Adiós al Café Comercial
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
Decía el maestro Josep Pla que “el hombre, además de hijo de sus obras, es un hijo del café de su tiempo” y, en este sentido, el Café Comercial de Madrid fue padre y abuelo de muchos escritores que desde aquel 21 de Marzo de 1887, fecha en la que abrió por vez primera sus puertas, ocuparon las rectangulares mesas y los veladores de sus salas. Hoy 128 años después, el Café Comercial cierra sus puertas y con su cierre, anunciado hoy por la familia Contreras que lo regentaba desde el 1909, no sólo desaparece el café más antiguo de Madrid, sino también el símbolo vivo de la historia intelectual de un país que, sin embargo, parece haber optado por el olvido. Más de una vieja sala de cine de sesión continua ha echado el cierre; las salas independientes sobreviven con dificultad ante el avasallador avance de las multisalas; los teatros pierden su nombre para esponsorizarse y las paradas de metro han caído en manos de la publicidad. Cierra el Café Comercial, pocas semanas después de que la voz de Javier Krahe, que tantos conciertos ofreció allí, se apagará; cierra el Café Comercial apenas un mes después de que la histórica tienda de Barcelona, Vinçon, símbolo de la vanguardia estética y de una modernidad que se enfrentaba con osadía artística a la grisácea dictadura ya en sus últimos días, bajara las persianas de sus inolvidables y siempre sorprendentes vitrinas. Cierra el Café Comercial mientras el Café Gijón sobrevive con dificultad y cuya herencia pervive más en las crónicas de quienes los frecuentaron que entre sus mesas; cierra el Café Comercial en Madrid, mientras en Barcelona Els Quatre gats no es hoy más que un eco lejano: ya nada queda de las tertulias que allí realizaban pintores como Santiago Rusiñol o Ramón Casas, de aquel bar-restaurante en el que Pablo Picasso celebró sus dos primeras exposiciones en solitario. De nada le ha servido haber sido reconocido como establecimiento centenario de la capital o formar parte de los locales integrantes el Patrimonio cultural de la capital, el Café Comercial cierra, víctima, como dice Claudio Magris, de un tiempo de desencanto, un tiempo en el que la cultura ha perdido la centralidad social de la misma manera que los cafés han dejado de ser “la encrucijada de la sociedad”. Desde el Café de San Marcos de Trieste, escribía Magris: “sentados en el café se está de viaje; como en el tren, en el hotel o por la calle”, el café es el lugar del anonimato y la soledad, pero también el lugar de las tertulias, de las conversaciones y del debate: el café es el lugar del artista y del literato, y la historia de El Comercial bien lo atestigua. El café es el lugar en el que el escritor en su soledad se encuentra con la escritura y la lectura -¡cuántas obras empezaron escribirse en aquella esquina de la Glorieta de Bilbao!-, pero también es el lugar en el que el debate intelectual se hace público, donde literatos y artistas se reúnen entre sí y se encuentran con el público. El café como encrucijada y como espacio de soledad. Por El Comercial pasaron los hermanos Machado, pasó la genialidad de Jardiel Poncela y de Azcona, la individualidad de Sánchez Ferlosio o el periodismo de Cortés Cavanillas, Jaime Campany o el artista Mingote. El café, decía Ramón Gómez de la Serna, es el lugar de la contemporaneidad, en ellos, desde el Café Pombo de Madrid hasta los cafés de Buenos Aires, en los que compartía mesa con Macedonio Fernández y un jovencísimo Jorge Luis Borges, el autor de las greguerías encontró un lugar de asilo y refugio: “el café nos cubre con su palio, y sentimos gravitar sobre nosotros toda la madurez y al complicación de una casa extraña, otra casa que la nuestra, y cuyo influjo influye en nuestra experiencia”.
El Café Comercial ha perdurado 128 años sin dejar de ser en ningún momento un lugar de indudable referencia artístico-intelectual en un momento en el que la cultura es acerada en su relevancia pública y la historia, por dolorosa o por ejemplar, es eliminada de las calles, a través de cuyos nombres se impone el silencio y el olvido. Hoy las crónicas recuerdan a los ilustres que en el pasado ocuparon las mesas de El Comercial, pero sin embargo éste fue un bar que nunca perdió el espíritu con el que en los años veinte conquistó a los Machado: en efecto, fuimos muchos que en nuestro primer viaje a Madrid nos dirigimos al café de la Glorieta de Bilbao, no tanto por su pasado, sino por su presente. Allí, encontré al crítico de teatro Marcos Ordoñez, en uno de sus frecuentes viajes a la capital; allí encontré al poeta, hoy entrado en política, García Montero y allí coincidí con Patricio Pron, sentado en una de las mesas de la terraza. La vergüenza me impidió decirle nada, lo observé desde lejos, sin saber que poco tiempo después compartiríamos una extensa conversación. El escritor y dramaturgo Fernando J. López también solía transcurrir sus horas en El Comercial, en cuyas mesas, como él propio López recuerda, empezó a escribir las primeras líneas de algunas de sus obras. En esas mismas mesas, era fácil encontrarse a periodistas, a poetas como Joe Crepúsculo o a novelistas como Máxim Huerta. Habían pasado 128 desde su inauguración, pero el Café Comercial había mantenido, seguramente el único de los cafés que lo había conseguido, el espíritu de sus inicios, había conseguido ser todavía en el 2014 un lugar de encuentro, una encrucijada cultural.
Hoy muchos lamentan su cierre, otros y con acierto recuerdan sus elevados precios, desmitificando –siempre es bueno hacerlo- el café. No erran quienes lo desmitifican, pero de lo que no cabe duda es que su cierre significa un paso hacia adelante hacia la desertización de las ciudades, hacia la conversión de las ciudades en deshumanizados engranajes cuyo único objetivo es el beneficio rápido y masificado. Se borran las particularidades, se acera la historia y se reducen los espacios públicos para el diálogo, el encuentro o la reflexión en solitario. Escribía Julio camba en Haciendo de República: “Usted puede destruir todos estos locales mañana mismo y no dejar ni un solo cafetal en la tierra, que, allí donde haya iniciados, la institución Café seguirá tan firme como si tal cosa”. Hoy sólo nos queda aferrarnos a sus palabras.