Los Alterio: sangre de teatro, la vida representada tiene otro color…
Por Horacio Otheguy Riveira
Los hermanos Malena y Ernesto Alterio están, en los últimos días del tórrido julio madrileño, participando en un espectáculo maravillosamente divertido y por momentos muy emotivo (Atchúusss!!!), junto a compañeros de tan alto nivel como Adriana Ozores, Enric Benavent y un modelo de aprendiz a todo tren, Fernando Tejero. Y en agosto arriba a la ciudad su padre biológico y el padre de millares de admiradores, Héctor Alterio, en agosto hasta noviembre en el Bellas Artes (En el estanque dorado): emocionante recorrido.
No están juntos ni revueltos, pero entre los tres generan una corriente de teatro noble, profundo, que entretiene y hace pensar, que emociona y divierte: ramas son sus hijos de un árbol poderoso que ha hecho de la interpretación un arte obrero, artesanal, laborioso y fraternal, siempre solidario y siempre creativo, comprometido con las mejores causas…
Quien esto escribe ha disfrutado en su adolescencia y juventud de un Héctor Alterio en salas alternativas, en un Buenos Aires bullente de conflictos —como siempre— y de pujantes intenciones creativas —también como siempre—. Allí él componía personajes de jóvenes impetuosos y de viejos cascarrabias en obras de gran peso, importantes en cualquier repertorio sin cobrar un céntimo, por auténtico amor al arte, costeándose la vida con trabajos a ras de tierra (como por ejemplo, comercial de galletitas para la hora del desayuno), hasta que las cosas cambiaron, se agotó su paciencia y pasó al frente, se profesionalizó y cosechó éxitos teatrales y cinematográficos que de pronto se vieron alterados por una dictadura militar tan feroz como ignorante.
Para entonces ya era un grande, capaz de ser “la señora” de Las criadas, de Jean Genet, o el temible alcalde de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, o el feroz padre de familia, capaz de prostituir a su nuera en La vuelta al hogar, de Harold Pinter. Una maravilla tras otra, y de pronto, la imperiosa necesidad de dejarlo todo porque bárbaros con armas le habían condenado a muerte.
En un Festival de cine de San Sebastián a comienzos de los 70, viene a recoger un premio y recibe la noticia de que los militares piden su cabeza (había interpretado a un militar siniestro en una película); la vida empieza de nuevo, primero solo después con sus niños, su esposa todoterreno…
Poco a poco en España se le van tendiendo manos que sabe aprovechar: el cine, luego la televisión (impresionante aparición con Emma Suárez en un audaz teleplay de los 80, El próximo verano) y el corazón del actor a medias porteño, a medias español (dominando el lenguaje a punto de que algunos no le reconocen oriundo de Buenos Aires)… brindándose en cada interpretación como un juego magistral donde pone como principio esencial aprender del factor humano, aprender de los directores, de cada instante; aprender siempre…
Y así son sus hijos, gente sencilla, transparente, emotiva, con un gran sentido del humor. Por primera vez trabajan juntos en el Atchússss!, de Chejov, y resulta delicioso verlos juntos… después de haberles aplaudido por separado (por ejemplo, Malena en otros Chéjov muy distintos (Tío Vania, Los hijos se han dormido), y Ernesto en un reciente teatro danza (En el desierto).
Y semanas después, a mediados de agosto, arriba en el Bellas Artes su padre en El estanque dorado, con un personaje esencial en una función donde un anciano cascarrabias acaba rendido al amor y la fraternidad.
El padre da una clase magistral de teatro en una obra que reposa en sus hombros, ya que es pieza fundamental de una historia melodramática de poco vuelo, que crece como un ave todopoderosa gracias a la dirección de Magüi Mira, que supo enriquecer una obra endeble, y encontrar un material humano que en la película resulta clave por tratarse del primer encuentro histórico de Henry Fonda y su hija Jane, después de toda una vida de frustraciones.
Pero aquí, en España, la vida es otra cosa, y no hay autor extranjero que les distraiga, a golpe de aprendizaje pertinaz, y deseos fervientes de seguir en la brecha, los Alterio triunfan don se plantan, han superado momentos muy difíciles de una vida con altibajos propios de artistas, con amor y fe de gente “echada para adelante”, trabajadores del arte y del espectáculo con una conciencia social que siempre les ha mostrado solidarios.
Todavía no se han juntado los tres en un escenario. Aún ninguna serie de televisión les ha reunido; todo lo más en la sensacional Vientos de agua, donde padre e hijo se permitieron ser el joven y el anciano de un mismo personaje, pero la verdad es que, de momento, nos conformamos con ver crecer a estos “niños” con notables capacidades, y disfrutar de un padre de extraordinario talento, de una versatilidad asombrosa que, aquí y ahora, nos permite comprender que el arte de la comedia se tiene o no se tiene, y lo demás son técnicas que vienen bien, pero que lo verdaderamente importante está en que cuando gente como Los Alterio te miran a los ojos para reírse contigo, cantan, bailan o te cuentan sus penas, entonces comprendes que el corazón palpitante del teatro llama a tu puerta y la mentira de un personaje inventado se convierte en una verdad cercana que te ayuda a vivir.
Sangre de teatro: la vida tiene un valor añadido si es representada, tiene otro color, nos ayuda a vivir y a soñar: el drama y la comedia de la existencia bajo unas luces que se crean día a día para enseñarnos a vivir… lo mejor posible.
Atchúusss!!! Teatro La Latina hasta el 26 de julio.
En el estanque dorado. Teatro Bellas Artes, a partir del 18 de agosto.