El mundo nostálgico
Por Andrés Isaac Santana.
Pertenezco a una generación de críticos enferma por una abdicación excesiva hacia lo “contemporáneo”, en detrimento de lo que, se presume, resulta más tradicional y conservador. Esa actitud crítica de la jactancia de lo moderno y de lo cool, que sólo goza de un tipo de visualidad, suele ignorar el placer, el inmenso placer que revelan otros imaginarios, otras formulaciones, otros relatos. Y es que la nueva serie People de Jaume Estartús (expuesta en la galería David Bardía de Madrid) viene a desvelar, precisamente, esa tensión entre unos impulsos y otros. Corroboran su existencia al mismo tiempo que emancipan el gusto (el buen gusto) de esa tiranía excluyente y demagógica.
Por una parte, se trata de una serie de obras en pequeño formato que apelan a un “hacer tradicional” dentro del contexto de las artes visuales; de otro, sin embargo, recuperan los dones de la actualidad y de lo contemporáneo en el modo cómo se arbitra ese saber sobre la pintura y su exquisito dominio. De tal suerte, esta no es una exposición cualquiera, es, con diferencia, una muestra en la que en su fuero interno se resuelve el conflicto de esa rabiosa contradicción por medio de un poderoso recurso altamente persuasivo: la seducción. Seducir para conquistar el ojo, para reclamar las atenciones muchas de la subjetividad ajena, seducir para poseer.
Bien sabemos que una vanguardia vieja resulta mucho más triste que cualquier academia rancia. El resabio de la primera, cuando ve envejecer sus arrebatos juveniles, termina siendo más letal que esa visión académica cuando ésta demuestra que no ha agotado aun sus dones para seducir y hacerse un espacio en el mundo de la retina y del espejo. Tal vez por ello, o especialmente por ello, es que el amplísimo repertorio de piezas que conforman esta nueva serie del artista resultan un gesto sosegado de restitución del paradigma pictórico, una incursión enfática en ese buen hacer del arte. Un gesto –sin duda delicioso- que no cesa de parecerme un acto de amor, de auténtica pasión y entrega. Tanto es así que el propio Estartús escribe “he tratado de alcanzar una actualización de mis recuerdos, una mirada al ayer y a situaciones del transcurrir de mis vivencias. Las relaciones humanas, el amor-desamor, el costumbrismos de tiempos anteriores, las películas en blanco y negro que nos sedujeron, nuestros juegos infantiles…Todo sucumbe a la nostalgia de los recuerdos recogidos en las sesenta obras que conforman esta serie”.
Ese sucumbir en los dominios del recuerdo, en los enclaves a veces maltratados de la memoria, otorgan un alto poder de sugestión a esta nueva etapa suya y (re)activa su estatus de escritura, de narración. Lo que hace que esa nostalgia no sea comprendida como retorno ansioso sino como recordación, es decir como una eficaz (y también poética) actualización del recuerdo.
People es un sofisticado relato de “la otredad”, de ese mundo de afuera, pero también de un mundo muy de dentro, de ese que se organiza sobre la arquitectura de lo vivido, sobre los espacios del sueño y la experiencia. En ella habitan todos esos “otros”, personajes anónimos o mitos de cultos, que vuelven ahora redimidos en la superficie de estas piezas deliciosas, ricamente tratadas con la gracia y la habilidad con la que el gladiador de la arena desfallece en la consumación y conquista de su objeto díscolo. Devienen, por fuerza, en la crónica de una historia anunciada, toda vez que esa misma historia ya ha sido vivida con intensidad y hondura en un tiempo otro. Seguramente muchos adviertan en esta muestra el signo de la hospitalidad. Y en esa advertencia llevarán toda la razón de este mundo (y del otro). People, es un gesto hospitalario, un acto de invitación y de reconciliación con el pasado y con la historia. Es, a todas luces, un escenario de permanencia y rescate, un alarde de recuperación y de salvación. Pero es, por encima de todas estas digresiones necesarias, un impulso de honestidad. “La verdad –subraya el artista- es que hasta cierto punto he sentido rebeldía ante el atropello cada día más en boga entre algunos artistas que ven en la abstracción un refugio seguro para camuflar sus limitaciones en los fundamentos del dibujo. Ser consecuente y terminar haciendo una abstracción seria requiere a mi juicio una coherencia de trayectoria que debe incluir antes una serie de premisas que hoy en día no se tienen en cuenta, lastrando credibilidad a muchas de las obras contemporáneas que hoy se exhiben. Hay que llegar por evolución, el camino es angosto, y no se puede si se debe acortar por vías alternativas. No es honesto ni ético el ‘todo vale’”.
Cuanto he señalado no es sino para refrendar la envergadura y destreza de esta nueva obra, su declarada vocación narcisista en la embarazosa materialidad de la pintura y esa disidencia que se manifiesta en el trato directo con un lenguaje del arte al que le han sido decretadas infinitas defunciones. Al leer toda esta obra se descubre un uso muy audaz de la paleta; lo mismo que en el manejo de los recursos pictóricos propiamente dichos y de sus misterios. Hubo momentos de mi diálogo interior frente a ellas, en la intimidad del taller del artista, en los que me embargó la complacencia de la emoción como resultado de la elegancia de las resoluciones y la belleza que ellas dispensan. Me subyugó la manera como cada escena parece sacada de un filme, extraída de un cine ya poco visto, de ese cine negro que modeló un universo y cifró un estilo. Es como si cada una fuera parte de una sintaxis que cuenta, describe y relata una historia mayor, una historia recuperada por la postal y el testimonio pero avasallada por la hegemonía del capitalismo de marcas. Por ello, tal vez, es que People organiza una excelente narrativa que recupera para sí la atmósfera del cine negro, de la foto-novela, del cómic y hasta de cierto tipo de literatura de época que, sin duda, potencian su poder sugestivo y su alta cuota de seducción. Se percibe un halo de nostalgia, pero no en el sentido de melancolía por lo anterior a modo de la retórica del bolero, sino como ejercicio de recordación.
Desde que se nos enseñó que la historia es fabulación, ideación concertada, espejismo y arquitectura del sueño, nos hemos vuelto unos paranoicos de la escritura histórica y hacemos ejercicio de narración constante. Obsesivo modo de mantener y re-escribir el legado de la vida misma. La idea que favorece la muerte del arte, de la pintura y de la historia, como sistemas escriturales de una modernidad acabada, nos empujó a la consagración de todo fragmento de recuerdo, a su idealización y negación; también a todo tipo de estrategia de emplazamiento de ese mismo “tiempo pasado” en el “tiempo presente”, en el angustioso paradigma del ahora.
Las piezas de esta serie, entonces, se postulan como escenarios de recapitulación en los que la historia se “realiza” como inventiva y avidez. La precisión narrativa de esta propuesta (y su misma cuota de ficción), rebajan la autoridad de las grades representaciones para disfrutar ese maravilloso encanto que revelan los accidentes cotidianos. Frente al rescate de la representación grandilocuente, Estartús se decanta por las licencias de esas escenas –en apariencia intrascendentes- pero que son las relatoras de la vida en sí. En su totalidad revelan las prácticas en las que habitamos, la dinámica cotidiana que rige y marca el curso, pedestre y mundano, de nuestra existencia: desde el juego del niño en la calle, la compra de la lotería, el cuidado de las mascotas, la stripper de un bar de alterne, el hombre que camina solo por una calle oscura, hasta la pareja que antes de irse a la cama o una vez consumado el coito hablan acerca de cómo les ha ido el día. Esa naturalidad de las descripciones suscribe la dominante clásica de esta obra, toda vez que si el clasicismo preconiza la imitación, estas piezas sustantivan la imitación de la vida como pretexto, lo que las convierte en un gesto de clasicismo posmoderno.
En el orden estilístico y de lenguaje, y contrario al uso de la abstracción que hasta ahora había constituido el centro de toda su obra, estas piezas verifican un desplazamiento premeditado hacia la figuración y la representación en términos clásicos. Sin embargo, ese presunto trayecto de un estado a otro de la imagen y la pintura, descubre a la mirada alerta de todo observador inquieto el sofisticado “ardid” de que se sirve el artista para hacer coincidir, en un mismo soporte y como si de una cópula se tratase, ambos lenguajes: figuración y abstracción. La convivencia de estos dos lenguajes recuerda la virtud pretextada de toda gimnasia sexual que potencia la seducción en una mezcla de diálogo y rivalidad. Decir entonces queda que People no es sólo el trazado de una visualidad figurativa que busca desatender la pertinencia de lo gestual, de la improvisación y del azar. Al contrario, disfruta con rendir culto a la mancha y a la vibración intermitente de las siluetas gestando superficies en extremo seductoras donde las figuras y su entorno no se acotan por la línea reaccionaria sino que se advierten danzando en la vaporización y expansión del horizonte.
People nos dice algo que gustaba subrayar con insistencia Luis Cardoza y Aragón “las predicciones de una época son las repugnancias de la siguiente”. Quizás, y visto en el contexto de este axioma, estas obras vengan a proponer –sin quererlo- una reconciliación entre esas predicciones y esas repugnancias. Estamos hastiados de tanto posmodernismo en paralaje, de tanta impostación, de tanta promesa. People queda aquí y ahora para anunciar algo. Descorrer el manto de ceguera, declinar los rascacielos del ruido, y hacer algo de silencio para escuchar el susurro interno de todas las piezas reunidas aquí. La voz de Estartús circula por ellas; la mirada nuestra se revela atenta. La pintura habla.