Los Diez Mandamientos del agente literario
“UNO. No confundas nunca literatura con mercado, aunque andes haciendo equilibrio entre una y otro.
DOS. Recuerda siempre que todos los méritos son del autor.
TRES. No creas que todo escritor necesita un agente.
CUATRO. No intentes explicar por qué los agentes literarios son en su mayoría mujeres.
CINCO. Jamás ofrezcas a un editor un manuscrito que no has leído.
SEIS. Si tu celular suena de noche y en los fines de semana, es que tu trabajo va muy bien.
SIETE. Anímate a decirle a un escritor que no publique un libro cuando pienses que no es bueno.
OCHO. Todo escritor quiere éxito de crítica, prestigio intelectual, éxito de venta y reconocimiento internacional. No lo sometas a la humillación de tener que decírtelo.
NUEVE. No leas únicamente a los escritores que representas. En poco tiempo dejarías de ser un buen agente.
DIEZ. Todo decálogo es un ejercicio literario, no te lo tomes en serio.”
El autor de este decálogo es el agente literario Guillermo Schavelzon, argentino asentado en Barcelona y representante de autores como Paul Auster, Ernesto Sabato, Mario Benedetti, Manuel Puig, Juan José Saer, Jorge Edwards, María Elena Walsh, Ricardo Piglia, Guadalupe Nettel o Andrés Neuman.
Los bienhumorados 10 mandamientos de Schavelzon –publicados originalmente en noviembre de 2011 en un número de la revista colombiana El malpensante que recogió 23 decálogos de lo más variopinto- acaban de ser rescatados por la revista española Texturas (número 19), un milagro de supervivencia en un país en el que las revistas parecen una especie en vías de extinción.
El subtítulo de Texturas reza “Sobre edición y libros, sus hechos y algunas ideas” y a todo ello se consagran sus 176 páginas. Los consejos del agente ocupan solo una de ellas: doctores y glosadores tiene la santa madre industria editorial. De hecho, a la otra orilla de esa industria perteneció en su día el propio Schavelzon, al que otro de sus actuales representados, Alberto Manguel, recuerda de veinteañero dirigiendo la editorial bonaerense Galerna. A ella se encaminó Manguel por indicación de Marta Lynch con una lista de 40 libros “que había que traducir al castallano sí o sí”: Las Cartas de la Tierra, de Mark Twain; el Cantar de la hueste de Igor, epopeya medieval rusa anónima; Bajo el monte, de Aubrey Bearsdeley…
El autor de Una historia de la lectura le cuenta todo esto a otro editor, el francés Claude Rouquet, en Conversaciones con un amigo, un libro coeditado hace dos años por La Compañía y Páginas de Espuma en traducción de Pedro B. Rey. Allí recuerda el escritor su entrada en una editorial de tres personas –segundo trabajo asalariado después de la librería Pigmalión, en la que conoció a Borges– y recuerda también los problemas de Schavelzon con la dictadura militar argentina, la bomba que pusieron en su casa, las amenazas de muerte, la huida a México, la vida en España, el reencuentro de ambos… “Es un desenlace excelente para mí”, dice Manguel. “Esas relaciones, como en las novelas de Dickens, en las que la persona que conocimos en la infancia vuelve a unírsenos hacia el final de la vida… A veces pasan esas cosas”.
¿Contará alguien algún día la historia de “esas cosas”? No hace falta que quepan en 10 puntos.