Una felicidad repulsiva, de Guillermo Martínez
Por Sergio Sánchez.
“Una felicidad respulsiva”, de Guillermo Martínez (Editorial Destino): la felicidad como una maldición
Aquello que conocemos como un “cuentista” es descrito como la RAE, en su primera acepción como: Que acostumbra a contar enredos, chismes o embustes. Y puede que, en cierta forma, todos aquellos que se dedican a escribir, desde su imaginación, tengan algo de esta tipología. Muchos son los autores que, a través de sus cuentos, transforman de alguna manera aquello que nosotros, seres caminantes en busca de zanahorias irreales, hemos estado buscando por los rincones más oscuros del interior – y del exterior -. Y es que radiografiar la realidad, retorcerla, cambiar los significados de aquello que es tan anodino como el día a día, está reservado a unos pocos. Así, con esa mirada tan irónica como grotesca, de lo que sucede y a lo que no prestamos atención, es como se presenta Guillermo Martínez (Buenos Aires, 1962), devolviéndonos frente al espejo algo más bien alejado de un país de las maravillas y más cercano al infierno concentrado en habitaciones íntimas.
“Leo a Flaubert. Tres condiciones se requieren para ser feliz: ser imbécil, ser egoísta, y gozar de buena salud”
Así empieza Una felicidad repulsiva y sería absurdo no contemplar que, las intenciones, ya desde el principio, parecen bastantes altas. Esas dos frases, unidas ya desde la primera página, convierten al lector en una especie de público de algún pequeño terror, ese tipo de terror cotidiano que nos aborda en el mismo momento en que abrimos los ojos cada mañana. Y es que en cada uno de los relatos de Guillermo Martínez hay esa pátina de lo absurdo, de lo grotesco de la vida real, de lo incomprensible del ser humano, enlazando con ello una prosa fluida, desprovista de cualquier juego macabro con el lenguaje, describiéndonos a la perfección las rutinas que calientan nuestros cuerpos pero no terminan por abrasarlos. Relatos como el que da título a la obra, en el que un chico se pregunta cómo es posible que sus vecinos sean tan felices y se obsesiona con desenmascararlos, olvidándose de su propia vida; o como el titulado El sumidero de Dios donde la física se convierte en el tragadero donde la negación es la única respuesta. En definitiva, pequeñas visiones de lo que nos deparará siempre el mundo; la, en ocasiones, fétida realidad que huele a podrida a kilómetros de distancia.
“Él tuvo la culpa, fue por su culpa. Miro sus brazos desnudos, su cuerpo brutal. Un miedo distinto se apodera de mí. Mañana me va a volver a pegar”
Hay una forma, para mí adecuada – aunque puede haber muchas más – de leer lo que acontece en Una felicidad repulsiva: atendiendo a los pequeños detalles, a ese espacio entrelineado donde lo que no se dice cobra una relevancia, y por encima de todo, a imaginar qué sucederá después, en ese segundo tras el punto final, que es donde el lector deja de ser un sujeto pasivo para enfrentarse a la ardua batalla de comprender lo que ha leído. Guillermo Martínez, como si de una fórmula matemática se tratase, une las incógnitas, las remueve como un barman preparando un cóctel que hará que nuestra cabeza explote, y nos invita a observar por la mirilla de cada una de las puertas de sus doce relatos, cómo la felicidad no deja de ser un estado en el que todos creemos, pero al que ninguno sabe ponerle las características que la describan. Doce pasos que ampliarán la visión de aquello que nos merecemos, cuando todo lo que escondemos, lo que nos negamos, lo que desdibujamos emborronando el papel, explota y se nos presenta en su forma más violenta.