EXPO Milán 2015
Por Paloma Rodera.
Son muchas las malas lenguas que siguen a las grandes figuras y a los magnos eventos, y la Expo milanesa no es una excepción. He de decir que nunca he sido muy favorable a las experiencias relacionadas con la participación de parques temáticos, sean de la índole que sean. Pero esta vez he debido retroceder en mis principios y rendirme a la evidencia. La Expo se dispone a los dos flancos de una avenida principal de un recorrido de más de un kilómetro en la que se encuentran los pabellones de los distintos países.
Los espacios de cada nación presentan sus productos de excelencia, así como generan arquitecturas de un ingenio impresionante, que hacen que el visitante se adentre en cada una de las culturas. Tal y como escuché entre los paseantes: “Es como estar en el mundo”. La frase inicialmente me hizo soltar una carcajada, pero después comprobé que así era. Países árabes llenos de agua, jardines, fuentes, manjares exóticos, y amabilidad en cada uno de sus rincones; Europa y sus cánones de excelencia, el pabellón estadounidense que casi pasaba inadvertido; y la sorpresa de otros como Polonia, Brasil, etc. que en su modestia presentaban ideas brillantes e ingeniosas que atraían la atención del público.
Destacaré el pabellón de Nepal, que debido a sus recientes acontecimientos fue terminada por los trabajadores italianos, ya que después del desastre nepalí no pudieron llevar a término una maravillosa pagoda tallada en madera. Son estos gestos de solidaridad que emocionan, y que a pesar de las partes oscuras que todo evento pueda tener, hacen creer en que la generosidad existe, y es tangible.
Entrar en cada uno de estos espacios es verdaderamente como poner un pie en los universos de los que cada nación te quiere hacer partícipe, de alguna forma es palpable aquello por lo que tantos viajamos, conocer otras maneras de pensamiento, de modos de entender la vida, y en esta edición la comida, que tal y como es entendida, y destacada, es una parte esencial de la cultura.
Italia, como anfitriona, se disponía, no solo en su pabellón, si no también definida por una serie de dependencias con sus excelencias, como el pabellón dedicado al vino, o Eataly, con veinte restaurantes presentando los platos típicos de cada una de las regiones italianas. Toda una experiencia para los sentidos, especialmente el gusto. Nadie mejor que los italianos para hablar de comida, ni para vivirla en primera persona como parte de la cotidianidad.
Terminaré destacando el pabellón de la organización internacional Slow Food, que como su propio nombre indica, intenta tomar la cultura de comer de una manera más “lenta”, es decir, bajo los parámetros de bueno, limpio y justo trabaja para que en el alimento que nutre nuestros hogares sea bueno (tenga un buen sabor), sea limpio (que sea natural, sin conservantes ni colorantes) y, finalmente sea justo, (que su producción sea pagada tanto a quien lo cultiva, como el precio que llega al consumidor sean acordes con la calidad del producto y abarcable). Toda una reflexión, hoy más que nunca, de un consumo responsable de los alimentos; entender que comer es un acto político.
Para los afortunados que pasen por Milán hasta el 31 de octubre recomiendo que dejen sus prejuicios sobre parques temáticos en casa y disfruten de este maravilloso paseo por el mundo en una calle.