PALLAKSCH O LA BÚSQUEDA DEL ALMA
Rafael Talavera
Ediciones Vitruvio, 2015
Por María Jesús Mingot
El título del poemario de Rafael Talavera acaso podría llevarnos a engaño: que un poemario dedicado íntegramente a la búsqueda del alma podría terminar con su hallazgo. Nos encontramos nuevamente frente a un poemario hondo, conmovedor, de marcado alcance existencial y, al menos en un preciso y precioso sentido, circular: acaba donde empieza. Su final, el final de un poemario dedicado enteramente a la búsqueda de eso a lo que damos el nombre de ‘alma’, no significa en modo alguno el final de la búsqueda, ni siquiera su aplacamiento, sino la confirmación de su absoluta necesidad. No hay posesión, no hay desenmascaramiento del ‘objeto ansiado’ que dé paso a una cierta quietud o abandono, no hay final del viaje, no hay compensaciones, y en el fondo, además, tampoco las queremos, o no deberíamos… si realmente amamos la vida, esta vida. Todo el poemario habla de esa búsqueda, habla desde dentro, como si cada página del poemario reanudara una y otra vez ese periplo. El poemario habla de la textura del alma, de su naturaleza escurridiza, de su carácter inaprensible e inefable, de su hechizo, de su destierro, de su vínculo sagrado con la poesía y, a través de ello y por ello, del asombroso poder de su extrema belleza y fragilidad. Y todo ello sin salir ni por un instante del ensueño, de la fabulación, de la máscara. ¿Cómo podríamos?
QUÉ refrescante es, alma, suponerte
dispersa, derramada, diluida en todas partes
para que, tras evaporarse el mundo en sueño,
bajo su escarcha te reveles, belleza que se afana floreciendo
en la infinita luz, tenaz fragilidad que nos sostiene.
En torno a ella va gestándose el libro, abordándola desde diferentes ángulos, adentrándose en sus más recónditos y esenciales nexos o vínculos: alma –belleza, alma- silencio, alma –eternidad, alma –palabra, alma –misterio, alma –muerte e incluso también, alma –música. Nada antecede a esa búsqueda que va tomando cuerpo en la propia composición del poemario, con cada poema que se va ensamblando con el resto para ir formando un cuadro mortalmente herido, sin horma de zapato, sin modelo y, por lo tanto, desfondado, intrínsecamente inacabado e inacabable, finito, un cuadro que ha de deshacerse y recomenzarse sin solución de continuidad, pues la nostalgia parece aquí lo único perdurable. Y si nada precede a la búsqueda, ni la sobrevive ni puede detenerla, entonces todo queda en el rastro fugaz que ésta va dejando a su paso:
‘Ni un resultado: sólo
queda el inmenso esfuerzo,
la denodada búsqueda
de una rosa de humo.
Hemos estado aquí.’
Eso es lo que queda: una odisea sin llegada a puerto alguno, un renovado e incesante buscar, una llamada en el vacío. No hay puerto, no hay anclaje, no hay recompensa alguna para el inconmensurable esfuerzo, incesantemente renovado con cada hombre que llega al mundo, de buscar… el ‘alma’ del mundo, el ‘alma’ del hombre, el ‘alma’ de las cosas, esa “rosa de humo” en torno a la cual tejemos nuestros sueños. Finalmente, en esta honda meditación poética que es “ Pallaksch o la búsqueda del alma”, una poesía sedienta de ‘alma’ aquí, que la sueña y vislumbra y acecha, y sabe de la imperiosa necesidad de seguir haciéndolo, lo que busca y lo buscado confluyen enteramente. ¿Pues qué es el alma, sino ante todo el inagotable anhelo de no rendirse, de seguir buscando, soñando, fabulando poéticamente sentidos, tanto más cuanto más aspiramos a poder sencillamente encontrarlos? [El alma acaba por encontrar su mayor cumplimiento en éste no ser alcanzada, pero ser incesantemente [ requerida y anhelada… De ahí también, nuevamente, la estructura circular que para mí tiene el poemario.
¿Qué eres, alma, que ardes y no ardes, que vigilas y sueñas, que eres granítica de tan
[ delicuescente?
Hubo una vez un hombre que buscando su alma se despojó uno a uno de sus miembros,
[ y murió
sin hallarla: pero ella estaba agazapada allí, era la suma de todas las ansias, de todas
[ las visiones invisibles.
Por eso pienso yo que a lo mejor el alma es como las olas del mar, que ni son mar ni el
[ mar puede ser mar sin ellas.
O la luna envolviendo la redondez de la perla; o como el centelleo del rocío en las alas
[ líquidas de las mariposas. O como el resplandor…
El alma como fuente de la sed y, al mismo tiempo, como objeto de la sed, como desiderátum, como agua para el sediento, de la que no beberá, o sólo lo hará fugazmente, en destellos, en sueños, en la creación poética. Éste es el camino a través del cual se lleva a cabo esencialmente esa búsqueda, el quehacer poético, un quehacer que, por momentos, parece exceder la labor del poeta en cuanto tal, para constituirse en lo más genuino del hombre en su interrelación con el mundo, llegando a tener un alcance cósmico… y en cualquier caso, revelador: como vehículo sagrado de una epifanía. El poemario se adentra en la interioridad del poema, que es la interioridad del alma misma. Y se adentra del único modo que puede hacerlo, hablando su palabra… poetizando. No habla del arriesgado arte del poeta, lo ejerce. No teoriza sobre sus ‘disfraces’, los teje y alumbra ‘a golpe de metáfora’; como es también de la mano de la metáfora como (se) sueña con construir un poema en “tierra de nadie”, donde sea posible la contemplación sin deseo, liberada y generosa. (Página 37). Rafael Talavera poetiza así sobre el poetizar, sobre la clase de actividad que es el poetizar, mientras va modelando a oscuras los poemas con el implícito deseo de arrojar un poco de luz, de modelar fugaces destellos donde acaso quepa la “exquisita posibilidad” de esa “flor de duermevela”, inaprensible e inefable, que derrame forma y sentido sobre el mundo (páginas 67, 69 y 70,73, 79, entre otras). Búsqueda, pues, del alma como matriz de la metáfora, como ‘metáfora de las metáforas’ y, por lo tanto, como hilo umbilical del lenguaje en su sentido primordial. La misma búsqueda que emprendió Hölderlin hasta adentrarse y perderse definitivamente en el territorio de lo oscuro, en pos de Pallaksch, del “bosón de Higgs” del espíritu.
Y pienso: si lanzo con violencia dos metáforas en direcciones opuestas
y colisionan convenientemente, ¿se me revelará la materia oscura del alma,
será visible su trayectoria como si en plena noche un pato surcara una laguna
de agua fosforescente? ¡Pueden venir a ver el alma, la que dedujo Higgs!
Pues hemos chocado metáforas con verdadera furia, y la hemos reconstruido
a partir de sus fragmentos atrayéndolos con potentes electroimanes
y ¡hela aquí: ésta es, sin duda, el alma! Es un Corpúsculo que es una Onda
-como la Trinidad son Padre, Hijo y Espíritu Santo pero sólo son Uno-
que habita en el espacio no local y está en todas partes al mismo tiempo,
sin cosa alguna que pueda decirse, o verse, ni deducirse de ella:
ésta como una exhalación, que no da tiempo a ver, científicamente es el alma.
Pallaksch es la palabra que simboliza aquí, simultáneamente, el correlato de la búsqueda de la belleza emprendida por Hölderlin y el ‘lugar’ desde el cual éste se vio impelido una y otra vez a buscar, a ponerse en camino. Palabra limítrofe entre el ser y la nada, entre el anhelo del lenguaje de manifestar o revelar y el silencio indecible e incomunicable que lo circunda. ¿Qué es Pallaksch? Todo y nada al mismo tiempo, lo que se balbucea y lo que nos lleva irremediablemente a balbucear, el germen de la poesía hecho palabra… capaz de alumbrar un sentido que redima al mundo y al hombre del horror vacui.
Todo el poemario nace de esa búsqueda, y la refleja…
Poemas aquí predominantemente de verso largo, de hondo alcance existencial y filosófico y de espaciada respiración, que alternan con otros de una sobriedad escalofriante, por su calado, por su profundidad y desnudez (poemas, estos últimos, que nos hacen tener muy presente “Miraba las cenizas”). El poemario me ha parecido conmovedor, puntualmente irónico, marcado por una clara unidad formal que va surgiendo del peregrinaje que conforma el libro, un peregrinaje que vuelve sobre sí mismo… para ratificar su necesidad, su “vuelta a empezar”…