ma ma (2015), de Julio Medem
Por Jordi Campeny.
Puede haber algo de poesía en el tránsito de dejar este mundo, incluso si lo haces devorado por el cáncer, pero resulta, como mínimo, muy temerario intentar hallarla. La poética de la muerte, antiguo tema, tan antiguo como la misma muerte. Cierto es que se han escrito versos y libros sublimes sobre el último viaje, también se han filmado muy bellas películas pero, ay, uno no consigue recordar en los últimos tiempos una película mayúscula sobre la pérdida de un ser querido a excepción de la rotunda obra maestra Amor, de Haneke (2012), que se caracterizaba precisamente por su radical ausencia en la búsqueda de poesía. Y, evitando buscarla, en cierto modo, la encontraba. Qué difícil resulta encontrar películas sobre la enfermedad y la muerte que no resulten cursis, blandas o sensibloides.
La esperada última propuesta del director vasco Julio Medem, ma ma, vuelve a revisitar estos espinosos territorios. En este caso, intenta aunar -con acierto algunas veces; otras con incomprensible desatino- vida y muerte; una vida que se apaga mientras, a su vez, otra empieza a alumbrarse. ma ma narra la historia de Magda, una maestra en paro que, tras ser diagnosticada de cáncer de mama, reacciona sacando toda la vida que lleva dentro. En este tortuoso periplo, gracias a su lucha valiente, vive momentos –obviamente– dramáticos, combinados con otros de insospechada y leve felicidad.
El cine de Julio Medem se ha caracterizado siempre por sus universos poblados de almas excéntricas envueltas por una particular atmósfera poética que apuntaba a lo sublime. Y en algunos casos logró rozarlo. Hay quien ha escrito que a quien no le interese el cine de Medem previo a Caótica Ana (2007) tiene un evidente problema; pero a quien sí le interese su cine posterior, también lo tiene. Uno entiende y, en cierto modo, comparte tal aseveración, aunque con matices. Es innegociable que películas como Vacas (1992), Tierra (1996), y sobre todo Los amantes del círculo polar (1998) y Lucía y el sexo (2001) –vigorosos, auténticos, hermosos y complejos arrebatos líricos– conformaron una voz sugerente, hipnótica y poética. Única. En algún momento y por algún motivo, sin embargo, lo sugerente pasó a ser explícito; lo lírico, pseudopoético y lo sublime, en algunas ocasiones, ridículo.
ma ma es una película post-Caótica Ana, por obviedad cronológica y por los problemas de los que adolece. Medem se permite –una vez más– algunas licencias pseudopoéticas que rebasan con holgura la línea roja del ridículo (los latidos de un corazón digital como metáfora de un coito, el personaje del ginecólogo cantarín que se arranca a cantar dentro de un quirófano antes de extirpar un pecho devorado por el cáncer, el tema musical escogido para rubricar la inverosímil y sonrojante escena final) y que pueden hacer que el espectador, levemente aturdido por esto tan ingrato llamado vergüenza ajena, aparte la mirada de la pantalla para posarla en algún otro punto.
Sin embargo, a pesar de estos pesares, y a diferencia de gran parte de la crítica, uno no se atrevería a menospreciar, ni mucho menos, esta ma ma. Aunque resulte a ratos artificiosa y un punto relamida, la película transmite, hiere, trasciende la pantalla y emociona. Aunque por momentos su pretendida poética chirríe con estrépito, nos encontramos ante una propuesta delicada, bienintencionada, con momentos bellos que erizan la piel, que no debería resultar ajena a nadie. Es más una fábula que una historia pretendidamente verosímil, o almenos así uno ha preferido verlo. Aunque la película es puro Medem –para lo bueno y para lo malo– se le nota cierto esfuerzo de contención y algo más de austeridad expositiva.
Y para el final dejamos lo que es, sin duda, lo mejor de la función: Penélope Cruz, protagonista absoluta y único eje vertebrador de la historia. Uno, a pesar de los pesares, sigue con ma ma en la cabeza; se niega a desaparecer del todo. Y ello se debe, sin ninguna duda, a la luminosidad, generosidad, matices –incluso humorísticos–, entrega y excepcionalidad del que es, junto con Volver (2006) y Todo sobre mi madre (1999) –ambas de Almodóvar–, el mejor trabajo de toda su carrera. Ver a Penélope deslizarse por distintos registros dentro de su drama, disfrutar de su presencia y de su intensísima mirada líquida, justifica de por sí el precio de la entrada llegando, incluso, a compensar un poco los desatinos medemianos.