La muerte más triste de “Los Soprano”
Por Alicia Louzao
Artículo homenaje a la serie “Los Soprano” de HBO que terminó hace siete años y que marcó un antes y un después en la televisión.
Han pasado siete años desde que la HBO emitiera el último capítulo de “Los Soprano”. Años, quizás, en los que hemos visto más películas, hemos leído más libros, hemos probado geles de ducha nuevos (actualmente todos sin parabenos) y hemos intentado que nos salga mejor la tortilla o evitar el sobrepeso.
Para rescatarla, siempre se puede echar mano a la caja compacta, elegantemente negra, digamos en un luto premeditado, de “Los Soprano”. Sí, los dvd sin piratear, que la serie lo vale. Y, de este modo, disfrutarla de nuevo un poco más. Existe un efecto de atracción en esta serie, imposible de frenar. Comenzamos con el primer episodio y acabamos devorando todas las temporadas. De nuevo.
-¿Verías “Los Soprano” de nuevo?
-Pero si ya vi la serie. Sé cómo acaba.
-Bueno, es como releer un libro.
Además, cada vez que se retoma (o que se re-repite) descubrimos algo nuevo. Un matiz, un gesto, como por ejemplo Tony Soprano mirando al infinito tras escuchar a su hija Meadow confesar que un tal Coco se dirigió bravuconamente a ella; Carmela, su mujer, le pregunta “So…Parisi is your new friend?” y en ese encuadre se observa a Tony, en un segundo plano, con la vista en un punto fijo mientras todos sabemos que se le están friendo los sesos de sed de vendetta.
Ah, vendetta.
Algo que en Italia conocen bien, pues la sangría que se produjo entre emperadores, cónsules y senado es algo que está recogido en los papeles de la Historia. “¡Qué gran artista perece conmigo!”. Esta frase, atribuida a Nerón, que pronunció cuando fueron a por él tras todas las locuras que se llevaron a cabo bajo su mandato, parece que la ondea Tony allá por donde va, con sus movimientos, sus puros, el humo que le nubla la vista (“blue moon in your eyes” perfecta frase del inicio de la serie, perteneciente a la canción, cuando precisamente a Tony Soprano se le nubla la vista con el humo del cigarro). Ese Nerón cuya madre, Agripina, eligió que le apuñalaran en el vientre porque fue precisamente ahí donde dio cobijo al asesino que luego ordenaría imperiosamente que la liquidaran. Pero Nerón (que significa “grande”) no fue el único serial killer en el poder. Antes de él, se dice de Calígula que mandó construir un templo de marfil a su caballo (¿Tony y los patos? ¿Tony y el caballo de su amigo Ralph Cifaretto?) y que, un día cualquiera, se levantó con ganas de aniquilar a todos los calvos. Por supuesto y por la contra, también estuvo Julio César, marcial emperador que todos hemos conocido primeramente por Astérix y Obélix, fuente fidedigna causante que uno se estremezca de placer al contemplar ante sus ojos la estatua de Vercingetórix expuesta en su ciudad natal, la actual Clermont Ferrand, al mismo tiempo que probamos en nuestras carnes que los entretenimientos de la infancia también instruían. Y se registra la figura de Cla-cla-claudio, que fue origen del libro que dio lugar a la serie británica (con su acento tan posh), quien a su vez conquistó la Britania (todo está relacionado) y a quien su mujer, la mencionada anteriormente Agripina, mató para poder poner en el trono a su querido Nerón.
La mujer. Parte importante de la historia de los italianos. Qué sería de su historia sin Livia (tanto en Roma como en New Jersey), que amamantó a Tiberio con un profuso amor y que comenzó las intrigas que terminaron por exterminar todo pariente-viviente menos a Claudio, que hay que añadir que significa “cojo” y que, seguramente, ese significado venga por tal genial emperador; al igual que el chícharo viene de la marca de Cicerón, que tenía una protuberancia en el rostro del tamaño de un guisante. Nos queda constancia así que el físico siempre ha sido importante y que el bullying verbum no es novedoso.
Con el mismo modus operandi, Livia tramó el asesinato de su hijo Tony Soprano, llorado cuando a ella le apetecía, odiado el resto del tiempo, aunque esto no produjo sus frutos. Luego, el querido uncle Jun de gafas cuadradas, a juego con su cabeza de calabaza, urdió su muerte no una, sino dos veces.
No obstante, entre tantos intentos de asesinato, tantos juegos sucios y puñales que corren por la serie al igual que en la época del esplendor y decadencia de Roma la bella y grande, yo tengo un final favorito.
La muerte de Bobby Baccala
Bobby Baccala. Todos recordamos al personaje redondo, de pelo negro, ojos pequeños e infinitamente tranquilo (a la par que sensible) que ejercía de “niñero” de uncle Jun durante la serie y que, finalmente, contrae matrimonio con la hermana de Tony Soprano.
Desde que el pantagruélico personaje entra por la puerta de la juguetería, olvidando el mensaje de aviso que suena en el coche como un eco repetido en el tiempo, un ring ring continuado que nos viene a bombardear los sesos mientras que, oh nosotros conocedores del final, exclamamos “corre, date prisa, date la vuelta y contesta al teléfono” a pesar de que ni telepáticamente ni cronológicamente él pueda escucharnos, y se abalanza a la tienda, ipso facto, dispuesto a adquirir un trenecito nuevo, entonces, solo entonces, lo dejamos todo venir, como asumen Schopenhauer y Kierkegaard, y no intervenimos. La naturaleza da y quita. Y nos quita a Bobby.
-Imagine, riding in that club car, sipping on a Negroni…Eight grand the whole set?
-There is other people interested.
(y aquí un nuevo encuadre, desde el punto de vista del espejo, en el que vemos a dos extraños moverse por el pasillo, hacia el mostrador en donde está Bobby)
-I am gonna go for it.
Lo espeta así, encogimiento de hombros incluido, como un ser cualquiera que, digamos, va a por unos auriculares preciosos, grandes, que sabe que no puede comprar, que ya ha invertido bastante buitoni en entradas de cine, en camisas nuevas, en unas fundas estupendas de almohadones que queden mejor con el sofá para que se no parezca tanto a Ikea y, a pesar de todo esto, a pesar de tener como objetivo esos auriculares mullidos de cable kilométrico, hace como que paseaba por ahí y oh casualidad, oh musas de Woody Allen, se topa con la tienda de marras. Y ve los auriculares soñados. Y también escupe un “I am gonna for it” con la etiqueta del precio (digamos, 45 dólares) colgando de la mano temblorosa y emocionada. Seguramente no diga “I am gonna for it” si está en Badajoz, pero dirá lo mismo en otro lenguaje. Y saldrá citando a César con su veni, vidi, vici para luego ir a por un cannolo. Ya que estamos en esa línea italiana.
Y Bobby va a por ello. Y los strangers, waiting, caminan sin pensárselo dos veces hacia su final. David Chase eligió el tren para magnificar más la muerte de Bobby, apóstol de Tony y siervo de Junior (uncle Jun), hombre que no solamente decoraba la pantalla con su barriga a lo buda sino que tenía esa cara de perdido, si no de un “déjame hacer” sí de un “déjame hacer… lo que tú me mandes”. Entonces esa imagen, tan recurrida en las películas de la época que huían de la censura (al ritmo del cha-ca-chá del tren) para poder pintar un poco de escenas de sexo en las mentes de los espectadores que pedían perversión por favor, por favor, a borbotones, y se iban a casa contentos de haber descifrado ese tren metiéndose en un túnel con un soberbio PI PIIIIII, como en el final de North by Northwest. Y chás, magia del cine, eso se convertía en faldas, en sexo desenfrenado, en pantalones de Cary Grant por el suelo. Y hete aquí una pausa para la elegía a la falta de imaginación que nos ha dejado el cine ahora mimándonos tanto. Pausa.
-Your son will love this, too.
-He don’t care…
(y, de repente, todos odiamos un poquito a ese pequeño son of a Bobby, que estaría ese día jugando con los amigos a la videoconsola porque no tuvo que ir a actuar)
Y el tren continúa su paso.
Todo fluye.
Y nosotros, los que sabemos lo que va a pasar, los que, como yo, agarran con dilección los dvd de esta serie tan fantástica, somos un poco como esas figuritas que se tapan la boca. Como esos trozos de plástico que aparecen en escena mientras el tren, casi aparato despiadado ahora, avanza su paso. Y eso que podríamos perfectamente detener ahí la secuencia de imágenes y pensar que Bobby adquirió el tren y se fue a casa a ponerse el sombrerito para jugar un rato a ser, por fin, skip de su propio reino. Algunos hemos hecho eso con Carrie y con David Copperfield.
Baccala se relame, bacalao en los labios de un bilbaíno, mientras contempla su juguete azul. Como el verano. Y los extraños llegan y arrasan con todo. Imagen de nuevo de la señora tapándose la boca (por un momento podemos pensar que son esas figuras las que gritan, aterrorizadas, en la tienda; justo en ese preciso momento en que es disparado el gigante feliz, vemos a un policía de juguete tras la mujer sorprendida, escena que considero más escalofriante que la simple y llana matanza), el tren de la vida descarrilado a base de pequeñas y mortíferas balas. La pérdida de un hombre y de su reino de plástico, en donde el emperador Roberto I cae desplomado con los brazos abiertos sobre la pista de raíles. Así, antes de él, cayeron muchos otros que también gobernaron un país en donde todo fue una ilusión. En donde se creyeron dioses hijos de Marte y levantaron templos a su nombre y cortaron las cabezas de Júpiter para poner la suya propia. Y con su asesinato se derrumbó el palacio de mentira que ellos alimentaban con muchas y variadas especias exóticas y vasijas traídas de Grecia. Así, Bobby, cubierto de sangre, se despide de su propio reino animado, dejando también lugar al adiós al único personaje bonachón, el verdadero Papá Noel de la serie (“I can’t do it…I am shy”), el único que se escondía en su garaje para manejar los controles remotos de esa herencia made in China y pintada en brillantes colores.
Y, efectivamente, con él llega el punto de inflexión. El blues que asoma en el resto de la serie, esas aproximadamente dos horas finales. Desde el minuto 37:25 del capítulo LXXXV.
Una semana genial.
Luego de este capítulo, nos consolamos pensando que queda uno más antes de terminarla: Made in (Italo) America.
Qué grande Los Soprano. El artículo está genial para recordar todas las referencias que se hacen en la serie y que muchas veces pasan desapercibidas.