Cubierta-Prieto-206x300-2Repetición sobre Teresa de Jesús y Juan de la Cruz

Antonio Prieto

Libros de la resistencia

Por José de María Romero Barea

La Cristiandad ha tenido a lo largo de su Historia una relación ambivalente con el silencio. Meister Eckhart pensaba que “nada es tan parecido a Dios como el silencio”. El filósofo decimonónico Søren Kierkegaard publicó su meditación sobre el sacrificio de Isaac, Temor y temblor, bajo el seudónimo de Johannes de Silentio. En su ensayo Repetición sobre Teresa de Jesús y Juan de la Cruz (libros de la resistencia, colección Paralajes en octavo 7, 2015), el narrador y filósofo español Antonio Prieto (1929) aborda las contradicciones intrínsecas al solipsismo espiritual en la literatura del siglo XVI español.

Según Prieto, el movimiento místico español entendió la metáfora “como una potenciación del lenguaje emotivo”. Para ello, escritores como San Juan de la Cruz (Ávila, 1542 – Úbeda, Jaén, 1591) y Santa Teresa (Ávila, 1515 – Alba de Tormes, 1582), “crearon una lengua apoyada en una sintaxis de oraciones subordinadas, de una fuerza expresiva extraordinaria”. Sin embargo, se trataba de “la lengua, contra la lógica, que la mística necesitaba para existirse en su inefabilidad y que tiene que discurrir en un plano de intensa connotación”.

En el ensayo, se analiza la representación del silencio en ambos autores, su insistencia en la mudez del ídolo, que “por sus particularidades de presencia, inmanencia y atemporalidad, modifica necesariamente el modo (y el contenido) del mensaje”. Juan de la Cruz “sabe que su comunicación lírica es una experiencia mística y que ésta es inefable y que, por tanto, no cabe en la belleza y medida de una lengua lógica”. La idea de la “teología negativa” en Teresa de Jesús (que describe a Dios en términos de lo que no puede ser dicho sobre él) ofrece uno de los hilos unificadores del libro.

La última sección continúa con la duplicidad sonido y silencio. “Avecinarse la criatura a Dios, origen de hermosura, armonía y unicidad, es factible de realizarse mediante la contemplación, de la que participan místicos y renacentistas. Contemplar es la serena vía de conocimiento, del conocimiento del mundo, del hombre, de Dios. Y es origen de la alabanza”. Prieto equilibra los atractivos de la vía negativa con una conciencia crítica. Retirarse del mundo, parece concluir, puede ser una capitulación ante su poder, al mismo tiempo que un triunfo sobre  sus prejuicios. El silencio funcionaría así como una metonimia de la paradoja cristiana de compromiso con y retirada del mundo.

Juan de la Cruz escribió: “El silencio es el primer idioma de Dios”. Puede ser que al escuchar a la divinidad, uno pueda oír no sólo el clamor en su cacofonía, sino también los susurros. Antonio Prieto logra capturar esa ambigüedad como una fuerza positiva. El pensador español aborda esta relación problemática y a menudo contradictoria con aplomo, en una obra intelectualmente sólida, asombrosamente breve y sobre todo libre de las prevaricaciones y auto-calificaciones que a menudo obstaculizan la prosa académica.