Aprendiendo a conducir (2014), de Isabel Coixet
Por Jordi Campeny.
Mi otro yo, anterior película de la directora catalana Isabel Coixet, infame historia de terror con piel de cuento gótico, supuso un resbalón casi imperdonable de la realizadora. Sólo cabía una opción tras este pavoroso desliz: mejorar. Y lo ha hecho. Tibiamente, sin aspavientos. Pero cabe reconocer que ha subido algunos peldaños.
Aunque nos encontramos lejos de sus mayores logros cinematográficos, tan celebrados y elevados por muchos seguidores –y eternamente discutidos por tantos otros–, como Cosas que nunca te dije (1996) o La vida secreta de las palabras (2005), este último film por encargo –el guión no es suyo– supone una tonificante bocanada de aire fresco con toques de humor bienintencionado y una sutil aproximación a la diversidad sociocultural. Mantiene esencias de la Coixet que nos gusta y prescinde de su cargante, pseudopoético y tembloroso sello. De algún modo, en esta ocasión, Coixet se parece muy poco a Coixet.
La historia es simple y estimulante: Wendy es una escritora de Manhattan, enferma de palabras, que decide sacarse el carné de conducir mientras su matrimonio se disuelve y se enfrenta al abismo emocional. Para ello toma clases con Darwan, un refugiado político hindú de la casta sij que se gana la vida como taxista e instructor de autoescuela.
Con esta leve estampa cotidiana, enmarcada en una Nueva York bulliciosa y multicultural, Coixet construye una historia amable, sencilla, cercana, empática, bienintencionada y, relevante novedad, con tonificantes toques de humor. A pesar del drama interior de su protagonista, el camino que recorre se antoja luminoso y esperanzador. Los diálogos que mantienen Wendy y Darwan –magníficos Patricia Clarkson y Ben Kingsley, sin duda lo mejor de la función–, son ajustados, naturales, verosímiles y con cintura. Uno celebra que Coixet haya abierto una grieta a su mundo de dolores lacerantes, indesmayables tristezas y desasosiegos para que entrara luz y aire fresco. Ya se sabe que en las casas que llevan mucho tiempo a oscuras y cerradas a cal y canto resulta imprescindible, en algún momento, abrir cortinas y ventanas para que corra el aire y entre en ellas la vida. Ésta no es, en definitiva, como sí aspiraban a serlo tantas otras, la película más triste del mundo.
Quizás precisamente porque Coixet se alejó de sí misma y ha entrado en terrenos levemente nuevos para ella, en los que hay luz, humor y esperanza, se ha visto levemente atascada en dos problemas de los que adolece Aprendiendo a conducir: el ritmo y la intensidad. Por un lado, la película resulta algo reiterativa y le falta ritmo en algunos tramos. Por otro, uno echó en falta algo de fuerza, convicción, garra, solidez. Aunque con moraleja de fondo, la propuesta es leve, como una pompa de jabón. Difícilmente deje huella en el espectador; y si lo hace, será endeble.
A pesar de ello, uno sale levemente satisfecho del cine. La mirada de la cineasta resulta algo más limpia y vitalista. Los seres humanos que desfilan ante nuestros ojos permiten mayor empatía que la media de los personajes coixetianos, a quienes, en esta ocasión, entiende más y castiga menos. Con oficio y un audaz manejo de las elipsis, la directora nos ofrece un periplo pequeño, de corto recorrido, sensible, certero y, al final de todo, optimista. Y, un detalle absolutamente novedoso en su larga, melancólica y desalentadora filmografía: en Aprendiendo a conducir no llueve. En la mayoría de tramos luce el sol; resplandeciente. Quién lo iba a decir.
A ver si «regresa» sí, la que era una de las mejores realizadoras del cine europeo. No solo las películas anteriores que citas – hasta el espanto, en todos los sentidos, de Mi otro yo – sino la para mí, casi su mejor película, una maravillosa reflexión personal sobre la vida y la muerte: «Mi vida sin mí». Jamás podrè entender como una directora del nivel de Isabel Coixet pudo incluso defender su obra anterior, pese a esfuerzo de Candela Peña, que es una de las peores películas que he visto en mucho tiempo. Coincido contigo, Jordi. No solo en esto, en muchas otras cosas hablando de cine. En fín, bienvenida a la recuperación, Isabel. Eras mi directora favorita… hasta que caíste – creo que mal aconsejada por algunos amigos – en esa obra de la que te costará trabajo levantarte salvo que, alguna vez – y no lo has hecho – decidas hacer acto de contricción y reconocer que fue el mayor error de tu trayectoria cinematográfia. Vamos a ver este pequeño chorro de aire fresco si nos trae de nuevo a la que sin duda apuntaba a ocupar un lugar de honor en la Historia del Cine.
Recordando su filmografía no quiero dejar de mencionar «Elegy», la espléndida adaptación de «El animal moribundo», la gran novela de de Philip Roth, con la que Isabe Coixet consigue realizar una pequeña obra maestra. Una película impactante, de impecable factura, y en la que, dicho sea de paso, Penélope Cruz consigue su, para mí, mejor interpretación. Ya lo he comentado en alguna otra ocasión, pero «Elegy» merecía la mejor de las suertes a nivel mundial. Tuvo buenas críticas, pero nada comparable a lo que el film es en sí. Con esto añado un poco más leña al fuego: ¿cómo es posible que la autora de esta y las otras películas que hemos citado hiciera ese desvarío oscuro, ese vacío con pretensiones, ese paseo por la nada que era la película que fue su película anterior a «Aprendiendo a conducir»? Yo me quiero quedar con la Isabel Coixet que admiro y me gustaría borrar – y que ella borrara de su camino -ese largo-metraje, nunca mejor dicho por lo aburrido y cansino – de su carrera en el Séptimo Arte.