A ver quién la tiene más larga
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
Fardar de quien la tiene más larga parece estar de actualidad. No me mal interpreten: me refiero a quien tiene más larga lista de lectores expectantes por conseguir una dedicatoria en el libro. A esto parecen reducirse muchos de los comentarios post- Sant Jordi. Y, como no podía ser menos, al banal debate, y nada inocente, entorno a la largura, se suman los menosprecios: si bien tú tienes el reconocimiento intelectual y crítico, la tienes corta, muy corta, mientras yo, atacado siempre por ser mediáticamente conocido, la tengo larga, muy larga, evidencia del amor que sienten los lectores por mí. Y viceversa: tú la tienes muy larga, pero lo que escribes es bazofia, sin ningún valor literario, mientras yo la podré tener corta, pero soy un escritor con todas las letras y hago literatura con L mayúscula.
Confrontaciones así se repiten cada año, pero por lo que parece en este 2015 hemos tocado techo. Confrontaciones que, paradójicamente, se asientan sobre la exigencia de respeto, una exigencia del todo normal y justificada, pero, ¿es acaso atacando, despreciando al otro, la manera en que se puede y se debe pedir respeto? El mercado no implica el valor literario, sin embargo el hecho de vender mucho y de tener un gran número de lectores deseosos de conocer al autor y apasionados por la lectura de su novela tampoco implica de inmediato la falta de valor literario. El mismo respeto que merecen los autores capaces de vender muchos ejemplares y conquistar con su prosa el mayor número de lectores posible -¿es acaso un delito tener incontables lectores y millones de ventas?- lo merece aquel autor que decide dirigir su carrera hacia una literatura que busca el desafío estético, hacia una literatura ambiciosa, que busca, como diría Harold Bloom, realizar ese movimiento de desviación dentro de la tradición literaria para reubicarse y trazar un nuevo sendero dentro la escritura. La ridiculización de un tipo de literatura dirigida a un público más restringido resulta, como mínimo en cuando a educación, del todo inapropiada y un absoluto sin sentido como inapropiado y poco elegante resulta el insulto, el desprecio, a todos aquellos autores que, por el motivo que sea, consiguen estar siempre entre los más vendidos. Este escarnio recíproco, del que algunos incomprensiblemente se enorgullecen, no es más que una absoluta falta de respeto a los lectores: independientemente de sus gustos, de sus prácticas lectoras, de su deseo de dedicatoria o de su absoluta indiferencia, los lectores –y, tendríamos que añadir, los no lectores- merecen siempre que sus gustos, sus elecciones y sus preferencias sean respetadas. No se trata de compartir forzosamente gustos, se trata de mostrar como mínimo empatía hacia el interés literario/libresco de todo tipo de lectores. El desprecio hacia quien tiene la fila más larga o quien la tiene más corta no es más que el desprecio hacia los lectores que, libremente, escogen qué leer y con qué autor entusiasmarse. Desde la crítica literaria, se deberá analizar la valía literaria de los textos, una valía que dependerá sólo y exclusivamente de los textos, poco importará o, mejor dicho, poco deberá importar si la cola para la firma era más o menos larga. Y desde el sector más puramente editorial se deberá entender que en este barco estamos subidos todos: desde el super-ventas hasta el autor literariamente más reconocido pero con un nicho lector más reducido, desde aquellos que desde ámbitos distintos se lanzan a la escritura porque creen en ella y desafían prejuicios hasta las generaciones más jóvenes que sin focos que los iluminen van trazando el futuro de nuestras letras.
Dejémonos de tonterías, ¿Qué importa quién la tiene más larga? Lo que importa es el compromiso y la responsabilidad que cada autor siente con lo que escribe. ¿Está usted satisfecho con lo que escribe? Pues entonces, ¿qué le importa si el de al lado la tiene más larga o más corta?