Mientras seamos jóvenes (2014), de Noah Baumbach
Por Miguel Martín Maestro.
Pocas cosas más patéticas que un cuarentón simulando ser eternamente joven, creerse que los 40 son los nuevos 30 y no aceptar que ya empiezas a tener síntomas de artrosis en las articulaciones, posponer algo tan serio y para lo que no todo el mundo está preparado como tener hijos hasta que el cuerpo no te sostiene, convertirte en abuelo prematuro más que en padre, ponerte a bailar rap o hip-hop como si fueras un adolescente mientras la espalda te deja crujido, probar todas las novedades del momento siguiendo modas impuestas para creerse eternamente activo y de espíritu incombustible, ponerse unas gafas blancas para tapar la realidad de que lo que te jode no son los cristales sino la presbicia.
Y ya llegados a la mitad de la cuarentena la gente se va dividiendo en dos grupos, como poco, los que tienen hijos y se infantilizan al extremo de disfrutar con cualquier mamarrachez destinada a unos niños que se echan a llorar asustados por el espectáculo que provocan los padres, y los que nunca han querido tener hijos o no han podido, y ante el abismo que provoca ir sumando años y años, pretenden seguir con un ritmo de actividades y aficiones que les haga olvidar que todo se acaba y que han dejado de ser adolescentes hace mucho. Los años nos hacen desconfiados, arrogantes, retadores, te niegas a aceptar otras verdades que no sean las tuyas, en el fondo te aterra reconocer que te has equivocado y que al mirarte en el espejo ya te puedes conformar con no creerte un pusilánime, un vendido o un hijo de puta, el espejo no te devuelve unos bíceps espléndidos sino algo que empieza a descolgarse, y los esfuerzos porque la grasa no se acumule no valen el sacrificio de beber un buen vino o saborear la carta de un restaurante recomendado en las guías.
Ya tienes años en los que hacer amistades resulta, si no imposible, poco creíble, puedes haber perdido la timidez para relacionarte, pero sabes mostrar una fachada y ocultar el interior, justo al revés de como eras de joven, donde callabas para no descubrirte y cualquier reto te encendía las mejillas. Y con cuarenta y tantos serás capaz de criticar todo lo que hace la gente a tu alrededor y no verás la cantidad de tonterías propias en las que incurres, serás capaz de llevar un polo de pico para mostrar medio pecho ya en pleno decaimiento, te pondrás sombreros porque lo has visto a un modelo de poco más de veinte años o porque Elvis Costello los ha usado siempre, te comprarás ropa de colores chillones para vencer el gris de tu piel, falta de brillo y tersura. A los 40, no te engañes, empieza el declive, y luchar con disfraces contra ello sólo consigue sumar, a los años, el ridículo, como en el que caen Josh y Cornelia aunque ellos no se enteren.
Cuando Josh y Cornelia han alcanzado la plácida monotonía de una pareja estable de cuarentones, cualquier canto de sirena juvenil les puede hacer salir del sopor, con el riesgo de ser vampirizados o devorados por mentes más ágiles, más despiertas, más despiadadas. A Josh (documentalista de una sola película, a quien el éxito le ha dado la espalda y vive bajo el peso insoportable de ser el yerno de un afamado y laureado cineasta de la realidad), empantanado en un documental con el que lleva 10 años trabajando, que una pareja de guapos y aduladores veinteañeros se le acerque después de una clase universitaria para felicitarle por su película, le rompe todas las defensas. Deseoso de ese reconocimiento, de ser conocido por su obra y no por ser yerno de…….no es capaz de ver más allá de lo que su mente desea. A Cornelia y Josh (Naomi Watts y Ben Stiller, quizás uno de los errores de la película y que lastran su dinamita interna con actuaciones sobreactuadas, algo que en el caso de Stiller no es sorpresa, pero sí en una Watts que va perdiendo fuste película tras película), aislados en su burbuja burguesa, con los amigos entregados a la crianza de retoños, separados de los ambientes que frecuentaban, cansados tanto de sí mismos que les cansa cualquier cosa que les recuerde lo que eran, y que se sienten desplazados e incómodos en ese mundo, la llegada de esta joven pareja les hace descubrir una ciudad que ya no conocían, pero al tiempo, desoyen lo que la prudencia de los años les debería recordar y hacerles poner alerta.
Y en este juego de engaños, autoengaños y medias verdades, Baumbach siembra un par de escenas estupendas mezclando la ficción con el cine documental, planteando la dicotomía entre si sólo vale el cine documental que se ciñe a la realidad, aunque aburra, o vale que el cineasta mute, provoque, falsee esa realidad para conseguir sus fines, tres generaciones de cineastas se enfrentan en pantalla con distinta forma de ver el cine y su futuro, como la vida de Josh y Cornelia, que era más real antes de conocer a Jamie y Darby (solventes y creíbles Adam Druver y Amanda Seyfried), aunque los meses compartidos con estos hayan sido un aliciente, un revulsivo para su relación acomodada al cariño y a la falta de sorpresas. Al final parecería que Baumbach nos vende una historia de tradicionalismo, de final convencional, pero los dos últimos planos revelan que no es así, que la película de Baumbach está llena de dinamita y vitriolo contra una generación que ha crecido en años y poco en madurez, que es incapaz de mantener una conversación entre amigos sin estar mirando el móvil cada cinco minutos, y lo que es peor, que ha transmitido estos valores a las nuevas generaciones. Mientras éramos jóvenes a lo mejor éramos despreocupados, lo malo es que al llegar a la madurez nos hemos convertido en despreocupados y estúpidos, menudo avance.
Advertirán temas y preocupaciones del cine de Baumbach, pero no estamos ante la grandeza de Una historia de Brooklyn o Frances Ha, ni tan siquiera ante la solidez de Margot y la boda, no obstante, pese a los guiños andersonianos, los puntos de fuga propios de Frances Ha, las crisis existenciales teñidas de comedia herederas de Una historia de Brooklyn, o el peso del paso del tiempo de Margot son perceptibles en esta película irregular a la que no hace un favor su reparto de “estrellas”.