De cómo las personas se convirtieron en frías pantallas – “Pubertad – Edvard Munch”
Por Abel Farre
Nuevas historias para obras de arte
«Pinta los nuevos escenarios de obras pasadas; porque por mucho que pase el tiempo, los personajes se siguen repitiendo. Se buscan nuevas formas de reproducción plástica para dar imagen a mis palabras. Ahora te toca a ti imaginar.»
Esa niña que se fue a dormir, se levantó dejando gotas de sangre en sabana de juicio de mujer. Con ambas manos aún húmedas por toque de entrepierna, fue buscando a ciegas y sin expresión alguna las respuestas de su pequeño progenitor.
Tras deslice de pantalla, la vorágine de información empezó a nublar sus ojos de lágrimas por los cambios que se venían y tras toque de senos para verificar posible aumento, se levantó rápidamente para buscar consuelo en esa grande pantalla que con autentificación de contraseña, parecía ser el único confidente con el que poder mantenerse desnuda aun con ropa de adorno.
Ella miraba a izquierda y derecha de esos labios hechos palabras escritas y ahora ya con cara desencajada no se permitía ni mirarla de frente porque sentía que se cejaba. Por primera vez se sentía despojada de todo al verse dentro de una habitación en donde las pantallas se habían convertido en espejos y en donde lo único que veía, era a ella misma; una habitación en donde lo único que existía, era la soledad.
Los secretos de la vida, los misterios del cuerpo, el descubrimiento de la sexualidad; parecían haberla dejado como un caracol sin caparazón. Ella había crecido rodeada de unos amigos de infancia que seguirían tomando la luz de su vida, tras cualquier enchufe con el que cargar nuevas promesas que tal vez nunca llegarían a hacerse realidad. Y hoy la realidad superaba la ficción de cualquier portal de búsquedas e incluso aquello que antaño llamaban “abrazos”, ahora estaba al nivel de cualquier imagen con la que cubrir un fondo de pantalla.
Aquella habitación se había llenado de las sombras de sus miedos; era la asfixia de un hogar sin cariño, pues los tímidos destellos de pantallas de diferentes pulgadas aparecían como la única opción para aliviar su desconcierto. Ahora al otro lado de la puerta no había nadie que pudiera distinguir su lágrima de su sonrisa; ahora al otro lado de la puerta no se sabía quién respiraba.
Tras media vuelta, un paquete de compresas reposaba al fin de la cama; no entendía como aquello podía haber llegado hasta allí, pues no recordaba haber visto ni brazos ni piernas que se apoyaran en cada uno de aquellos viejos amigos de infancia.
Pues tal vez al otro lado de esa puerta existían un algo llamado “Padre” o “Madre” que a pesar de ser nuevas víctimas de la anulación de las nuevas tecnologías, aún tenían el recuerdo de alguien a quien un día le pusieron un nombre.
“Y sino una nueva obra de arte siempre nos quedara para aquello que sin palabras y sin poder explicar, soñaremos que entre pinceles permanecerá escrito; ante los ojos del que se crea que no ha muerto.”