Hotel Atlántico: inmensidad de dunas blancas
João Gilberto Noll
Adriana Hidalgo editora, 2014
Por José de María Romero Barea
“Ahora solo miraba el suelo sucio del piso superior de la terminal. Mirando aquel suelo sucio no tenía nada en que pensar. Tal vez en una vaga nostalgia de la intimidad infantil con el suelo”. La novela Hotel Atlántico (Adriana Hidalgo editora, 2014) transpira soledad. Su solipsismo, sin embargo, no es eremita, sino psicológico: pura alienación social. La novela de João Gilberto Noll (Porto Alegre, Brasil, 1946) es producto de una cultura (la occidental) sin rumbo, sin sentido, azotada por las condiciones materiales y sociales, carente de cualquier capacidad de reflexividad o deseo.
La indiferencia de su protagonista (innominado) no es la del estoico. Tampoco es un extranjero al modo de Mersault (aunque Noll está claramente influenciado por Camus). El héroe de Hotel Atlántico rechaza su entorno al mismo tiempo que anuncia el fin del sentimiento, tal y como lo conocemos: “En aquel espejo parecía un hombre proveniente de una tierra remota, alguien obligado a enfrentar a diario las peores intemperies. Sentí que me hacía falta todo eso que jamás tendría que soportar. Bajé la mirada”.
Noll denuncia la indiferencia del universo, la inutilidad del esfuerzo humano, el fracaso de las creencias, las aspiraciones, los sueños. La actitud de su protagonista, sin embargo, no es ni cínica ni desesperada. Si nada importa, todo vale. Su anti-héroe se complace en destrozar aspiraciones, como antes hicieran sus contrapartidas literarias: el Bartleby de Melville, el Iván Karamazov de Dostoievski, el Joseph K. de Kafka. La desintegración urbana, el humillante trabajo rutinario, la bondad de los extraños – esos son los verdaderos protagonistas de Hotel Atlántico.
Esta extrañeza, este sentimiento de alienación, este malestar, están motivados por la banalidad de una fe ciega en lo racional. Nuestro pecado original es haber caído en las garras de la sociedad, en el “mundo de estructuras” al que se refiere el doctor Carlos: “Como en cualquier otra, cuando se extrae una parte de la estructura ósea toda la estructura se ve afectada”. Jerarquías y círculos perpetúan el poder, la crueldad, la indiferencia. La irrupción del pasado y el futuro engendran mala conciencia.
La insensibilidad es el reconocimiento tácito de la necesidad de volver a la naturaleza. El protagonista abraza plenamente su soledad porque es lo único que le queda. Percibe entonces su verdadero rostro, que no es la máscara que la sociedad le demanda: “El mundo se había vuelto mudo, era solo silencio, pero yo veía bien todas las cosas. Aunque invertido, vi muy bien al becerro que pastaba en el terreno baldío, vi un perro que corría tras las patas de un caballo que tiraba de una carroza, vi una inmensidad de dunas blancas”.
La traducción de Juan Cárdenas respeta la simplicidad de la mente del protagonista. Su versión acentúa el lado más lacónico, el menos expansivo de una novela que es, en parte, una exploración filosófica de la indiferencia, un himno humanista al epicureísmo de lo cotidiano. Cárdenas logra captar las sutilezas del autor brasileño, persiste en sus alegrías. Vladimir Nabokov escribió que “ni el estudio ni el aprendizaje pueden sustituir a la imaginación o el estilo”. La voz de Cárdenas es, a la vez, ágil y erudita.