Jean Giono: mundos que se curan de mí
Fragmentos de un diluvio. Viajes por un tríptico
Jean Giono
Vaso Roto
Por José de María Romero Barca
“Tanto silencio… que se ve a los ángeles”. La esencia de la poesía de Jean Giono
(Manosque, Francia, 1895 – 1970) es visual. El poeta quiere encontrar el término justo
porque quiere que la palabra ilumine, que los diseños que traza en la sensibilidad del
lector sean brillantes, “como si con arena frotaras / una antigua moneda, y de repente /
alumbrara la impronta del rey”. La poesía de Giono solo puede ser apreciada en su
totalidad junto a las imágenes que evoca.
Recientes estudios demuestran que los programas interdisciplinarios en poesía y
lenguaje promueven un aprendizaje básico en ambas destrezas. Leer versos facilita el
desarrollo de habilidades tan necesarias como las de escucha y análisis, que a su vez
pueden ser utilizadas a modo de enfoque educativo complementario. Los Fragmentos
de un diluvio. Viajes por un tríptico (1969, Vaso Roto, Esenciales, Poesía, 2014) de
Jean Giono son la lectura ideal para iniciarse en poesía. Sus estrofas fluyen libremente
sobre la página. Su legibilidad es sinónimo de belleza.
El largo poema “La Caída de los ángeles” es exquisito en su detalle, tierno,
imponente, pero sobre todo original, como lo que es verdadero. Palabra e imagen son la
misma cosa, una “luz / apenas virtuosa, sin especial belleza, / una luz de castigo eterno”.
Prueben a memorizar un fragmento. Podrán reproducirlo sin pérdida al recitarlo, porque
las palabras de Giono viven en nuestra boca y oídos. El poder de la mejor poesía no es
independiente de su diseño.
La composición “Un diluvio” tiene la oscuridad moral y la complejidad del
pensamiento auténtico. El poeta aborda la tensión entre la ambigüedad y la formalidad
del tono: “Dios dice: quiero que esta vez todo se haga con método. / No se trata de caos;
no estoy enfadado; nunca he estado tan tranquilo”. Se lamenta la pérdida de la libertad,
y la libertad es la pasión de Giono. Su capacidad de relacionar lo pequeño y lo grande,
lo personal y lo político, encuentra su máxima expresión en esta composición, una
indagación en la miseria moral de una época demasiado parecida a la nuestra, donde “no
puede haber dos universos: / y mi reflejo soy yo mismo; y mi contrario soy yo mismo; /
y mi contradicción soy yo mismo; y la rebelión soy yo mismo; / y la nostalgia que
conforma fuera de mí los mundos que se curan de mí: / soy yo mismo (o al menos exijo
que sea yo mismo)”.
Por último, la fuerza del poema “El Corazón-Ciervo” radica en la métrica que
utiliza, que es como esas ilusiones ópticas que entrevemos, sin poder definir del todo. El
ritmo, ¿es yámbico, con una sílaba átona, o trocaico? El efecto es, sin duda, demoledor:
“Hay tantos que decapitan que los sables, hachas, cuchillas de guillotina zumban como
colmenas. / Que la brisa fresca mece todas las manos como el viento mece las águilas. /
Han liberado al corazón-ciervo”. En el ritmo obsesivo de la composición se evoca no
solo el latido de la vida, sino el martillo sobre el yunque, mientras el creador forja una
composición de pavorosa simetría: “¿Dónde está la flecha de los gansos salvajes
lanzada hacia el cero del blanco? / Galopa, galopa, galopa, galopa”.
La música del poema, y por ende la del poemario Fragmentos, incentiva el
desarrollo de tres importantes componentes que están igualmente involucrados en el
desarrollo de las habilidades lingüísticas: la percepción auditiva, la memoria fonológica,
y el conocimiento meta-cognitivo. Ante esta evidencia, la poesía de Giono nos ofrece la
oportunidad única de desarrollar plenamente nuestro potencial. Leer su poesía es
adentrarse en un proyecto interdisciplinario que nos permite adquirir habilidades no solo
en la educación lingüística sino en la poética, la visual y la musical.
El poemario de Giono es digno representante del siglo XXI, tan portátil como un
Kindle, mil veces más hermoso. El mayor logro de su traductor, Juan Ramón Ortega
Ugena, es haber captado la sensibilidad del autor francés: grandioso pero íntimo,
terrenal a fuer de soñador. Su castellano tiene una simplicidad áspera, que Giono habría
disfrutado, una sensualidad abierta, que también. Ortega Ugena ha conseguido lo que se
propuso: la entrega a una nueva generación de un homenaje sincero.