Los libros, nuestro retrato
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
Para vosotros, para ti, para todo aquel que se vea reflejado.
Los libros se acumulan y la casa se queda pequeña. Llega un momento en el que es necesario desprenderse de algunos, pero ¿cómo decidir qué libro ya no merece estar en tu biblioteca? Decía Walter Benjamin que desembalar la propia biblioteca era una forma de redescubrir la propia biografía, pues para un lector no existe retrato más fiel que aquel que dibujan los libros acumulados durante años. No es fácil desprenderse de los libros, la mayoría de ellos vienen marcados indeleblemente por trazos de lecturas previas: las lecturas que uno mismo realizó, doblando las esquinas de las páginas, subrayando con lápiz palabras y frases que destacaban por sí solas en el armónico conjunto de la obra, pero también las lecturas de quienes leyeron ese mismo libro anteriormente, lecturas heredadas, libros que pasan de mano en mano como el más preciado de los legados. Luego están los libros dedicados, aquellos sobre los que el autor dejó inscrita algo más que su firma, porque no se trata del autógrafo conseguido tras una larga espera en una fila, sino de una dedicatoria personal, aquella que surge del encuentro, más allá de las páginas, entre el lector y el autor. Desprenderse de estos libros es todavía más difícil, ellos contienen un episodio de nuestra biografía a la vez que custodian, en el secretismo de sus páginas, una relación de amistad o de complicidad, una relación que venció la distancia que inevitablemente marcan las páginas y sus cubiertas.
Se cuenta que hace algunos años un escritor donó a una librería parte de su biblioteca; quería deshacerse de algunos libros, pero no se percató que entre aquellos volúmenes había algunos que le habían sido regalados especialmente por sus autores, libros que llevaban el rastro de la admiración o de una antigua amistad, libros que comenzaban con una dedicatoria no aleatoriamente realizada. Dice la historia, casi una nouvelle con toques didácticos, que uno de aquellos libros dedicados cayó en manos de su autor quien, entre la rabia y el dolor, vio cuán insignificantes habían sido sus palabras, escritas indeleblemente en la primera página, para su destinatario, que, con más o menos pesadumbre, se había deshecho de ellas. “Arrancar la dedicatoria antes de regalar el libro”: esta podría ser la moraleja de esta nouvelle, tan real como posiblemente inventada. Sin embargo, no siempre las moralejas lo resumen todo: no se trata meramente del arrancar la dedicatoria, sino del desprenderse de ella, del libro, del autor, de esa historia compartida. Si como decía Benjamin, desembalar la propia biblioteca es recorrer la propia biografía, recorrer episodios aparentemente olvidados, reencontrarlos a través de la experiencia lectora, desprenderse de un libro es desprenderse de un episodio vital, de un episodio que, por las risas ensordecedoras o por las lágrimas derramadas, nos constituyen. Desprenderse de un libro que en su día fue dedicado es, además, desprenderse de un episodio vital que no solo te pertenece a ti, sino también a ese otro, cuyo rastro queda, a pesar de su posible ausencia, en aquellas palabras dedicadas. Tan cruel e injusto es mutilar una novela de sus capítulos, por secundarios que sean, como mutilar la propia biografía de aquellos episodios que, como los capítulos de un libro, dan sentido a la totalidad. Una novela sin sus capítulos deja de ser novela, nosotros sin todos nuestros episodios dejamos de ser nosotros.
En los estantes ya no queda espacio, no ha y sitio para nuevas estanterías, ¿de qué libros desprenderse? La decisión no es fácil, pero en esa criba los primeros libros en caer son aquellos cuya existencia ya no se recordaba, aquellos cuyas lecturas pasaron sin dejar huella, páginas leídas de forma automatizada, páginas irrelevantes a las que el recuerdo no quiso prestar atención. Tras estos libros, ya no hay más de los que desprenderse. ¿Cómo abandonar aquella novela, de páginas ya amarillentas, robada de la vieja y algo apolillada biblioteca familiar? ¿Cómo desprenderse, en favor de nuevas ediciones, de los blancos volúmenes que Seix Barral publicaba en aquellos ya lejanos años sesenta y setenta y que heredaste de la adolescente biblioteca de tu padre? ¿Cómo desprenderse de aquellas lecturas descubiertas en los primeros años universitarios y que sigues leyendo como un faro que, en los momentos de más oscuridad, te indica el camino, quizás erróneo, pero el camino? ¿Cómo desprenderse de aquellos libros dedicados, de aquellas palabras escritas por los autores que más admiraste y que el destino te permitió conocer? ¿Cómo desprenderse de aquel libro que leíste en el intento de recuperar un amor irrecuperable, ese libro que tantas lágrimas te hizo derramar y cuyas páginas resumen la tristeza de unos largos meses vividos y padecidos? ¿Cómo desprenderse de aquellos libros en cuyas dedicatorias está impresa la historia de una amistad, terminada o no, la historia de un tiempo compartido? En los estantes los libros se acumulan, es imposible darles un orden. Desembalas tu biblioteca, revives momentos de felicidad y de lágrimas; reencuentras por un momento relaciones perdidas, tiempos y momentos que, como Marcel, recuperas, a pesar de todo, a través de las palabras y la lectura; continuas conversaciones interrumpidas por la distancia y te aferras a aquellos libros que siempre han estado ahí, fieles escuderos de una trayectoria lectora desigual, incoherente, pero apasionante en sus vaivenes. Recolocas los libros en los estantes, apretujados, en doble fila, algunos en horizontal, apoyados en el dorso superior de otros. Ya apenas hay espacio, no hay orden, sólo confusión. Textos y autores diversos, contrapuestos, distintos, de hoy y de ayer, de aquí y de allá; en la ausencia de armonía, en el caos de esos estantes, que observas con melancólica felicidad, te encuentras y te reflejas. Y es entonces cuando te das cuenta de que todos aquellos libros te pertenecen, de que todos aquellos libros te conforman. Desprenderse de uno de ellos es desprenderse de una parte de ti y eso es imposible.
Gracias. Es tan así y nada menos.
Norma Aristeguy
por motivos laborales he tenido que cambiar varias veces de domicilio. Y eso me ha obligado a reducir equipaje, libros, unos los done a un colegio de un pueblo, otros los envié a Cuba. Con el paso del tiempo. He tenido que volver a adquirir algunos para releerlos . No me s igual leer co 20años que con 50 me ha pasado con .alicia en el país de las maravillas, ahora me ha enriquecido muchísimo
Cuanto dolor da desprenderse de los libros que se han tenido en la biblioteca por muchos años, es toda una vida de recuerdo, novelas, educativos, etc. Libros de mis antepasados de muchos años. Hoy desgraciadamente tengo que salir de ellos por mudanza y por tener 72 años.