Traffic Department (2013), de Wojciech Smarzowski
Por Miguel Martín Maestro.
Lo que parecería iniciarse como una sucesión de gamberradas laborales, de corruptelas generalizadas, de abusos de poder en el interior de una comisaría de Varsovia, una especie de policía municipal, va degenerando, rápida y progresivamente, hacia un relato de cine negro y corrupción en las instituciones del estado de alto voltaje. Cuando tras una noche de juerga desenfrenada un grupo de policías entregados al alcohol, a las drogas, la prostitución y las carreras de coches por las calles de la ciudad, tienen que desplazarse a la mañana siguiente, presos de la resaca y el olvido de la noche anterior, a cubrir la seguridad de una visita papal, el relato se desdobla y emerge una historia dura y seca, llena de aristas y todas cortantes. Uno de los policías que no ha aparecido para cubrir su servicio aparece muerto a golpes y arrojado a un río, es uno de los agentes a quien la mayor parte de la comisaría debe dinero porque se dedica a prestar, es uno de los agentes al que una parte de ellos odia por haberse acostado con sus mujeres, es el agente que más peligrosamente bordea la ilegalidad en su trabajo y que ha ido amasando una pequeña fortuna desconociéndose el cómo.
Cuando los de asuntos internos y el fiscal señalan a uno de los agentes, el menos corrompido, pero igualmente poco fiable, como el autor del asesinato por haberse enterado la noche anterior de que su mujer le era infiel con el muerto y además le debía 80.000 zlotys, comienza a tener sentido toda la amalgama de imágenes grabadas con móvil, con cámaras de seguridad, con videocámaras… que han ido surcando el relato hasta entonces. La memoria del sargento Krol aparece fragmentada, sus recuerdos de la noche anterior van recuperándose con la ayuda de fogonazos y de las grabaciones que va consiguiendo. Creyendo que no ha sido capaz de cometer ese crimen, emprende una huida a la búsqueda de la verdad, con la ayuda y las traiciones de sus compañeros de trabajo, quienes no dudan en poner en riesgo su puesto ayudando al fugado. Krol reconstruye la vida del muerto, del agente Lisowski, quien se revela un auténtico criminal con conexiones mafiosas. Uno de esos elementos necesarios para que el crimen organizado prospere, pero un peón igualmente desechable si existen riesgos.
A la corrupción inconsciente, aceptada y asumida dentro del departamento, “cobramos lo mismo que hace 15 años”, no es difícil relacionar una corrupción a nivel gigantesco según se va escalando en la pirámide del poder. Y Smarzowski dispara a todo lo que se mueve, Gobierno, fiscales, Policía, Iglesia católica, Unión Europea, constructoras, es todo un entramado destinado a enriquecerse fraudulentamente utilizando recursos públicos para malvenderlos y comprarlos a través de sociedades interpuestas, un sistema transnacional que se extiende hacia Moscú y hacia la mafia italiana. El cáncer de lo público encarnado en sus propios servidores, Polonia representada como un paraíso corrupto e impune, un país en el que la integridad vale menos que nada, donde divulgar ciertas noticias ni te asegura que se haga justicia ni que se te olvide.
En una sociedad obsesionada por las nuevas tecnologías, por tener que contar la vida al milímetro, por grabarse en cualquier situación, ya sea comprometida o aparentemente banal, no resulta excesivamente complicado rastrear lo que hiciste hace tiempo, basta con que uses el teléfono móvil como un órgano vital, para facilitar las cosas a quien te quiera buscar las vueltas. Los políticos grabarán a los constructores, los constructores a los políticos, los policías a otros policías, los policías violentos las palizas para su propio regodeo, las putas grabarán a sus clientes para que su proxeneta cuente con mecanismos de defensa o para protegerse ellas mismas de abusos demasiado insoportables, y todo quedará grabado, y aunque se hagan desaparecer los archivos, siempre existirá alguna copia que fue imprudentemente difundida, o una cámara de vigilancia que captó una imagen comprometedora. Cuando el fango impide respirar y tienes más que perder que ganar, se te ofrecerá una mínima tabla de salvación a cambio de un silencio humillante. ¿Qué es lo que quedará cuando te reveles y como el escorpión piques a la rana? Que tu ejemplo servirá de aviso para el resto de tus corruptos compañeros. No son pocos los que creen que un nivel de corrupción mantiene engrasada la maquinaria para que todo funcione, pero puede que ésa sea la excusa perfecta para terminar amparando cualquier comportamiento por excesivo que sea, ¿qué diferencia al policía que extorsiona del político que se enriquece indebidamente? El volumen de lo ganado no puede ser el argumento justificador, porque, al final, la política está formada por ciudadanos bastante corruptos a los que no se pide cuentas porque, en el fondo, muchos desearían estar sentados en esas poltronas para hacer lo mismo.
Estupenda forma de retratar una sociedad gangrenada de la cabeza a los pies, sin la profundidad o el poso místico de Leviatán de Zvyagintsev. Alejada del dolor y la culpa generada por el peso de un exacerbado catolicismo muy propio del cine polaco, esta película puede disfrutarse como un simple relato criminal, como la reproducción en imágenes de cualquier boom literario nórdico de novela negra, o se puede interpretar como un ejemplo más de la podredumbre que se ha instaurado en las sociedades occidentales, agravada, en este caso, por el rápido paso, sin depuraciones necesarias, de un régimen dictatorialmente corrupto a un régimen de capitalismo sin control ni límites.