Del revés (2015), de Pete Docter y Ronaldo Del Carmen
Por Miguel Martín Maestro.
En la absorción de Pixar por Walt Disney es probable que haya salido ganando, en lo comercial, Disney, cuyo volumen de negocio sufría recortes progresivos por la amenaza de la pequeña compañía de Lassiter, y han perdido, no mucho, pero algo sí, los espectadores que preferían los productos de Pixar a los de Disney. Se ha perdido parte de la mala leche, de lo teóricamente incorrecto frente al discurso moralista y presumible de la factoría del ratón. Pese a ello, esta última producción de la empresa que ha dejado parte de su independencia en el camino resulta fabulosa en su imaginación y en su concepto, la idea de partida es tan grande que hasta finales predecibles y correctos son perdonables.
Los títulos inglés y sudamericano exploran el sentido verdadero de la película, el Del revés español, sinceramente, no lo entiendo, no hay nada vuelto “del revés” en esta película, historia que seguro hará las delicias de batallones de psicoanalistas al atreverse a bucear en la mente humana diseñando un producto, tanto para niños como para adultos, con un punto de partida tan surrealista como excepcional. ¿Y si en la mente de cualquiera de nosotros existieran pequeños seres que, aunque crezcan con nosotros, se encargan de controlar y potenciar nuestras emociones y nuestras islas de relaciones sociales? Alejados de la ciencia ficción no necesitamos de microcápsulas viajeras que, reducidas, viajen por nuestras venas y arterias a la búsqueda de tumores, es en nuestro interior donde las conexiones cerebrales vienen regidas por pequeños impulsos en forma de chispazos momentáneos que vamos almacenando como recuerdos en nuestra memoria, unos más leves y otros que pasan a formar parte de nuestra memoria central.
La ficción se desarrolla tanto dentro como fuera, el inside out del título, no del revés. La protagonista es una niña a punto de empezar la adolescencia, y las protagonistas son sus emociones a las que se da forma de persona. Vemos lo externo de la persona y su interior, el porqué de sus reacciones y quiénes las producen. Alegría, Tristeza, Miedo, Ira y Desagrado pugnan por controlar las reacciones de la niña desde un puesto de mando que asemeja una nave espacial y por el que circulan pequeñas esferas de colores que representan los momentos del día, predomina el amarillo, el color de la alegría, hay algunos rojos de enfado, algún azul de tristeza, pero los días de Riley son fundamentalmente felices en Minnesota. El problema empieza cuando la familia tiene que trasladarse a San Francisco y todo empieza a ir cuesta arriba. El caos se apodera de la pequeña y las emociones se desbordan sin que Alegría pueda recomponer la situación al estado anterior.
La película refleja de manera magistral, a través de esos pequeños seres emocionales tan perfectamente dibujados en su único estado posible de expresión, el paso de la infancia a la primera madurez, cómo las reacciones infantiles son primarias, una de las emociones predomina y produce su bola de color sin matices, pero cuando Riley crezca, las emociones tendrán que interactuar, no bastará una sola de ellas para definir un estado personal, la consola de mando dejará de tener una única dirección para pasar a ser conjunta entre todas ellas y producir bolas multicolores. La personalidad de los adultos también se retrata desde ese puesto de mando cerebral, los seres animados y humanoides han perdido parte de su espontaneidad, como el adulto al que pertenecen, las reacciones son más compuestas y menos perceptibles, ira y alegría pueden conseguir las mismas expresiones, la personalidad se ha moldeado hasta tal punto que se pierde carácter.
Pixar no pierde el tiempo en su última película, ya puestos, entra en la mente de una profesora, de un perro, de un gato… nos reencuentra con los amigos imaginarios de la infancia más inicial, visitamos el subconsciente, a la máquina de producir sueños, viaja al pensamiento abstracto, a la memoria remota, a la memoria central, deambula por pasillos de almacenaje elípticos que sabemos que forman parte de la corteza cerebral, nos muestra cómo perdemos nuestros recuerdos, cómo la locura infantil llega un momento que se desvanece, cómo los pensamientos pueden ser transportados o recuperados, por qué una melodía nos ataca incesantemente sin poderla eliminar de nuestra cabeza, las brigadas de recogida de pensamientos inútiles, de cosas que no necesitamos y hay que tirar al abismo de los pensamientos perdidos, lo que ocurre cuando perdemos una amistad en el camino o cuando sufrimos una decepción, cómo recomponer esos islotes interconectados es trabajo de las emociones.
En definitiva, pese a ese poso clásico de su final, inevitable reencuentro entre padres e hija que transforma el estado emocional de la joven para su futuro, esta última película de Pixar es magistral, entretenida, formidable, dinámica, se ve con una mueca permanente de relajación y buen gusto, y al final, la solución no viene de parte de la heroína presumible sino de quien aparenta ser un apestado, el elogio del diferente también se contiene en la historia, el marginado tiene su lugar y no puede ser despreciado, todas las emociones son fundamentales para equilibrar a una persona, una vida llena de alegría es una vida bastante falsa, aunque esta película te haga pasar casi 100 minutos de auténtico goce continuo.