¿Quién es Svetlana Alexievich, la nueva Premio Nobel de Literatura?
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Svetlana Alexievich (1948) es una prestigiosa periodista, escritora y ensayista bielorrusa cuya obra ofrece un retrato profundamente crítico de la antigua Unión Soviética y de las secuelas que ha dejado en sus habitantes. Ha cultivado su propio género literario, al que denomina «novelas de voces», donde el narrador es el hombre corriente –aquel que no tiene voz, el mismo que se ha llevado su propia historia a la tumba, desde la Revolución hasta Chernóbil y la caída del imperio soviético–. En sus libros, traducidos a más de veinte idiomas, Svetlana Alexievich trata de acercarse a la dimensión humana de los hechos a través de una yuxtaposición de testimonios individuales, un collage que acompaña al lector y a la propia Alexievich a un terrible «descenso al infierno». Es autora de U wojny ne zenskoje lizo (La guerra no tiene rostro de mujer, 1985), Zinkovye malchiki (Los muchachos de zinc, 1989), Tchernobylskaya molitva (Voces de Chernóbil, 1997), Poslednie Svideteli (Últimos testigos, 2004) y Vremya sekond-khend (Tiempo de segunda mano, 2013). Ha recibido innumerables galardones, entre los que cabe destacar, el Premio Ryszard-Kapuscinski de Polonia (1996), el Premio Herder de Austria (1999), el Premio Nacional del Círculo de Críticos de Estados Unidos (2006), el Premio Médicis de Ensayo en Francia (2013) y el Premio de la Paz de los libreros alemanes (2013). Su espíritu crítico, su profundo compromiso y su fructífera carrera literaria la habían convertido en una firme y constante candidata al Premio Nobel de Literatura, ahora por fin ratificada y galardonada por la Academia Sueca. Es oficial de la orden de las Artes y las Letras de la República Francesa.
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«No sé de qué hablar… ¿De la muerte o del amor? ¿O es lo mismo? ¿De qué?
Nos habíamos casado no hacía mucho. Aún íbamos por la calle agarrados de la mano, hasta cuando íbamos de compras. Siempre juntos. Yo le decía: «Te quiero». Pero aún no sabía cuánto le quería. Ni me lo imaginaba… Vivíamos en la residencia de la unidad de bomberos, donde él trabajaba. En el piso de arriba. Junto a otras tres familias jóvenes, con una sola cocina para todos. Y en el bajo estaban los coches. Unos camiones de bomberos rojos. Este era su trabajo. Yo siempre estaba al corriente: dónde se encontraba, qué le pasaba…
En mitad de la noche oí un ruido. Gritos. Miré por la ventana. Él me vio:
—Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Volveré pronto.
No vi la explosión. Solo las llamas. Todo parecía iluminado. El cielo entero… Unas llamas altas. Y hollín. Un calor horroroso. Y él seguía sin regresar. El hollín se debía a que ardía el alquitrán; el techo de la central estaba cubierto de asfalto. Sobre el que la gente andaba, como él después recordaría, como si fuera resina. Sofocaban las llamas y él, mientras, reptaba. Subía hacia el reactor. Tiraban el grafito ardiente con los pies… Acudieron allí sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les advirtió; era un aviso de un incendio normal».
Fragmento de Voces de Chernóbil (Ed. DeBolsillo), en ella Svetlana Alexievich da voz a aquellas personas que sobrevivieron al desastre de Chernóbil y que fueron silenciadas y olvidadas por su propio gobierno.
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