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Echanove debuta en Mérida dirigiendo una farsa y cosecha un gran éxito

Por Horacio Otheguy Riveira

 

Aristófanes y La asamblea de mujeres ya ha tenido varias puestas en escena en el Teatro Romano de Mérida. Pero esta vez, Juan Echanove, director de piezas intimistas y actor teatral de encendidos dramas o tragedias luminosas, se lanza a dirigirla convirtiendo la farsa original en una sátira de hoy con mucho de cabaret político y generosa alegría de vivir.

Se agotaron las entradas la pasada semana y se están agotando para las que quedan: nadie quiere perderse una juerga cargada de ambiciones revolucionarias. Terminan el domingo 9 de agosto en un último pase a las 22.45 horas.

 

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Para Juan Echanove es un debut grandioso en la farsa, después de grandes trabajos teatrales entre el drama y la tragedia como actor con algunos toques de comedia sentimental, pero nunca con este humor descacharrante, cabaretero, en el que la desenfadada picaresca de Aristófanes —muy crítico contra el poder establecido, la clase dirigente corrupta, despótica y machista de su tiempo (392 aC)— encuentra una buena medida de adaptación contemporánea en la habilidad y el talento de Bernardo Sánchez, un profundo conocedor de teorías literarias, excelente escritor de ensayos y relatos, y magnífico autor teatral, de momento —o en lo que yo conozco—, logrando trabajos que recuerdo con profunda emoción y que he visto más de una vez: impresionante versión escénica del guión de El verdugo, de Azcona (con Echanove-Luisa Martín; dirección: Luis Olmos); una prodigiosa adaptación al español de El precio, la obra maestra más compleja y por lo general peor resuelta de Arthur Miller (Echanove-Otegui-Pedregal-Manteiga; dirección, Jorge Eines); y, entre otras, un clásico divertidísimo de Tirso de Molina, La celosa de sí misma para la Compañía Nacional de Teatro Clásico (Carmen Belloch, Joaquín Notario, Fernando Cayo; dirección: Luis Olmos).

La tarea del adaptador es crucial, más aún cuando se trata de un clásico como Aristófanes —en varias ocasiones destrozado a fuerza de acumular escatalogías y confundir los géneros cómicos—, y sobre todo con una obra tan rica como La asamblea de las mujeres (se disfrazan de hombres para obligarles a votar una ley más justa).

Ahora bien, el espectáculo tiene un interés extra al tratarse de una nueva visión del original con un desparpajo muy bien adaptado a nuestro tiempo, en el que un elenco reducido cubre varios personajes y así como ellas se disfrazan de hombres, uno de ellos se revela como espléndida mujer: un intercambio sexual para una consagración de la libertad y la lucha por la igualdad.

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Con la formidable trayectoria teatral de Juan Echanove volveré más adelante, cuando en noviembre asuma un nuevo debut: pisar el escenario del María Guerrero con uno de los personajes más apasionantes de la historia de la literatura, Fiódor Karamázov de Los hermanos Karamázov, de Dostoievski, en versión de José Luis Collado y puesta en escena de Gerardo Vera.

De momento, tenemos bastante con La asamblea de las mujeres, risas que hacen pensar, revuelto de carcajadas y sensualidad, una farsa que se la juega entera cada noche al servicio de los buenos nuevos tiempos por los que pujaban allá lejos y hace tiempo, y seguimos pujando ahora, como si la ilusión de cambiar la degradación política continuara manteniéndonos en pie…

[Una vez terminado el ciclo de 10 funciones, el número de espectadores batió el récord de los últimos años: 30.282.] 

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