Amar, beber y cantar (2014), de Alain Resnais
Por Miguel Martín Maestro.
Esta frase resume perfectamente el espíritu de Aimer, boire et chanter, la última película, en todos los sentidos, de Alain Resnais, rodada con más de 90 años de edad y tercera ocasión en que utiliza un texto del dramaturgo británico Ayckbourn para hacer cine utilizando las armas escenográficas del teatro. A lo largo de la película cinco personajes se dedican a hacer teatro con y de su vida, el único que permanece alejado de ese grupo, el último en llegar, aquel que suplantó a George en un hogar y le hizo invisible pero permanentemente presente, será el que lance la frase rotunda que encabeza este comentario, para que a nadie se le olvide, para que aquellos que podamos decir que parece teatro no nos equivoquemos, Resnais hacía cine, hacía su cine, y no dudaba en mezclar las artes para alcanzar sus objetivos, unas veces más logrados y otras menos, pero siempre originales. Cine, teatro, música, literatura, cómic… todos están representados en esta película, una despedida a lo grande y sencilla.
Siendo cine, el uso del espacio es absolutamente teatral, incluso las actuaciones, en ocasiones sobrepasadas de gestualidad, se acercan más a las tablas del escenario que al plató de cine, y sin embargo, qué maravilla de luz, qué maravilla de decorados, qué simpleza en la escenografía y qué profundo resultado para reflejar condición social, estado de ánimo, estación del año. Durante un año, de una primavera a un incipiente invierno, asistimos a una doble representación, la de tres parejas en su rutinaria vida diaria y en su proyectado ensayo de una obra de teatro en la que participan dos de ellas. Tres parejas en tres ambientes, el burgués medio, el burgués alto y el popular de una familia agrícola. Sus vidas se ven zarandeadas por una noticia, un séptimo personaje padece un cáncer incurable para el que el pronóstico de vida no es muy superior a los seis meses. Ese omnipresente personaje de George, amante de Jackie (Sabine Azema) en su adolescencia, exesposo de Mónica, amigo íntimo de Jack (Michel Vuillermoz) será el factótum de toda la película, ausente en pantalla pero permanentemente motivando los actos de todos los demás, catalizando sus reacciones desde lo miserable a lo irresponsable, provocando que cada una de las parejas muestre sus déficits, el ineludible paso del tiempo y la erosión de esas relaciones. En George, y su vida a término, el recuerdo del director es inevitable, a sus 90 años no se puede más que pensar que cualquier día es el último, así como George recibe la noticia y lo celebra con un vals en fuera de campo, Resnais celebra que está vivo rodando una nueva despedida.
La historia es de una sencillez total, los personajes pueden ser arquetípicos y delineados a la búsqueda de un propósito ya prefijado, más que construidos como personajes, y sin embargo la puesta en escena de todas y cada una de las situaciones forman auténticos “tableaux vivants” de exquisito gusto. Cada decorado viene reforzado por colores muy vivos que aportan alegría inconsciente, luminosidad, optimismo. Lo que observamos, con una simple iluminación remarcando el colorido, puede cambiar de significado con luces tenues o en penumbra, surgirá la duda, la opresión de la sospecha, la ruina del paso del tiempo. Simples lienzos coloreados simularán paredes, puertas y ventanas, la acción se desarrollará casi íntegramente en los exteriores de las casas, en sus jardines o en sus entradas, unos escenarios falsos pero sorprendentemente vivos, salvo una escena casi final de cada pareja en el interior de sus casas. El espacio abierto como garante de libertad y de posibilidad de escape, el interior de las viviendas para remarcar la unión, aún ficticia, más por cariño, que por amor, entre ellos, la fuerza de la costumbre en el colofón de una vida en común.
El dibujo y el escenario se presentan como nuevos personajes en la trama. Menos Simeón (André Dussollier), el nuevo compañero de Mónica (Sandrine Kiberlain), la exmujer de George, el último en llegar, todos y cada uno de los personajes, en un momento dado, serán rodados en primer plano, un rostro expresivo contando sus miedos, sus temores, sus decepciones, con un fondo tras ellos que bien podría ser un “croma” maquillado, un fondo blanco sobre el que una trama de líneas negras equivale a la tela de araña en la que todos ellos se encuentran atrapados sin salida fácil. Un simple rostro sin hablar con ese fondo ya dice mucho sobre la psicología del personaje en ese momento, su repetición a lo largo de la película resta eficacia a la propuesta, pero es evidente que todos y cada uno de los personajes se encuentran en esa encrucijada, Simeón en cambio, ajeno a ese mundo, optará por dar una patada a un tocón de árbol cada vez que los comportamientos de Mónica le descolocan, la sombra de George es tan alargada que duda sobre el amor de Mónica y sobre si no será finalmente sustituido.
No hay cine sin luz, un fundido en negro puede ser un elemento de ruptura entre escenas, pero no concebimos una historia en permanente cuadro negro. En esta película la luz se hace visible de manera continua, una luz que no oculta su inspiración teatral, focos que se encienden o atenúan, colores cambiantes, rostros iluminados mientras los cuerpos permanecen en semipenumbra. Al final de la película, en una de las pocas escenas de “interior” que existen, cuando las tres mujeres han decidido irse con George de vacaciones a la mañana siguiente, hay una de estas escenas culminantes. Una larga escalera de madera, Jackie (Sabine Azema) se sitúa en la zona superior mientras Colin (Hyppolite Girardot), atenazado por la evidencia de que su mujer se irá le pide que se quede desde el pie de la escalera. Jackie ha reprochado a su marido durante la película que no le habla, que no le escucha, aquí Colin por fin dice lo que quiere, que ella se quede. En esa escena la luz se proyecta desde la espalda de la mujer en lo alto de la escalera, como procedente de la luna que entra a través de una cristalera, la cara de ella queda difuminada y a contraluz para Colin, situado al inicio de los escalones, en un plano de inferioridad, quedando iluminado completamente al recibir la luz frontalmente. Un personaje que ha permanecido transparente a lo largo de la película queda matizado por la luz a la espera de su decisión, mientras Colin se ilumina, su aparente grisura personal, su obsesión por los relojes, su aparente desinterés hacia su mujer, su apatía vital acomodado en la costumbre de mantener las rutinas para evitar sorpresas, de repente se revela para luchar, mínimamente, por lo que considera importante, los dos personajes se igualan al reunirse en el mismo plano, no antes. Hay una escena similar entre Tamara (Carolina Silhol) y Jack, en este caso la escalera no existe, pero para colocar a la mujer en un plano superior, Resnais opta por arrodillar a Jack, obviamente éste, además de pedir a su mujer que a la mañana siguiente no se marche, ha de reconocer sus errores y recibir un perdón. Sin embargo, para la tercera pareja, Mónica y Simeón, no hay diferencias, no hay desaires que perdonar ni ha dado tiempo a que su relación se erosione por la rutina, serán representados sentados, al mismo nivel, asumiendo una circunstancia incómoda pero en la que nadie ha de reprocharse nada, los dos de frente, con la misma iluminación, con la misma incomodidad y miedo al futuro.
La ironía que subraya toda la película se incrementará en el final con la aparición de un octavo personaje, dejémoslo aquí simplemente anunciado, y con la aparición por dos veces de un topo de peluche, la primera al pasar del verano al otoño, como un ciego que se aventurara a conocer el desenlace del vodevil, y otra justo al final, en el funeral de George, como diciendo “au revoir”, he visto todo lo que podía ver y aquí os quedáis, han pasado muchas mujeres por mi vida, pero al final, despedido por una joven de 16 años, lo único que queda es una calavera, “tempus fugit”. Una calavera es el resumen de una vida, se te recuerda un tiempo a través de quien compartió contigo algo y subsiste, pero al final, no quedan más que huesos y olvido, y Resnais se despide de todos nosotros y de su troupe de actores y actrices de sus últimas películas, como ya hizo en Vous n’avez encore rien vu. Nada impide identificar a ese George como un doble del propio director, los actores giran alrededor del director y sus designios como los personajes alrededor de George, el director decide por ellos y los encamina hacia su objetivo, como George juega con todos ellos y les provoca, les hace inferiores y maleables a su voluntad, al final, incluso en el acto último de despedida, sobrevolará por encima de los supervivientes, un gentil movimiento de cámara elevada seguirá el último adiós de los amigos hasta que estos hagan mutis por el foro y aparezca la joven, ahora ya no cabe más que decir adiós a uno de los grandes del cine europeo, y esta vez para siempre.