Paco Tomás y los lugares de la escritura

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

Ya no recuerdo exactamente cuándo y cómo descubrí a Paco Tomás, no sé si descubrí antes al Paco Tomás guionista, aquel que consiguió atraparme semana tras semana con Carta Blanca, programa que me hizo amar el género de la entrevista, o al Paco Tomás articulista, cuyos textos, siempre lúcidamente críticos y a la vez ecuánimes, siempre comprometidos social y políticamente, son de lectura indispensable para todo aquel que cree en el poder de la palabra y en el valor de una escritura que no permanezca callada ante determinados temas. Paco Tomás es alguien que habla y habla claro, sus artículos en El Asombrario son la prueba evidente no sólo del compromiso, sino también del respeto que tiene con la escritura, como altavoz para ir más allá de la pantalla o de la página escrita. No resultó, por tanto, sorprendente saber, hace ya diversos meses, que Tomás estaba enfrascado en la escritura de su primera novela, era algo esperable, obvio, el recorrido normal y natural de quien, como me dijo en una ocasión una periodista, ama las palabras.

Paco Tomás
Paco Tomás

No interpreten todo este preámbulo solamente como una elogiosa presentación del autor; los elogios, sin duda, no deben callarse cuando son merecidos, sin embargo el preámbulo no quiere ser sólo un cúmulo de elogios ni tampoco una captatio benevolentia hacia los futuros lectores de Paco Tomás. El preámbulo responde –o al menos esta es la intención que tras él se esconde- a la voluntad de disuadir todo posible prejuicio que pueda existir ante esta primera novela de Paco Tomás: Los lugares pequeños (ed. Punto en boca) no es la obra de un advenedizo, sino la obra de alguien que, a pesar de estrenarse en el ámbito propiamente literario, muestra una madurez narrativa encomiable. Una madurez, seguramente, fruto de años de trabajo con la palabra, pues no hay una sola escritura, no hay una sola manera de escribir y Paco Tomás, guionista y articulista, lleva ya muchos años de escritura. Y de la misma manera que la ironía, el sarcasmo, no siempre complaciente, y la crítica han definido la trayectoria profesional de Paco Tomás, estos tres elementos definen también Los lugares pequeños, una historia violentamente dura, amarga y nada complaciente hacia el lector que espera una redención final. Como en su día se dijo de Thomas Bernhardt, Paco Tomás escribe contra el lector, construyendo un personaje, Fidel Ruesga, que despierta en el lector sentimientos encontrados: la conmiseración y el rechazo, la pena y la rabia. Fidel es víctima y verdugo, es víctima de sí mismo y de su historia, pero a la vez es verdugo de todo aquello que le rodea. La imposibilidad de sobreponerse a una infancia marcada por los insultos, por la violencia no explícita, pero latente en las palabras y las mirada, por la inadecuación constante –la cojera es sólo la expresión externa de una cojera íntima de la que es imposible sobreponerse- revierten en el presente del protagonista, en el presente de un Fidel adulto, cuya rabia contenida durante años terminará por expresarse con toda su violencia.

lugaresAfirma, en la contraportada del libro, José Martret que Fidel Ruesga es un personaje oscuro y cínico a la altura de Ignatius J. Really, el protagonista de La conjura de los necios, y de Holden Caulfield, el adolescente protagonista de El guardián entre el centeno. Sin duda, Fidel comparte parentesco con estos dos personajes cumbres de la literatura del siglo XX, sin embargo el cinismo compartido por los tres termina por convertirse en el caso de Fidel en desesperación. Mientras John Kennedy Tool y Salinger proponían, a través de sus personajes, una sociedad cínica en la que el instinto de supervivencia conducía a la amoralidad, a la ausencia de escrúpulos y a la deshumanización de las relaciones, en Paco Tomás ese instinto de supervivencia parece agotarse: la inercia y la melancólica aceptación, ante la ausencia de toda alternativa, de la realidad presente en las novelas de los autores norteamericanos, ya no resulta válida en Los lugares pequeños, donde la aceptación da paso a la huida, a la más radical de las huidas. La novela comienza con el intento de Fidel de huir del pasado –de la infancia, de su madre, de la familia-, un intento condenado al fracaso: el pasado se revierte en el presente, las dos temporalidades conviven en un continuo, y estilísticamente hábil, avanzar y retroceder de la narración. De la misma manera que el presente no puede escapar del pasado que lo antecedió, Fidel no puede desprenderse de la biografía que lo precedió. Fidel no trata de recomponer su historia, ni tan siquiera trata de encontrar su individualidad a través de un pasado naufragado, sino que el intento, casi desesperado, de Fidel es el de construirse un yo a partir de realidades, fragmentos de realidades, historias y mundos, que no le pertenecen biográficamente, mas solo en su imaginario de ficción. Los recortes de revista, que Fidel colecciona y reagrupa en un mosaico que nunca llega a concluir, se convierten en metáfora de este intento desesperado por construirse, por inventarse a sí mismo: se trata de recortes robados a otros mundos, recortes de realidades ilusorias, a los que Fidel se aferra; son ficciones que permiten a Fidel sobrellevar una existencia que en verdad le repugna. Sin embargo, antes o después, las ficciones se desmontan, las mentiras se revelan y el velo de Maya que protegía a Fidel se descorre: el mosaico incompleto se vuelve una impostura. Somos fragmentos, parece decirnos Paco Tomás con su novela, fragmentos que, como el mosaico de Fidel, siempre permanecen descolgados, incompletos. Asimismo el autor nos recuerda que los fragmentos que nos componen no los elegimos, sino que nos los encontramos aleatoriamente, a veces por nuestra desdicha, pero esos son.

Si tuviéramos que incluir –ya saben ustedes la pasión que se tiene por las etiquetas- Los lugares pequeños es una bildungsroman en la que el aprendizaje, sin embargo, no lo realiza el protagonista, sino el lector: no hay salvación para Fidel, pero si para el lector, que se convierte en depositario del relato, escrito y vivido, por Fidel. En efecto, la escritura es aquello que nos salva, la escritura es aquello que permanece y, en este sentido, Los lugares pequeños se enmarca perfectamente en la trayectoria de su autor, Paco Tomás, que esta vez a través de Fidel y de su legado, vuelve a depositar su compromiso en la palabra escrita: en ella convive, no en armonía, pero sí en la necesaria e incesante vibración de aquello que no se inclina ante la inercia, la crítica y la rebeldía, la huida y la salvación, la ficción y la realidad.

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