Suburbana, Argentina en primera persona
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
En esto de la crítica literaria la contradicción parece no ser un demérito, todo lo contrario; no importan las aporías del discurso y la incoherencia de determinadas argumentaciones cuando se trata de defender un indefendible pero tradicional -¿cuándo dejaremos de ampararnos en dioses y tradiciones?- discurso vuelto casi en exclusiva a mantener el estatus quo del sistema literario. No se trata aquí de hacer una destructiva apología en contra del canon –el contracanon termina convirtiéndose en un canon paralelo, pero canon al fin y al cabo- ni tampoco de responder a recientes afirmaciones que retratan de por sí y sin necesidad de postilla alguna al interlocutor; de hecho, el objetivo de este artículo es hablarles de la primera novela del autor argentino Claudio Mazza, Suburbana, recientemente publicada por la editorial Dos Bigotes. Sin embargo, de ahí el preámbulo aparentemente innecesario, adentrarse en una novela como la de Mazza, así como en cualquiera de los interesantes títulos del catálogo de la joven editorial Dos Bigotes, obliga ya sea a la crítica como al lector abandonar esos tópicos de los que paradójicamente suelen renegar quienes más los utilizan. En efecto, defender que en literatura el género del autor no importa, cosa que a priori es bien cierto, ha servido no sólo a ignorar –la generación del ’27 es prueba de ello- a un número más que numeroso de autoras, sino a mantener ese inconsistente, pero tan arraigado, discurso, de que hay mejores escritores que escritoras y que, por tanto, los hombres tienden a ser mejores escritores respecto a las mujeres. La no-lógica que ha perpetuado este discurso es la misma que, en nombre del desinterés por la tendencia sexual de los autores, ha arrinconado de forma nada ingenua a la literatura gay, una literatura y unos autores que los queer studies han reivindicado, principalmente desde cátedras norteamericanas a partir de los años ochenta, promoviendo su inclusión en los estudios literarios. Si bien resulta innegable el mérito y, sobre todo, la importante labor realizada desde los queer studies, si es cierto que, casi como en todo, hay una contrapartida: la reivindicación de la literatura queer ha supuesto –y en gran parte todavía supone- una parcelación de dicha literatura, considerada y leída por su temática sin que se tenga en cuenta, al menos en la mayoría de los casos, el valor literario de la misma. Y es precisamente contra esta parcelación y, a la vez, contra el tópico que ha llevado a ella que se erige el proyecto Dos Bigotes, editorial que se define por publicar literatura de temática LGTBI y que tiene como punto nuclear de su ideario la calidad literaria y el descubrimiento de autores noveles o sin presencia en el panorama literario español.
En este proyecto se enmarca Suburbana, la primera novela de Claudio Mazza y que se define, ante todo, por su valor literario; “desde la temática LGTBI es posible tratar distintos temas y no limitarse al tópico de chico-conoce-chico o chica-conoce-chica”, afirman los editores y Mazza es la clara prueba de ello. Suburbana es, ante todo, un libro acerca de la memoria y, en concreto, acerca del entrelazamiento entre la memoria colectiva y la memoria personal. Tras casi dos décadas viviendo en Madrid, Renzo regresa a Buenos Aires ante el inminente fallecimiento de su padre; el rencuentro con el padre, con su madre y sus dos hermanos implica un reencuentro con una historia que Renzo ha dejado aparcada en ese lado del mundo. Renzo ha construido su vida en Madrid –pareja, trabajo, amigos-, aparentemente nada le liga más a la ciudad porteña y, sin embargo, las raíces son más profundas de lo que el propio Renzo creía: imposible extirparlas, la única posibilidad es profundizar en ellas. Aparece así la figura de Alma, metáfora de un secreto, de un capítulo de vida desconocido y al que Renzo deberá inevitablemente hacer frente; asimismo a través de Alma, aparece el capítulo más negro de la reciente historia de Argentina: el exilio de Perón, las manifestaciones de apoyo, el movimiento montonero, el episodio conocido como el Cordobazo, la creciente persecución –no está de más recomendar al respecto el durísimo film La noche de los lápices– y la sensación de miedo y represión previos y posteriores al golpe de estado de Videla. Las desapariciones, los vuelos de la muerte y el exilio forzado reaparecen como un capítulo esencial de la historia argentina que ha marcado social, colectiva e íntimamente a varias generaciones. En efecto, Alma se convierte en parte en metáfora del secretismo que se vivió hasta la caída de la dictadura, en reflejo de esas presencias/ausencias de las que no se habla, pero que inevitablemente intervienen en las dinámicas del día a día. Las conversaciones de Renzo con sus padres –“¿somos peronistas?”, pregunta en momento dado el niño al padre- vislumbran como el miedo ha penetrado en el ámbito privado: la autocensura se ha instaurado entre las conversaciones familiares de la misma manera que los registros por parte de los militares se han naturalizado, forman parte de la cotidianidad –véase cuando Renzo y sus hermanos comentan cómo cada noche los militares los registran y se llevan detenidos algunos jóvenes.
Claudio Mazza construye una novela a partir de distintos niveles de memoria: no sólo la memoria personal frente a la memoria colectiva, sino los recuerdos de los que se es consciente y aquellos que, en estado de duerme vela, reaparecen a través de las conversaciones. A todos ellos se suman los vacíos, aquellos producidos por el olvido –voluntario y no-, pero también por la ignorancia; son vacíos que Renzo debe colmar y lo debe hacer sólo. Su pareja, en Madrid, es mantenido al margen, cosa que provocará problemas en la relación, por un protagonista que asumen como propia e intransferible la labor de reconstruir un puzle al que le faltan demasiadas piezas y en el que, una vez completado, podrá reconocerse y reconocer su trayectoria vital. Suburbana narra así los últimos cuarenta años de la historia de Argentina: ambientada en los días del corralito, la novela describe la sensación de precariedad, la carencia de lo más básico –el hospital apenas tiene el material para la atención primario-, el miedo a revivir la crisis de finales de los ochenta que llevó al poder a Menem, reconvertido, desgraciadamente, en un salvador que despertaba el entusiasmo de una población desesperada. Mazza se une a un amplio abanico de autores argentinos, de los que cabe destacar Ricardo Piglia y Patricio Pron, que se enfrenta a la historia del propio país y Mazza lo hace haciendo confluir la historia oficial con el desarrollo vital –aunque visto en retrospectiva- del protagonista. Argentina y Renzo se convierten así en dos caras de una misma moneda: las tribulaciones de un país son las tribulaciones de individuo que busca asentarse. El corralito que padece Argentina es, al fin y al cabo, metáfora del corralito existencial que vive Renzo a su vuelta a Argentina: la precariedad de una vida a la que le faltan demasiadas piezas.