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Barbarroja

 

Por Antonio Jorge Meroño Campillo.

barbarrojaAkira Kurosawa, uno de los grandes maestros del séptimo arte, nos regala una vez más una verdadera joya para los sentidos. Aunque anclado en la tradición de su país, era un gran admirador de la cultura occidental, como lo demuestran sus adaptaciones de Shakespeare o Dostoievski.

Puede que la cinta que nos ocupa no tenga el aliento épico de Los siete samuráis, la obra más redonda del autor nipón, pero en ella reposa la profunda carga de humanismo que caracteriza a su obra.

Estamos en el siglo XIX, en un pequeño pueblo. El doctor Yasamoto (Yuzo Kayama) no consigue su deseo de ser médico del Shogun. Es destinado a un hospital para pobres, donde el doctor Niide (la última colaboración entre Toshiro Mifune y Kurosawa) defiende ideales humanistas y avanzados en la práctica de la medicina. Para Barbarroja, la enfermedad va muy ligada a la pobreza y las injusticias, y aquí el autor hace una crítica al poder, a los políticos, que según dice Barbarroja, “no se han ocupado nunca de los pobres”.

El hospital es todo un microcosmos (es posible que Kurosawa leyera la gran novela sobre la enfermedad y la muerte, La montaña mágica, de Thomas Mann), donde languidecen y mueren los pacientes. Algunos de éstos van contando su vida en unos flash-backs difíciles de seguir. Estamos todos sujetos a la tiranía de los médicos, pero el maestro nipón nos presenta una medicina que además de intentar curar está muy enraizada en la comprensión, la bondad. En este hospital los pacientes, médicos y enfermeras conviven en paz y armonía, y se desarrolla un enorme espíritu de camaradería, la que sabe imprimir el doctor Niide..

Rodada en un glorioso blanco y negro, como Rashomon, Trono de sangre o Los siete samuráis, hay unos magistrales emplazamientos de cámara en cada plano, la cámara se mueve con agilidad, los actores están todos magistrales y se van sucediendo la estaciones, el paso del tiempo, los pacientes van muriendo o salvándose, como ese niño-ladrón envenenado, todo un logro. Japón nos ha dado algunos de los grandes cineastas de la historia, aparte del monstruo que nos ocupa, como Mizoguchi u Ozu.

Fábula moral sobre lo mejor del ser humano (Yasumoto le dice a esa prostituta con la que entabla una amistad muy hermosa, que el doctor Niide es un buen hombre), obra maestra que quizá haya influido sobre la reciente y magnífica Un asunto real.

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