Los nuevos pobladores, de Pilar Fraile Amador
Por Carlos Huerga.
Los nuevos pobladores, de Pilar Fraile Amador
(Traspiés Ediciones, 2014).
Pilar Fraile Amador, autora de libros de poesía como La pecera subterránea o Larva, publicó el año pasado su primer libro de relatos, Los nuevos pobladores.
Lo primero que llama la atención es la facilidad de la autora para desdoblarse. Me explico: Fraile ha publicado hasta ahora varios poemarios donde el tratamiento del lenguaje alcanza momentos fascinantes. Sin embargo, uno puede leer La pecera subterránea y pasar a Los nuevos pobladores y no darse cuenta de que se trata de la misma autora. Si en su poesía nos topamos con una escritura que se sumerge en las profundidades del lenguaje, desde el subconsciente y la potencia de las imágenes, en los relatos se desprende de aquella tensión poética para involucrarse en las profundidades de los personajes y las aristas de las historias. Así, en Los nuevos pobladores, nos encontramos con un lenguaje depurado y mucho más simple, si bien la armazón de los relatos no es simple en absoluto. Las frases no buscan indagar, sino comunicar desde su realidad cotidiana, que puede revelar matices del día a día. Un ejemplo: “Ha vuelto a suceder. Por la tarde la duna se asoma a la carretera, es una mano gigantesca que amenaza con devorar el terreno. Yo ha construido unas vallas para evitar que se derrame en el paso y nos deje incomunicadas”.
En algunos de los relatos de Fraile Amador, podríamos aplicar la teoría del iceberg que popularizó Hemingway (y que Ricardo Piglia se ha encargado de ampliar), pues el caso es que muchos de sus textos contienen esa estructura abierta y poder de sugestión necesarios para solo mostrar lo más evidente, y disimular (que no tapar) lo realmente importante, la esencia de los comportamientos humanos, las zozobras de los personajes que construyen (o destruyen) su identidad. Las elipsis y los vacíos narrativos ayudan a reconstruir la historia y por tanto, permiten vivir la experiencia de manera que el lector se involucre más.
Ya el primer relato “Razones” nos abre a un mundo cotidiano y tenso, lleno de inseguridades y amagos que delatan la desazón de unos personajes distantes, inmersos en su desasosiego, no sin un humor punzante y sutil. En “Normal”, el aguijón de la normalidad se va instalando en los personajes con la tranquilidad que conlleva la costumbre, lo que no deja de contener una violencia imperturbable, que pasa desapercibida. Un cuento que habla de cómo uno puede acostumbrarse al sometimiento casi sin darse cuenta, o sobre cómo el silencio acaba instalándose como un huésped cancerígeno. Un texto que podría llevar a la pantalla el cineasta Jaime Rosales. Y es que, el estilo visual de la narrativa de Fraile, es otro de los elementos que llama la atención, construyendo escenas cinematográficas, generando una ambientación que casi podemos respirar.
El relato “Educación” muestra la obsesión por intentar seguir siendo como se era, cuando esto no es posible. Algunos relatos contienen esas dosis de perturbación tranquila que emana de los cuentos de J. D. Salinger o David Foster Wallace, como “Fin del mundo” o “La isla”. Esa perturbación que apenas se percibe se mezcla con el extrañamiento, incubándose una mirada del mundo un tanto ambigua. Este cuento, por ejemplo, flirtea con la amenaza, que solo al final parece asomar a la superficie, así como por los personajes imbuidos en su complejidad psicológica y el alejamiento del yo. En otros, el hambre y la ansiedad, parecen confirmar una identidad que podría parecer enfermiza. La realidad es violenta y el individuo se siente inválido, por eso se comporta de una manera escurridiza y dubitativa, descubriendo cosas sobre sí mismo en las diferentes acciones o engañándose a sí mismo. “A veces es tan difícil la línea que separa lo que no vemos de lo que no queremos ver”, dice el narrador en el cuento titulado “Orden”. Y es que, habría que preguntarse hasta qué punto la mayoría de las personas somos frágiles y tenemos comportamientos ambiguos.