Fernando García del Río a propósito de «La isla de los ingenios», crónica de la realidad cubana
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Aventuras e infortunios de un corresponsal en La Habana en las postrimerías del castrismo. Una inmersión de cuatro años en el surrealismo tragicómico de un país en transición.
Al último corresponsal de La Vanguardia en La Habana, Fernando García del Río, que llegó allí en 2007, las autoridades del régimen trataron de aclimatarlo a conciencia, pero al cabo de cuatro años lo dieron por imposible, lo expulsaron del país y lo dejaron sin poder relatar la noticia que sus superiores en el periódico le habían enviado a cubrir en primer término: la muerte de Fidel Castro. García del Río (Santander, 1962), licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, es redactor de La Vanguardia desde 1991. Ha ejercido como corresponsal en São Paulo (2011-2012), La Habana (2007-2011) y Bruselas (2002-2007); como responsable de la información de tribunales y política judicial en Madrid (1997-2002), y como corresponsal de la zona Norte de España (1991-1997). En la actualidad trabaja en la delegación de La Vanguardia en Madrid.
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La isla de los ingenios. Fernando García del Río. Ediciones Península, 2015. 336 páginas. 18,90 €
De su experiencia caribeña el periodista recuerda en este libro las vivencias personales que en su momento no pudo contar; desvela la trastienda de los hechos e historias que recogió, y retrata la vida diaria de los cubanos en las postrimerías de un régimen anacrónico, entre rescoldos de la Guerra Fría y aires de cambio a cuentagotas. El resultado es un libro de viajes de único destino y larga estancia, Cuba, un país en el que los inventos y ardides contra la penuria se combinan con el recurso al choteo como arma infalible contra la desesperanza.
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P.- ¿Cómo definirías tú La isla de los ingenios? ¿Denuncia política, un libro de viajes o es más una recopilación de historias cotidianas que marcan la vida cubana?
Nunca pensé en términos de género. El libro está incluido en una colección de viajes porque en parte lo es. Pero, al mismo tiempo, tal vez podría definirse como crónica en primera persona; una larga crónica a base de retratos costumbristas, contexto político y unas pocas reflexiones, todo ello con la narración de la experiencia propia como hilo conductor. Pero no se me fíen de ninguna de estas etiquetas. Lo que me propuse fue poner en orden y contar lo que me pareció más destacable de todo lo que vi y viví en un país que merecía la pena ser contado más allá de las temáticas habituales, como Fidel Castro, el régimen, las virtudes y los defectos de la revolución… Todo eso es muy interesante, y de hecho está en el libro, pero resulta que Cuba es también una historia de supervivencia cotidiana donde la gente se va inventando soluciones al minuto y a todo el mundo le pasan cosas a cada rato; un país que no produce pero está habitado por fabricantes e ingenieros natos -aunque sea en precario-, tanto de artilugios y cosas como de ideas, palabras y metáforas; un lugar incomparable a la vez que muy parecido a nuestro pasado porque es también una máquina del tiempo; una isla anclada en el pretérito, si bien a punto de soltar amarras hacia un porvenir todavía incierto.
P.- ¿Qué queda hoy día de la Cuba revolucionaria que conmovió al mundo?
Queda la fe que conservan cada vez menos “creyentes” -como allí les dicen- sobre todo entre las generaciones más próximas a las de Fidel Castro. Permanecen las viejas y obsoletas estructuras burocráticas y políticas de esa revolución a la que ha faltado evolución. Un sistema enrevesado e ineficiente -con ingredientes de un estalinismo tropicalizado ya muy a la baja por fortuna-, que en realidad ya estaba detrás del idealismo que durante años movió a millones de cubanos y, como dice, conmovió al mundo. Me refiero a unos órganos de poder y unos conceptos hoy más oxidados que el motor de los cochazos de los años cincuenta que aún circulan por allí y tanto encanto dan a las ciudades y los pueblos de la isla. Y quedan asimismo unos innegables avances en salud, educación y servicios sociales, pero ya todos ellos muy tocados por la falta de incentivos, las malas infraestructuras y, en el caso de la formación, por las fugas masivas de maestros y el dogmatismo del Partido Comunista: la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, según la Constitución. De la ilusión revolucionaria poco va quedando, la verdad sea dicha. Hace ya largo tiempo que la decepción y el escepticismo se apoderaron de gran parte de los cubanos, creo yo.
P.- ¿Cómo vive (o sobrevive) un periodista extranjero en la isla?
En el plano de lo personal, cualquier extranjero en Cuba es ante todo un privilegiado. Si tiene licencia para estar allí, es normalmente porque quiere. Y si quiere es porque puede vivir con cierta holgura. Dicho lo cual, la vida profesional del periodista foráneo nunca es del todo fácil en una dictadura. Y Cuba no iba a ser una excepción, claro. Hay que hacer muchos equilibrios para sortear la censura sin fallar a los lectores. Es preciso atarse a los hechos, no “coger lucha” y cultivar la sutileza. La ironía es siempre una potente arma literaria. Lo malo es que los dirigentes del Partido Comunista cubano no se caracterizan por su sentido del humor cuando de informar se trata; supongo que como gran parte de los jefes de los partidos con grandes cuotas de poder en todas partes, aunque con el agravante de que la mayoría de los “súbditos” cubanos no sólo aceptan el guasa y la risa, sino que tienen a gala manejar con maestría esa ironía del sur que es el choteo. De todos modos, lo que a mí más me salvó -hasta que se hartaron de mí- fue el periodismo de calle. Porque, si bien allí no se daban noticias sino más bien propaganda y rumores, una de las ventajas que Cuba tenía y supongo que tiene para un periodista es que en ese país tirabas una piedra y te brotaba una historia. Sólo hacia falta salirse del círculo de periodistas, diplomáticos extranjeros; tener los ojos y los oídos abiertos, y dejarse sorprender.
P.- ¿Qué fue lo que más te impactó a tu llegada y cuales son los factores más representativos actualmente de la sociedad cubana?
Me impactó la escasez. Ya fuera del hotel, cuando uno empieza a organizarse una vida en Cuba, pronto descubre que todo son carencias y dificultades. Había en esos años (2007 a 2011), y sigue habiendo pese a ciertas mejoras, un desabastecimiento crónico que al principio nos pilló desprevenidos por mucho que nos hubieran advertido. Entrábamos en una tienda y a primera vista parecía que había productos por todas partes, pero en cuanto empezábamos a buscar nos dábamos cuenta de que faltaban muchísimas cosas básicas. Un día no había sal y al día siguiente era imposible encontrar huevos. Buena parte de los artículos mínimamente decentes eran, y son, prohibitivos incluso para un consumidor acomodado. No me refiero sólo a los alimentos sino a todo: muebles, ropa, electrodomésticos, herramientas y suministros de todo tipo, material de oficina. Hasta encontrar una simple bolsa o una caja podía resultar imposible… Y si con algo de dinero te ocurría esto, ¿cómo se las arreglaban los cubanos? El ingenio, el invento, la improvisación y la capacidad para vivir con lo que hay y no con lo que en teoría se necesita son algunas de as claves. El robo casi sistemático al Estado, que algunos denominan “desplazamiento de las mercancías” en el bien entendido de que todo es del Estado y el Estado es de todo, también ayuda lo suyo. Y el buen clima tampoco es factor despreciable para comprender cómo salen más o menos adelante los pobladores de un país con once millones de habitantes y un déficit de más de 600,000 viviendas. El chistoso aunque triste lema que opera en Cuba en cuestión de abastecimiento nos habla de dos planes con sendos topónimos, de un río y una sierra, al estilo de los que el Partido lanza con motivos y fines varios. Son el “plan Camarioca, hay pero no te toca” y el “plan Escambray, te toca pero no hay”. Y tienes muchas veces tienes que conformarte con uno de ellos, porque en Cuba “o te aclimatas o te aclimueres”. La escasez y las penurias siguen marcando la vida de los cubanos…, y dando pie a muchos de sus innumerables refranes. No obstante, insisto en que algo está cambiando a raíz de las reformas de Raúl Castro a favor de la economía privada y del acercamiento de Estados Unidos con la vista puesta en la eliminación del embargo: la gente empieza a hablar de esperanza y de futuro, dos conceptos que cuando viví allí eran prácticamente tabú.
P.- Las historias que más te han impresionado en tu carrera como corresponsal han sido…
No es fácil elegir. Fueron unas cuantas historias impresionantes las que me empujaron a escribir el libro. Pensando en muchas de ellas me inventé la expresión “surrealismo tragicómico”. En esa categoría entraría el suceso del atropello de una vaca, en plena autovía central cubana, por parte de un diplomático europeo montado en un todoterreno. Ni él ni sus acompañantes sufrieron daños en el trance, y tampoco el vehículo acusó demasiado el golpe. Pero el animal murió en el acto. Hasta ahí, nada del otro jueves en un país donde cualquier ser vivo puede cruzar tranquilamente cualquier carretera en cualquier momento. Lo chocante y a la vez lastimoso -una vez más- fue cómo enseguida se llegaron al lugar jóvenes y mayores de los alrededores que, surgidos como de la nada por ambas cunetas y debidamente pertrechados con afilados machetes, despiezaron la vaca en cuestión de minutos sin dejar de ella mucho más que el esqueleto. Luego supe que el “sacrificio ilegal de ganado mayor” se castiga en Cuba con penas de entre 4 y 10 años de prisión, exactamente lo mismo que la violación. Así que la colectiva operación de carnicería comportó sus riesgos. También recuerdo con ternura la historia de “Perico, el chivo revolucionario”, que sirvió como mascota en las manifestaciones contra Batista y, muerto a palos por la policía, fue disecado para ser exhibido hasta más de sesenta años después en un museo municipal donde también podían verse unos guantes del Che Guevara y unos calzones de Camilo Cienfuegos. Y qué decir de cuando mi mujer, una amiga suya y yo contemplamos boquiabiertos cómo un paisano, siguiendo las instrucciones de su médico, se daba una sesión de “hidroterapia” metiendo la mano lesionada en su lavadora rusa, marca Aurika, serie 70; una máquina superautomática que enseguida descubrí que los cubanos solían utilizar asimismo para triturar tomate y cuya secadora aprovechaban para convertir el motor en pieza central de un poderoso ventilador. Fue mi introducción al infinito universo de los inventos cubanos…
Tal vez parezcan historietas, pero detrás de cada una de ellas, y de muchas otras, hallé las perchas idóneas de las que colgar los relatos de la vida diaria de los cubanos, con sus inevitables penas cotidianas pero también con sus gloriosas victorias sobre la adversidad.
P.- ¿Es realmente el cubano símbolo de la alegría y la superación por encima de cualquier penuria o miseria?
No. Una cosa es el ingenio, en su doble sentido de inventiva y gracia o chispa, y otra bien distinta es la alegría. El choteo cubano tiene a menudo un punto de sarcasmo, de escepticismo, falta de esperanza o resignación crítica. De tristeza, vaya. Y es lógico. La pobreza y el miedo, que de eso también hay allí en cantidad, hacen estragos en el ánimo de las personas.
P.- ¿Siguen los cubanos intentando escapar de la isla a cualquier precio o es una situación que el control político ha suavizado?
Uno de los efectos perversos del enfrentamiento con Estados Unidos es el ocasionado por la ley de Ajuste Cubano, conocida como “pies secos, pies mojados” y que ha venido dando facilidades de residencia y trabajo a los isleños que conseguían huir de su país y llegar a tierra firme en Estados Unidos. La ley en cuestión ha favorecido la huida de cientos de miles de cubanos en peligrosísimas condiciones, unas veces en precarias balsas y otras en rápidas planeadoras, y a menudo con mafias de tratantes de por medio. El incentivo a la deserción ha hecho que muchos prefieran jugarse la vida antes que tratar de ahorrar lo suficiente para buscarse una salida legal y sin peligro. Últimamente, la creencia de que esa norma se derogará pronto, y con ella se abolirán las facilidades para labrarse un futuro en el norte, ha empujado a no pocos isleños sin esperanza a precipitar sus viajes de fuga. Es un drama y una barbaridad. Habrá que ver si el deshielo diplomático ya iniciado y las mejoras económicas que empiezan a vislumbrarse -no tan notables ni rápidas como algunos pretenden- convencen a gran parte de las nuevas generaciones de que tal vez sea mejor quedarse. Pero lo cierto es que hoy por hoy siguen siendo demasiados los que se van cada día o siguen tramando la huida.
P.- Hablando de control gubernamental… ¿Hasta que punto llega el mismo? ¿En que lugar quedan los derechos humanos mínimos ante ese gobierno?
No existen las dictablandas. Cuba no es un Estado de derecho, sino una dictadura. La libertad de expresión y el derecho de reunión son allí entelequias irrealizables. Las elecciones son desde luego una pamema, puesto que opera el partido único. El control gubernamental se ejerce a través del control social, que es lo más eficaz. Cualquier ciudadano puede ser convertido en espía y chivato bajo amenaza de grandes males. La justicia está controlada por el poder político, que a su vez domina unos órganos legislativos tan determinantes para la vida política como un florero… Del mismo modo que el Partido Comunista confluye de manera incestuosa con las Fuerzas Armadas Revolucionarias en un supremo y omnímodo Consejo de Estado que es el que teóricamente legisla en el día a día. Bueno, legisla y ordena u “orienta” (como allí llaman a impartir órdenes) las grandes decisiones. Y también “dirige” a la Fiscalía, a los jueces y a los mandos intermedios de todos los órganos del Estado.
Le pondré un ejemplo de la arbitrariedad de la ley en Cuba que está negro sobre blanco en el Código Penal. Se trata de las medidas de “seguridad predelictiva”, que pueden ser terapéuticas, reeducativas o de vigilancia. Están previstas para aplicar a los ciudadanos que hubieran sido declarados “en estado peligroso”. ¿Y qué es eso? Pues “la especial proclividad de una persona para cometer delitos, demostrada por la conducta que observa en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista”. Lo dicen los artículos 72 y 78 de la ley penal. A partir de ahí… Eso sí: debo decir que Cuba no aplica la pena de muerte desde hace doce años, y existe el compromiso de Raúl Castro de seguir así salvo que surgiera un caso excepcional y gravísima; por ejemplo, una conspiración golpista.
P.- ¿Cuánto de verdad y de silencio tiene la enfermedad de Fidel Castro? ¿Podría ya considerarse una líder de leyenda?
Hay mucho de silencio, claro. Pero no veo razones para dudar de que en 2006, a raíz de una diverticulitis que se complicó en extremo, Fidel Castro estuvo al borde de la muerte. Luego tuvo episodios de recaída y se sometió a varias operaciones. Desde entonces recibe una atención médica constante. Y sí, ya es un líder de leyenda en el sentido de que está ya casi más en los libros de Historia que en las crónicas periodísticas. Su hermano manda realmente y él pinta cada vez menos, si bien continúa siendo un gran referente para la izquierda de toda América Latina.
P.- ¿Cómo fue exactamente tu salida imperiosa de la isla y por qué?
Un sábado de marzo del año 2011, el funcionario correspondiente del Centro de Prensa Internacional me comunicó la decisión de las autoridades de expulsarme del país por haber incurrido en un artículo del reglamento de dicho órgano según el cual un corresponsal extranjero puede perder su acreditación, y por tanto su licencia para trabajar en el país, por haber faltado a la objetividad y/o la ética. Pregunté cómo y a través de qué informaciones, y el funcionario se limitó a releerme el artículo. No era la primera ni la última vez que en Cuba echaban a un periodista, casi siempre bajo ese mismo precepto y sin grandes explicaciones. Teniendo en cuenta los antecedentes, es decir las sucesivas reconvenciones en directo, mensajes de advertencia y llamadas de atención que yo había recibido a través de terceros, es obvio que mi trabajo no gustaba. No fue algo repentino, pues hacía meses que estaba pendiente de que me renovaran los papeles. El proceso se explica con cierto detalle en el libro. Ahora bien, ¿por qué se enfadaron tanto? ¿Fue por el informe en que conté cómo las afiliaciones al Partido Comunista habían ido bajando y esa pérdida de fuelle empezaba a preocupar a los gobernantes? ¿O por aquel reportaje titulado ‘El azúcar amarga a Cuba’, sobre la dramática caída en la producción y las erráticas decisiones de Fidel Castro sobre esa industria? ¿Me la tenían guardada desde la publicación de una doble página titulada ‘Ciclón político y social en Cuba’, relativa a la situación de tensión creada con el agravamiento de las carencias de vivienda y alimentación tras el paso de tres huracanes en otoño e invierno de 2008? Creo que fue por todo eso y mucho más, o sea por un montón de informaciones poco agradables para ellos. Pero tal vez también por los impulsos y las inercias del Partido Comunista y la Seguridad del Estado, que cada cierto tiempo se veían -y supongo que se siguen viendo- impelidos a dar un escarmiento a los corresponsales extranjeros más o menos díscolos para así lanzar un aviso al resto de navegantes foráneos.
P.- ¿Tienes ya algún nuevo proyecto narrativo entre manos?
No, de momento. No me parece fácil encontrar, descubrir o recrear un material periodístico y literario tan rico como el que Cuba, con todas sus singularidades y sus ingenios, me ofreció en aquellos inolvidables cuatro años de estancia en la isla. Pero nunca se sabe.
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Por Benito Garrido (@benitogarridog).
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