Blind (2014), de Eskil Vogt.
Por Miguel Martín Maestro.
De las frías tierras del norte de Europa llega esta primera película del director noruego Eskil Vogt, premiada en Sundance y exhibida en la Berlinale de 2014, y sí, cumple con la estética archiconocida del sello “indie”, pero aporta algo más, no deja de ser una película sobre la mente retorcida y resentida de la protagonista ciega, una válvula de escape perversa y personalísima ante su desgracia. De ahí que el guión sea un excelente juego de elucubraciones mentales no fácilmente identificables al principio de la película, donde parecerían haber cuatro protagonistas en acción terminan resultando dos, la pareja encerrada por la discapacidad de Ingrid, sobre la que la protagonista lanza toda serie de represiones y libertades fantasiosas y metaliterarias, inventando o imaginando unos hechos que le sirven para arruinar mentalmente su ya deteriorada psique como consecuencia de la enfermedad que la ha dejado ciega.
En esa perversa reacción a la enfermedad, que Ingrid afronta sin abandonar su vivienda, se mezclan el sexo y la soledad, la proyección imaginaria de todo tipo de fantasías eróticas en quien lucha por no perder el recuerdo de lo visto, de los colores, de las formas, y siente la imposibilidad de imaginar lo que no pudo ver antes de la ceguera. En su miedo a la soledad y a las limitaciones de su pérdida, el marido pasa a ser una diana perfecta sobre la que imaginar todo tipo de comportamientos negativos, desde su porno-adicción, su infidelidad, su búsqueda de mujeres con las que compartir un sexo que Ingrid sospecha menos placentero con ella desde que es ciega, su voyeurismo, imaginando que Morten simula abandonar el domicilio para quedarse en el interior y observar sin ser visto el comportamiento de Ingrid, el propio exhibicionismo de Ingrid… No es maldad lo que inspira Ingrid, sino desencanto, frustración, el fin de los sueños rotos de repente, ante la adversidad incontrolable de una enfermedad irreversible, del aparente estado de felicidad dirigido al futuro a la imposibilidad de comunicarse y adaptarse a la nueva situación, proyectando esa negatividad interna hacia los demás, imaginando que, al no ser ella la misma, los demás tampoco podrán comportarse igual hacia ella, e incluso, habrán cambiado su forma de ser, se habrán transformado o habrán dado rienda suelta a su verdadera personalidad amparados en que Ingrid no les ve ni puede ver lo que hacen.
La película es compleja en su asimilación, las situaciones descolocan al espectador, que no es capaz de alcanzar a entender la entrada y salida de personajes, las mezclas de los mismos, inicialmente inconexas y temporalmente incompatibles, pero esa carta de indefinición termina jugando a favor de la película cuando se comprende el funcionamiento de la mente de Ingrid y cómo los personajes de Erin y Einar no dejan de ser proyecciones sobre las que Ingrid descarga parte de su furia interna, creando un relato, no sabemos si mental o recogido por escrito, en el que ambos terminan padeciendo y compartiendo los temores de la creadora. Podrían ser una forma de exorcizarse, pero están a punto de fagocitar a la creadora y expulsarla de la vida real. El personaje de Morten, el marido, deambula por la película como el espectador durante mucho tiempo, un espíritu abatido y entristecido ante la realidad de su nueva vida cotidiana con una esposa encerrada permanentemente y sentada al lado de una ventana a través de la que nada puede ver. Una ventana para mostrarse y ser vista, pero desde la que no existe nada más que la oscuridad. Estamos ante el proceso de aprendizaje y aceptación, que puede terminar con un renacimiento personal o con una ruina absoluta, de ello va la película, de mantener la esperanza o de derrumbarse y arrastrar consigo todo lo que importa.
Una mirada vacía puede ser tanto la de un vidente como la de un ciego, la ceguera no es patrimonio del invidente, como la opulencia de la sociedad del bienestar nórdica no asegura el bienestar personal y emocional. Cuanto más segura y aceptable es la vida en lo material, la insatisfacción emocional parece dispararse. Habitaciones vacías imaginarias se transforman en habitaciones ruinosas y abandonadas en la realidad, seres provocativos y procaces de la imaginación no son sino sueños y proyecciones idealizadas de lo que nos hace más daño y con lo que no podemos competir. En la búsqueda de uno mismo, lo que no nos gusta tendemos a magnificarlo y a buscar, en lo profundo de nuestra mente, todo aquello que nos puede hacer más daño para sentirnos peor.
Guionista habitual del cine de Joachim Trier (Oslo, 31 de agosto), el paso a la dirección de Eskil Vogt es prometedor, la introspección, el drama personal (quizás con exceso de voz interior), la imaginación y creación de personajes literarios que interactúan con los reales, la venganza de Ingrid con esas creaciones y situaciones, colocando a los personajes literarios al borde de la desesperación, recreando su propia experiencia personal, colocando al marido en espacios y comportamientos alejados de la realidad, provoca la creación de esferas secantes en las que, en ocasiones, dudamos de la realidad o de la imaginación. Una película de difícil encaje en nuestra mermada industria de exhibición, pero los inquietos y quienes no se acomodan al cine “oficial” creo que no se sentirán defraudados con su contemplación.