Meditaciones de Marco Aurelio
«Al amanecer, dite a ti mismo: me voy a tropezar con un indiscreto, un desagradecido, un insolente, un envidioso, un insociable. Todo esto les sucede por su ignorancia del bien y del mal. Pero yo que he visto la naturaleza del bien, que es lo bello, y la del mal, que es lo vergonzoso, y la del mismo que comete la falta, que es de mi género, partícipe no de la misma sangre o semilla, sino de la mente y de una partícula divina, no puedo sufrir daño por obra de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; y no puedo enfadarme con un pariente ni odiarlo, porque hemos nacido para una tarea común, como los pies, como las manos, como los párpados, como las hileras de dientes superiores e inferiores. De modo que obrar unos contra los otros va contra la naturaleza y es obrar negativamente enojarse y volverse de espaldas». Libro II, 1.
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«Aunque fueras a vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, recuerda, sin embargo, que nadie pierde otra vida que esta que vive, y no vive otra que la que pierde. De manera que a lo mismo viene a parar lo más largo y lo más corto. Pues el presente es igual para todos y, por tanto, igual lo que pierde, y lo que se abandona está claro que es tan breve…Porque ni el pasado ni el futuro podría nadie perderlo. Porque de lo que no se tiene, ¿cómo podría uno desprenderse? Acuérdate siempre, pues, de estas dos cosas: una, que todas las cosas son desde la eternidad de igual aspecto, que se repiten cíclicamente, y que en nada difiere que uno las vea durante cien años, doscientos o un tiempo infinito; la otra, que tanto el que vive muchísimo tiempo como el que ha de morir rápidamente, sufren la misma pérdida. Pues es el presente sólo del que se va ver privado, puesto que sólo tiene éste, y lo que uno no tiene, no lo pierde». II, 14.
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«Conviene tener en cuenta no sólo que cada día se va gastando la vida y quedando una menor parte de ella, sino que (…) si uno vive mucho tiempo, no está claro si su inteligencia estará todavía igualmente capacitada para la comprensión de los hechos y para las especulaciones tendentes al conocimiento de las cosas divinas y humanas. Pues si comienza a desvariar, la respiración, la alimentación, la imaginación, el impulso y todas las otras funciones semejantes no le faltarán. Pero disponer de sí, concretar el número de los deberes, analizar las apariencias, ponerse a considerar incluso si ya debe uno quitarse de en medio, y todo cuando como esto necesita un raciocinio ejercitado, se extingue antes. Es preciso, pues, darse prisa, no sólo porque cada vez estamos más cerca de la muerte, sino también porque la comprensión de los hechos y nuestra acomodación a ellos va cesando antes». III, 1.
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«Si la capacidad intelectiva nos es común, también la razón, por la que somos racionales, nos es común. Si es así, también es común la razón que prescribe lo que debemos hacer o no. Si es así, también la ley es común. Si es así, somos ciudadanos. Si es así, participamos de alguna clase de constitución política. Si es así el mundo es como una ciudad. Porque, ¿de qué otra constitución común se dirá que participa todo el género humano? Y de allí, de esa ciudad común, nos viene también la capacidad intelectiva, la racional y la legal. ¿O de dónde? Pues igual que lo terreno se me ha dado como una parte de alguna clase de tierra, lo líquido, de otro elemento, el hálito vital, de alguna fuente, lo cálido e ígneo de alguna fuente propia (pues nada procede de la nada, como tampoco retorno a la nada), así también la capacidad intelectiva viene de alguna parte». IV, 4.
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«Piensa incesantemente en cuántos médicos han muerto después de haber fruncido muchas veces las cejas sobre sus enfermos; cuántos astrólogos, después de haber predicho la muerte de otros como algo grande; cuántos filósofos, después de extenderse sobre millares de detalles acerca de la muerte o la inmortalidad; cuántos batalladores, después de haber dado muerte a muchos; cuántos tiranos, después de emplear su poder sobre la vida con feroz orgullo, como si fueran inmortales; cuántas ciudades enteras, por así decirlo, han perecido, Hélice, Pompeya, Herculano, y otras innumerables. Recorre cuantos sabes uno tras otro. Uno, después del funeral de otro, se quedó tieso; este otro, siguió a aquél. Y todo en un breve instante. En resumen, mira siempre las cosas humanas como efímeras y banales; ayer, un moquillo, mañana, mojama o cenizas. Por tanto, recorre esta pequeñez de tiempo acorde con la naturaleza, y despídete propicio, como la aceituna que maduró y cayó bendiciendo a la que la produjo, y dando gracias al árbol que la había criado». IV, 48.
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«Al despuntar el día, cuando te despiertas perezosamente, ten presente esto: “Para una obra de hombre me despierto”. ¿Es que todavía estoy de mal humor si me encamino a hacer aquello por lo que he nacido y gracias a lo cual he sido traído al mundo? ¿O es que he sido constituido para permanecer calentito, tendido bajo la cobija? “Pero eso es más agradable”. ¿Para darte gusto has nacido, pues? Total, ¿para la pasividad o para la actividad? ¿No ves que las plantas, los gorriones, las arañas, las abejas, hacen lo que les es propio, contribuyendo por lo que les corresponde al orden del mundo? Entonces, ¿tú no quieres hacer lo que es propio del hombre? ¿No corres hacia lo que es conforme a la naturaleza? “Pero también conviene tomarse un respiro”. Conviene. Yo también lo digo. ¿Ha puesto la naturaleza límites a esto, los has puesto a comer y beber, y tú, sin embargo, avanzas más allá de lo que es suficiente? En cambio, en tus actos todavía no, sino “por debajo de tus posibilides”. Pues no te quieres a ti mismo, porque realmente también amarías tu naturaleza y el deseo de ésta. Otros que aman sus propios oficios se consumen en las tareas propias de aquéllos, sin lavarse ni comer. ¿Tú estimas menos tu propia naturaleza que el cincelador el arte de cincelar, el bailarín la danza, el avaro el dinero, el jactancioso la vanagloria? También éstos, cuando se apasionan por algo, no quieren ni comer ni dormir antes que aumentar los objetos hacia los que se siente atraídos. Y a ti, ¿las acciones comunitarias te parecen más banales y merecedoras de menor empeño?». V,1.
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«Cuán cruel es no permitir a los hombres que se muevan hacia las cosas que resultan apropiadas y convenientes para ellos. Y en verdad, en cierto modo, no les permites hacer esto cuando te irritas porque cometen una pifia. Porque se dejan llevar por completo a lo que a su parecer es apropiado y conveniente para ellos. “Pero no es así”. Pues entonces, enséñales e indícaselo sin enfadarte». VI, 27.
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«Cuando quieras darte una alegría a ti mismo, piensa en los méritos de los que viven contigo; por ejemplo, la actividad del uno, la discreción del otro, la generosidad de un tercero, y de otro otra cosa. Pues nada contenta tanto como los ejemplos de las virtudes que aparecen en el carácter de los que viven con uno y que en lo posible se nos ofrecen agrupados. Por ello, debes tenerlos también al alcance de la mano». VI, 48.
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«Vive la vida sin violencia en medio de abundante alegría, aunque cuando todos vociferen cuando les venga en gana, aun cuando las fieras despedacen los pobres miembros de este compuesto amasado y engordado. ¿Qué impide, en medio de todo esto, conservar la inteligencia en calma, y en el juicio verdadero sobre lo que nos rodea, y en el uso presto a lo que se le somete? De modo que el juicio diga a lo que caiga a mano: “Así eres por esencia, aunque en apariencia te muestras distinto”. Y el uso diga a lo que le sea dado: “Te buscaba a ti, pues lo presente es siempre para mí materia de virtud racional y ciudadana, y, en general, del arte del hombre equiparable a la divinidad”. Porque todo lo que acontece de parte de los dioses o los hombres se hace familiar, y no es insólito ni difícil de manejar, sino conocido y fácil de hacer». VII, 68.
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«El cese de una actividad, la suspensión y, por así decir, la muerte de un impulso o de un juicio no es ningún mal. Pasa ahora a las edades, como la niñez, la adolescencia, la juventud, la vejez: todo cambio de éstas es también la muerte. ¿Acaso es terrible? Pasa ahora a la vida con el abuelo, luego, a la vida con tu madre, luego, a la vida con tu padre, y tras descubrir otras muchas destrucciones, cambios y ceses, pregúntate a ti mismo: “¿Acaso es terrible?”. Pues así tampoco el cese, suspensión y cambio de toda tu vida». IX, 21.
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«Que a nadie le quepa decir con verdad de ti que no eres sencillo y bueno, sino al contrario mienta quienquiera que opine algo así de ti. Todo lo cual de ti depende, pues, ¿quién te va a impedir que seas bueno y sencillo? Tú considera sólo que ya no vas a vivir si no eres de esa manera. Pues tampoco la razón lo exige si no tienes esas cualidades». X, 32.
(Fuente: “Meditaciones”, Marco Aurelio, Alianza Editorial)