad económica.
Las disciplinas más amplias que construyen un cuerpo “femenino” a partir de un cuerpo de mujer no son para una sola raza o para una sola clase. No existe evidencia de que las mujeres de color o las obreras tengan un compromiso menor en la encarnación del ideal de feminidad que sus hermanas de clases más privilegiadas. Esto no significa que podamos negar las muchas formas en las cuales los factores de raza, clase, etnicidad, o gusto personal pueden expresarse en los tipos de prácticas que he descrito. Ya sea que una mujer obtenga sus cosméticos en un almacén económico, en una boutique refinada, que pertenezca a un gimnasio costoso o utilice el gimnasio para el hogar Bodyflex de precio muy barato: en ambos casos se está buscando el mismo resultado general.
En el régimen de la heterosexualidad institucionalizada, la mujer debe transformarse a sí misma a la vez en objeto y presa para el hombre. En la sociedad patriarcal contemporánea, dentro de la conciencia de la mayoría de las mujeres, reside un conocedor varón que equivale a un panóptico: ellas permanecen bajo su mirada y su juicio. La mujer vive su cuerpo como si este fuera visto por otro, por un Otro patriarcal anónimo. A menudo se nos dice que “las mujeres se visten para otras mujeres” y hay algo de verdad en esto: ¿quién si no alguien que esté involucrado en un proyecto similar al mío puede llegar a apreciar mis éxitos al desarrollarlos? Pero las mujeres saben para quienes se juega este juego: ellas saben que una mujer joven bonita tiene más probabilidades de convertirse en azafata que una mujer fea, y que una mujer mayor pero bien conservada tiene mayores probabilidades de conservar a su marido que otra que se haya descuidado.
Aquí podría presentarse la objeción de que actuar para otro no necesariamente implica la inferioridad del actor en relación con aquel que verá la actuación: en el teatro, por ejemplo los actores dependen del público pero no son inferiores a él. Aunque la feminidad es ciertamente una escenificación, la analogía con el teatro no se sostiene por varias razones. En primer lugar, como ya dije antes la autodeterminación que es requisito para una carrera artística está ausente en este caso: la feminidad como un espectáculo para otros es algo que se le exige a virtualmente todas las mujeres. En segundo lugar la naturaleza precisa de los criterios mediante los cuales se juzga a las mujeres refleja grandes desequilibrios en el poder social de los dos sexos, desequilibrio que no es parte de la relación entre artista y público. Una estética de la feminidad, por ejemplo, que demanda la fragilidad y una falta de fuerza muscular, produce cuerpos femeninos que pueden ofrecer poca resistencia al abuso físico, y como sabemos el abuso físico de las mujeres por parte de los hombres es muy común. Es cierto que la tendencia actual ha permitido a las mujeres desarrollar más músculos de lo que anteriormente ocurría; de hecho, las imágenes de las mujeres mostrando músculos comienzan a aparecer en los medios de una manera erótica. Pero una mujer no puede desarrollar una fuerza muscular superior a la de su marido; si la novia aparece cargando el novio para cruzar el umbral se convierte en una figura de comedia no de romance.
Bajo la actual tiranía de delgadez, se les prohíbe a las mujeres ser grandes o voluminosas, deben ocupar un espacio tan pequeño como sea posible. Los mismos contornos que asume el cuerpo femenino cuando una mujer madura (los senos más llenos y las caderas más redondas) han perdido su atractivo. El cuerpo que sirve de criterio para juzgar a la mujer y que ella debe tratar de conseguir mediante una rigurosa disciplina es el cuerpo de la primera adolescencia, ligero y sin muchas formas, un cuerpo sin mucha carne ni sustancia, en cuya misma silueta se inscribe la imagen de la inmadurez. El mismo requerimiento de que la mujer mantenga su piel suave y sin vellos también procede del tema de la inexperiencia, pues una cara infantilizada debe acompañar a su cuerpo infantilizado, una cara que nunca envejece ni arruga la frente para pensar. El rostro de la mujer idealmente femenina no debe exhibir señales de carácter, sabiduría y experiencia que tanto admiramos en los hombres.
El éxito alcanzado en obtener un cuerpo bello o sexy, le da a la mujer atención y admiración, pero no un verdadero respeto y rara vez le permite alcanzar poder social. El esfuerzo de una mujer de dominar las disciplinas corporales femeninas carece de importancia precisamente porque es ella quien lo realiza: su actividad comparte la depreciación generalizada de todo lo femenino. A pesar de la presión incesante para que ellas “logren lo más que puedan con lo que tienen” las mujeres se ven ridiculizadas por la trivialidad de sus intereses en asuntos tan superficiales como la ropa y el maquillaje. Más aún, la estrecha identificación de la mujer con la sexualidad y el cuerpo en una sociedad que mira con sospecha a ambos elementos no permite que ellas aumenten su prestigio. Aún las mujeres con los cuerpos femeninos más idolatrados se quejan frecuentemente de su situación revelando que entienden que hay algo peyorativo en la atención que reciben. Actrices como Marilyn Moroe y Elizabeth Taylor han deseado apasionadamente ser consideradas artistas de la actuación y no meros “objetos sexuales”.
Pero quizá esta inferiorización de los cuerpos de las mujeres es más evidente en la restricción de su motilidad: el lenguaje corporal típico de las mujeres, que es un lenguaje de tensión y constricción se considera un lenguaje de subordinación cuando es empleado por los hombres en jerarquías masculinas. En los grupos de hombres, aquellos que tienen un estatus superior de manera típica asumen posturas más relajadas: el jefe puede reclinarse cómodamente detrás de su escritorio mientras que el que solicita trabajo se sienta tenso y rígido al borde de su asiento. Los individuos con un estatus más alto pueden tocar a sus subordinados más frecuentemente de lo que se les toca a ellos; ellos se sonríen con mucha menor frecuencia que sus inferiores, y también inician el contacto visual con otros con menor frecuencia. Lo que se anuncia en el comportamiento de los superiores es su seguridad y especialmente su facilidad de acceso al Otro/Otra Sin duda la restricción de los movimientos y la postura de las mujeres estaba sobre determinada: el hecho de que muchas mujeres tienden a sentarse o a estar de pie con sus piernas, sus pies y sus rodillas juntos o tocándose, puede muy bien ser una declaración codificada de circunspección sexual en una sociedad que todavía mantiene una doble moral, o también un esfuerzo, así sea inconsciente, de proteger el área genital. En el segundo caso la postura apretada y constreñida de la mujer puede verse como la expresión de su necesidad de liberarse de ataques sexuales reales o simbólicos. Sea cual sea la proporción que debe asignarse en su demostración física al miedo o a la deferencia, una cosa está clara: el lenguaje corporal de la mujer habla elocuentemente, aunque en silencio, de su estatus subordinado en una jerarquía de género.
Si lo que hemos descrito es una genuina disciplina (un “sistema de micropoder que es esencialmente no igualitario y asimétrico”) ¿quiénes entonces son los que pueden ejercer la disciplina? (Foucault) ¿Quién es el Sargento mayor en el régimen disciplinario de la feminidad? Históricamente, la ley ha tenido alguna responsabilidad en su cumplimiento: en tiempos pasados, por ejemplo, los individuos que aparecían en público vestidos con las ropas del otro sexo podrían ser arrestados. Aunque a los travestis todavía se les acosa y hostiga, el tipo de disciplina que estamos considerando no es el que tiene que ver con la policía o con las cortes. Los padres y los maestros, por supuesto, tienen gran influencia, conminando a las niñas a ser modestas y a comportarse como damas, a sonreír con gracia, y a sentarse con las piernas juntas. La influencia de los medios también es generalizada, ya que construye una imagen del cuerpo femenino como espectáculo, y tampoco podemos ignorar el papel que desempeñan los “expertos de belleza” o personajes públicos emblemáticos como Jane Fonda o Lynn Redgrave.
Pero ninguno de estos individuos (la experta en cuidados de la piel, los progenitores, el policía) llega de hecho tener el tipo de autoridad que de manera típica se inviste en aquellos que manejan instituciones disciplinarias más directas. El poder disciplinar que inscribe la feminidad en el cuerpo femenino está en todas partes y en ninguna; disciplinarios son todos y sin embargo ninguno en particular. Las mujeres que son consideradas como pasadas de peso, por ejemplo, denuncian que usualmente se les conmina a hacer dieta, y algunas veces lo hacen personas que escasamente las conocen. Estos entrometimientos a menudo se suavizan con referencias a la belleza natural que esta esperando a emerger: “la gente siempre me ha dicho que yo tengo una cara bella y que ‘si acaso perdiera peso sería realmente bella’”. Aquí, “la gente”, amigos y conocidos por igual, actúan para hacer cumplir los criterios dominantes del tamaño del cuerpo.
Foucault tiende a identificar la imposición de la disciplina sobre el cuerpo con la operación de instituciones específicas, por ejemplo la escuela, la fábrica, la prisión. Esta tendencia, sin embargo, ha implicado ignorar hasta qué punto la disciplina puede estar desligada de las instituciones tanto como ligada a ellas. La anonimidad del poder disciplinario y su amplia dispersión tienen consecuencias que son cruciales para una comprensión adecuada de la subordinación de las mujeres. La ausencia de una estructura formal institucional y de autoridades investidas con el poder de llevar a cabo directrices institucionales, crea la impresión de que la producción de la feminidad es o bien enteramente voluntaria o natural. Es instructivo recordar los diversos sentidos de “disciplina”. Por una parte, la disciplina es algo impuesto en sujetos de un sistema de autoridad “esencialmente no igualitario y asimétrico”. Los y las escolares, los convictos, y los reclutas están sometidos a la disciplina en este sentido. Pero la disciplina puede ser buscada voluntariamente también, cuando, por ejemplo, un individuo busca ser iniciado en la disciplina espiritual del budismo Zen. La disciplina, por supuesto, puede ser ambas cosas al tiempo: el voluntario puede buscar el adiestramiento físico y ocupacional ofrecido por el ejército sin que el ejército deje de ser en ningún sentido el instrumento por el cual él y otros miembros de su clase son mantenidos en sujeción disciplinada. La disciplina corporal femenina tiene este carácter dual: por un lado, a nadie se le obliga a hacerse electrólisis encañonándola con un rifle, ni podemos dejar de darnos cuenta de la iniciativa y la ingeniosidad desplegada por incontables mujeres en su intento de dominar los rituales de la belleza. Sin embargo, en la medida en que en las prácticas disciplinarias de la feminidad producen un cuerpo “sometido y practicado”, un cuerpo inferiorizado, deben ser entendidas como aspectos de una disciplina más amplia, un sistema desigual y opresivo de subordinación sexual. Este sistema busca convertir a las mujeres en dóciles y moldeables compañeras de los hombres del mismo modo en que el ejército busca convertir sus reclutas en soldados.
Ahora bien, la transformación de sí misma en un cuerpo adecuadamente femenino puede ser cualquiera de las cosas siguientes: un rito de paso hacia la adultez, la adopción y celebración de una estética particular, una forma de anunciar el nivel económico y el estatus social que una tiene, una forma de triunfar sobre otras mujeres en la competencia por los hombres o por trabajos, o una oportunidad de darse un enorme gusto narcisista. La construcción social del cuerpo femenino es todas estas cosas, pero en su base es disciplina, también, y disciplina del tipo no igualitario. La ausencia de disciplinarios formalmente identificables o de una tabla pública de sanciones, sólo sirve para disfrazar el grado en el cual el imperativo de ser “femenina” sirve a los intereses de la dominación. Esta es la mentira en la cual todos confluyen: ponerse maquillaje es sólo un juego artístico; el primer par de zapatos de tacón alto es una parte inocente del crecimiento y no el equivalente moderno del amarre de los pies en China».
(Fuente: “Foucalt, la feminidad y la modernización del poder patriarcal“, primer capítulo de “Femininity and Domination. Studies in the Phenomenology of Oppression”)