Bird People (2014), de Pascale Ferran
Por Miguel Martín Maestro.
Descolocado, confuso, y al tiempo cautivado y deslumbrado me deja la última película de Ferran que oscila entre lo que aparenta una historia convencional y más que trillada y el absoluto goce y maestría visual. Pasa del relato anodino de crisis existencial al toque de realidad más crudo o al surrealismo onírico más apabullante. Tenía previsto su estreno en España el 21 de noviembre, obvia decir que no se ha producido y que resulta difícil imaginar que vaya a ocurrir en un país tan poco arriesgado como éste en materia cultural y con un producto tan poco comercial.
En la Isla de Pascua se mantiene vivo el relato de la leyenda de “el hombre pájaro”, competición anual que determinaba la persona o clan que dominaría la isla durante el año siguiente y que colocaba al vencedor en una posición de aislamiento social, recluido en una caverna y sin apenas contacto con otras personas dada su condición de semidios. En Bird People hay mucho de aislamiento, de falta de contacto personal, de rutina diaria que produce insatisfacción y angustia. ¿Sería el cine que Antonioni haría ahora de seguir rodando? Es probable que no, que Antonioni no hubiera sucumbido a las nuevas tecnologías para contar sus historias, pero de incomunicación entre personas sabía bastante y no necesitaba recrear con forzamiento escenas cotidianas para advertir que somos extraños de nosotros mismos, y mucho más de quienes nos rodean. El final de El eclipse recuerda a ese devenir de personas por los pasillos del aeropuerto Charles de Gaulle, o al estado catatónico y abducido de los viajeros del RER parisino, absortos en sus pantallas de smartphones, tabletas, miniordenadores, miniipods y similares productos tecnológicos que nos sirven de entretenimiento y, también, de control, que aparecen frecuentemente en Bird People.
Que Gary Newman y Audrey Cazumot deambulen con escasa convicción por estos escenarios, representen con su sola corporeidad el hastío y desengaño vital, y terminen por dar un giro radical a sus existencias, no sorprende, incluso uno teme que sus experiencias terminen coincidiendo en una historia convencional de encuentro en París. Ni mucho menos, Pascale Ferran obvia esa posibilidad y va desarrollando su historia en compartimentos estancos con escasas interacciones entre los dos, más motivadas por coincidir en espacios comunes que por buscarse ambos de manera consciente o no, su incomunicación e insatisfacción personal no está dirigida a encontrarse entre sí sino a encontrarse a sí mismos.
Una presentación inicial de nuestro mundo moderno, de dos personajes que viajan, uno desde Estados Unidos a París para solucionar un problema industrial grave en este mundo globalizado que afecta a una multinacional con obras en Dubai, la otra en los medios de transporte público, que necesita una hora para llegar al trabajo y otra para volver a su casa desde un hotel de los que rodean el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Una trabajadora y un huésped del hotel, dos mundos muy distintos, el de quien tiene todo lo material que se puede envidiar y la que apenas tiene con qué sobrevivir día a día, y ambos careciendo de lo mismo, con un vacío existencial no tan diferente al que aparentan las personas que deambulan por los mismos espacios, y que se demuestra en ese uso mecánico y compulsivo de las nuevas tecnologías. Tras la presentación las historias se separan y se individualizan, primero asistiremos a la desintegración de Gary, a su decisión instantánea y radical, sin posibilidad de marcha atrás, de abandonar país, trabajo, familia, acciones, dinero, corporaciones y comenzar de cero. Posteriormente asistiremos a la catarsis de Audrey mientras trabaja, entre habitación y habitación de hotel, recomponiendo el desorden de los huéspedes, sufre un episodio paranormal, ya sea real o fruto de una alucinación, Audrey se transformará en gorrión y sobrevolará, en plena libertad, los cielos de París, cotilleando la vida de la gente y dándose cuenta de que su vida no es tan distinta ni mucho peor en lo personal.
La parte de Gary es excesivamente convencional, monótona, previsible, pero posiblemente por eso, el golpe de maestría lo da la escena de ruptura matrimonial vía Skype, dos personas frente a frente de una pantalla de ordenador liberan sus traumas y ponen punto final a una relación. Ferran asume que el mundo moderno ha disminuido el contacto físico entre las personas, puede ser mucho menos violento e incómodo comunicarse mediante una pantalla que asumir el riesgo del vis a vis, de hecho, durante la película apenas podremos asistir a relaciones personales compartidas, apenas habrá conversaciones íntimas entre nadie, es un mundo solitario lleno de solitarios y enmarcado, fundamentalmente, en la noche de un París de extrarradio, industrial y de negocios, una noche que transporta a las noches americanas de Jarmusch. Un mundo tan impersonal como el de los escenarios de un aeropuerto y un hotel de cinco estrellas.
La parte de Audrey es más vital, más gozosa visualmente, también más ilógica y menos convencional, incluso absurda. Audrey está igualmente insatisfecha con su trabajo, con su vida, con su perspectiva de futuro incierto. Pero al menos mantiene una ilusión propia de su edad, más joven que Gary, todavía no ve todas las puertas cerradas. No obstante siente falta de libertad, por eso su transformación en pájaro es el acicate necesario para retomar con optimismo su vida, sea cual sea ésta en su futuro. Su nueva condición le permite escudriñar sin ser vista, le permite comprobar que la vida es muy peligrosa pero también esperanzadora, le ayuda a disfrutar y a saber disfrutar del momento. El conjunto de imágenes que comprende este segmento de la película es emocionante y prodigioso, se trata de los mismos espacios por los que ambos personajes se ven obligados a transitar a diario, pero vistos desde la perspectiva aérea el control sobre los mismos cambia, ya no estamos aplastados por la realidad sino que usamos esa realidad para nuestra propia complacencia. Recobrada la consciencia, Audrey ha cambiado, como ha cambiado Gary una vez que ha conseguido dormir tras el jet lag del viaje inicial. La conversación final entre ambos tiene algo de bienvenida, son dos personas diferentes que usan la palabra por primera vez para relacionarse sin corsés con gente desconocida.
Los pájaros de la película no dudan en compartir espacios y relacionarse, esos gorriones pueden optar por la individualidad o el grupo, las personas de nuestra historia han aprendido que ser “bird people” significa eso, mantener la individualidad sin perder el calor del contacto, no todo son beneficios, videoconferencias, resultados y salarios a cambio de jornadas agotadoras, hay que intentar, y saber, buscar un elemento de esperanza y optimismo en la vida, un mínimo momento diario, por breve que sea, para desprenderse de toda la inmundicia y egoísmo, aunque para conseguirlo haga falta ser lo suficientemente egoísta como para comprender que tu vida actual no te sirve y necesitas una nueva. Encontrar el “momento” diario puede resultar suficiente para considerar bella la vida, como esos pájaros que se dan un banquete a pleno sol en el campo dando cuenta de los restos de un picnic humano antes de volver a sobrevolar un espacio tan anodino como es un aeropuerto. “¿Cómo se dice ‘nadie’ en francés?”, “personne”, “¿pero ‘persona’ no se dice también ‘personne’?”, éste es casi el epílogo de la historia, apenas si somos nadie, de nosotros depende cambiarlo.
*Película que puede verse en el Atlántida Film Fest 2015 a través de Filmin: https://www.filmin.es/atlantida-film-fest
Cuando la palabra recrea el cine… y nos hace ir más allá, incluso “ver” una película sin estar en la butaca… eso son tus reseñas, Miguel, pequeñas obras maestras del pensamiento y la letra escrita que, además, en mi caso, suelen coincidir conmigo en criterios y percepciones. Gracias, una vez más, por hacer del cine algo más que un conjunto de fotogramas.