Crónicas ligerasEscena

La hermosa fragilidad del cristal

Por Mariano Velasco

Silvia Marsó encabeza un efectivo reparto en “El zoo de cristal” de Tennessee Williams, que regresa a Madrid tras su gira por España.

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Tras la espléndida acogida del año pasado y su exitosa gira por España, El zoo de cristal de Tennessee Williams, bajo la dirección de Francisco Vidal, completa su viaje de ida y vuelta regresando a Madrid este mes de julio. Y lo hace para enseñarnos ese otro viaje de ida y vuelta, esta vez literario, el de la familia Wingfield, que transcurre de los recuerdos a las ilusiones y de las ilusiones a los recuerdos. Un texto con duros y conmovedores retazos autobiográficos de la vida del dramaturgo norteamericano que nos recuerda que los seres humanos somos frágiles como el cristal, pero que es ahí, precisamente en esa vulnerabilidad, donde también reside toda nuestra belleza.

Aquí Williams es Tom, el hijo, poeta narrador que vive en su mundo ilusiones de tanto ir al cine por las noches, o adonde demonios vaya. Una especie de prestidigitador que, a diferencia de los magos comunes que brindan ilusiones con apariencia de verdad, nos va a ofrecer —ya nos lo advierte al principio— duras verdades con la grata apariencia de ilusiones. Tras su introducción, nos deja sobre el escenario la alegoría del zoo de cristal, con sus bellas figuritas todas ellas cargadas de ilusiones. Pero sobre todo frágiles, muy frágiles.

Así es como este personaje —muy buen trabajo de Alejandro Arestegui— nos traslada al Saint Luis de los años de la depresión, situándonos en un contexto histórico no excesivamente recomendable, la verdad, para construir demasiadas ilusiones, pero que es el que a estos personajes/figuritas les ha tocado vivir. No les queda otra.

A partir de ahí se va a ir desencadenando todo un torrente de ilusiones y recuerdos, comenzando por los de la madre, Amanda, y sus… ¡diecisiete pretendientes! Se trata de un personaje rico en matices y muy bien trabajado por una actriz cada vez más completa, una Silvia Marsó nostálgica, descarada, graciosa, insoportable incluso a veces… Un papel que, a priori, estaría hecho a medida para la gran Vicky Peña (como la Blanche Dubois de Un tranvía llamado deseo), más cercana incluso en edad, pero que Marsó sabe defender con contundencia. Y lo hace precisamente, por qué no decirlo, con cierto aire que recuerda a aquella más veterana.

En esta obra de personajes conviene no olvidarnos del enorme peso que transmite el único de ellos que no está presente en escena. La ausencia del padre da tanto sentido a todo lo que acontece que no dejamos —no podemos dejar— de mirar su omnipresente retrato (¿o es él quien nos observa a nosotros?) durante las casi dos horas de función.

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Laura (Pilar Gil), la hermana, encarna la figurita clave del zoo de cristal, la más frágil de todas porque es también la más distinta, como el unicornio que acaba rompiéndose por la torpeza del “candidato”. Una pena que su papel quede algo desangelado y falto de protagonismo cuando debería ser la principal fuente de transmisión de emociones de esta historia.

Dentro de la alegoría creada por Williams quizás sea Jim, el “candidato”, (Carlos García Cortázar), su pieza menos trabajada pese a la importancia que a la larga acaba cobrando su papel. Irrumpe como falso creador de ilusiones para después dejar caer de golpe una verdadera bomba capaz de hacer saltar por los aires el delicado zoo de cristal. Y poner, definitivamente, fin a todas las ilusiones.

El zoo de cristal

De Tennessee Wiliams

Dirección: Francisco Vidal

Hasta el 26 de julio de 2015

Teatro Bellas Artes

Reparto: Silvia Marsó, Alejandro Arestegui, Carlos García Cortázar, Pilar Gil

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