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La estela de Cyrano de Bergerac

Escrito por María Bravo

@Labocadellibro     @MariaBravo_San

 

Sois poco inteligente, jovenzuelo. Pueden decirse muchas más cosas sobre mi nariz variando el tono (…). Descriptivo: « ¡Es una roca… un pico… un cabo…! ¿Qué digo un cabo?… ¡es toda una península!». Prevenido: «Tened mucho cuidado, porque ese peso os hará dar de narices contra el suelo», tierno: «Por favor, colocaros una sombrilla para que el sol no la marchite»…

 

A la izquierda de la imagen, Cyrano de Bergerac, y a la derecha José Ferrer en la película de 1950
A la izquierda de la imagen, Cyrano de Bergerac, y a la derecha José Ferrer en la película de 1950

 

Este fragmento constituye una pieza clave de la célebre figura de Cyrano de Bergerac. Todos le conocemos por su nariz, pero si nos damos cuenta, desde su nacimiento a principios del siglo XVII hasta nuestros días, Cyrano nos ha estado persiguiendo con personalidad propia. Edmond Rostand le dio vida sobre el escenario en 1897, y pasó al celuloide a lo largo del siglo XX. Pero vayamos por partes, vayamos a la génesis y sigamos su estela: personaje, escritor y gran pantalla.

Ya veis, Savinien Cyrano de Bergerac existió. Nació en 1619 en la ciudad francesa de Sannois, y no en Bergerac, como cabría suponerse. No tardó en aventurarse a una vida de parranda y juegos con su enorme nariz a cuestas, hasta que su padre le obligó a ingresar en el ejército.
Después de recibir varias heridas en distintas batallas contra los españoles, decidió dejar las armas y dedicarse a la filosofía. Su maestro fue Pierre Gassendi, filósofo y matemático provenzal, crítico de Descartes y seguidor de Epicuro.

     Enfermo de sífilis, se dedicó a escribir a partir de 1645. Mientras tanto, la habilidad de espadachín fue dando forma, y cuando se burlaban de su desmesurada prolongación nasal, no dudaba en batirse en duelo, lo que le salía a duelo diario. Uno de ellos lo mantuvo con el famoso mono Fagotin, al que le mató por pensar que se había disfrazado de narigudo para mofarse de él.
     Efectivamente, su nariz era agresivamente fálica. Hasta se podría entrever un retorcido anuncio de la homosexualidad reflejada en la ambigüedad erótica con la que Cyrano corteja a Roxana a través de Christian en la obra de Edmond Rostand. Pero Cyrano no solo fue narigudo, también libertino, librepensador y ateo. Vamos, muy distinto del que perfiló Rostand casi tres siglos después. Era materialista, poco romántico, chapucero y una persona marginal. Nunca gozó de gloria y después de muerto, su público fue restringido.
     No obstante, fue estudioso y un original poeta. Fue autor de relatos fantásticos y obras satíricas y libertinas entre las que destacaron: La Mort d’Agrippine (1653), La comedia Le Pédant Joué, 1654). Su obra de ciencia ficción Historie Comique des États et Empires de la Lune e Historie Comique des États et Empires du Soleil fue publicada después de su muerte. En ellas se describen a los habitantes de la Luna y el Sol, lo que dio pie a Cyrano para hacer sátira política y social.
     Savinien murió en un accidente o atentado al caérsele una viga sobre la cabeza el 28 de julio de 1655. Fue enterrado en la capilla del convento de Filles-de-la-Croix, ya que la priora, Cathérine de Cyrano, era su hermana. En 1906, cuando fue demolido el edificio, se buscaron en vano sus restos. Es por ello que Edmond Rostand recrea tan bien el ambiente del convento.
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Monóculo, bigote fino como trazado a lápiz, calvicie precoz, arrogancia apuntalada por intachable y algo rebuscada elegancia, y una mirada de reto que ocultaba su creciente perplejidad ante tan desmedido éxito.

Así se describe a Edmond Rostand, autor de su famosa obra teatral Cyrano de Bergerac. Procedente de la alta burguesía, nació en Marsella el 1 de abril de 1868. Fue brillante alumno, niño solitario y silencioso. Conoció a su mujer, la poetisa Rosemonde Gérard, descendiente del mariscal napoleónico del mismo apellido, en el salón literario del poeta Leconte de Lisle. Murió 35 años después que él, en 1953: Siempre he vivido a la sombra de Cyrano de Bergerac; momento hubo en que no sabía de quién era la viudad: si de Edmond Rostand o de Cyrano de Bergerac. Ambos tuvieron dos hijos: Maurice Rostand, autor de dramas en verso y de poemas y novelas y su otro hijo, Jean R. eminente biólogo, ensayista y moralista.

     Si de algo se caracterizó Rostand, fue del éxito descomunal que Cyrano de Bergerac supuso en su carrera. Tanto fue así, que el presidente de la república, Elie Faure, fue a ver la obra con su familia el 6 de enero de 1898 diez días después del estreno y le concedió la legión de honor. Esto le hizo sentirse súper valorado, lo que le condenó a una especie de perpleja esterilidad.
     Sin embargo, la perplejidad no vino sola, y su vida estuvo ligada a achaques psicológicos y enfermedades pulmonares. No dudó de alejarse de París para mantener una vida más tranquila y sosegada, pero su retiro no apaciguó su mente. Pasó el resto de su vida creyéndose el personaje que había creado: A mí, entre la sombra de Cyrano y las limitaciones de mi talento, no me queda más solución que la muerte. Y por suerte para él, vino de manera repentina el 2 de diciembre de 1918.
     Ahora cabría preguntare, ¿Edmond Rostand solo se hizo famoso por su Cyrano? La respuesta es que no. Editó Les Musardies con un desolador inicio de ventas, hasta que después de críticas favorables a la obra comenzaron a venderse copias. También estrenó tres obras de teatro: Les Romanesques (1894), una variación en torno al tema de Romeo y Julieta; La Princesse Lointaine (1895), sin éxito; y por último La Samaritaine (1897).
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Y la estela sigue su curso…
 
La obra teatral se estrenó en 1897. Es un drama poético de capa y espada, realista y romántico compuesto de cinco actos. El primero de ellos destaca por ser el más eficaz por su movimiento y color. Representa una velada en el teatro del Hôtel de Bourgogne (un teatro dentro de un teatro). En donde hace aparición una imaginario señor Bergerac, caballero gascón de corazón noble bajo su grotesco aspecto narigudo. Actualmente, lo único que subsiste de este teatro es una torre medieval.
     Constituye también una magnífica pintura del París del siglo XVII, bajo el reinado de Luis XIII. Es una obra curiosamente moderna para 1900, ya que el drama en verso y el estilo de capa y espada no pasaba por su mejor momento, y el romanticismo estaba poco menos que extinto. Lo que triunfaba en la literatura de la época de Edmond Rostand era el teatro realista y las obras poéticas y simbolistas.
     De hecho, Cyrano fue escrito a petición del famoso actor Coquelin, por lo que Rostand comenzó a escribirla en Luchon y la terminó en París. Finalmente, la obra se estrenó en el Teatro de la Porte-Saint-Martin, donde ya se había representado a Víctor Hugo o Dumas.

     Se han compuestas óperas y películas de la obra de Rostand. En 1925 encontramos la primera versión muda dirigida por el italiano Augusto Genina. Después seguiría otra en 1945, una norteamericana en 1950. La versión de 1900 fue la más aclamada y premiada, descataca un alta calidad de actuación y color, una precisión de detalles y ambientación, fruto de excepcional sensibilidad histórica. En el año 2008 el director venezolano Alberto Arvelo, adapta la película a la violencia y pobreza que sufre el país actualmente. Con ella, consigue el Premio a Mejor Película Latinoamericana en el Festival de Málaga.

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Así, desde el siglo XVII hasta nuestros días, Cyrano sigue latente. Su apéndice nasal se mantiene de forma sempiterna y las distintas modalidades artísticas lo acogen como si hubiera salido ayer del cascarón compositivo. Quizá, su nariz sea solo una excusa para la perpetuidad y deberíamos pararnos a pensar si los valores que transmite la obra pueden tener fecha de caducidad.

-Bibliografía:
Edmond Rostand, Cyrano de Bergerac, Editorial Espana Calpe, Madrid, 1996.

One thought on “La estela de Cyrano de Bergerac

  • Magistral, muchísimas Gracias, por ampliarnos, la historia y el concepto de este maravilloso personaje que será eterno, así como de su autor, y de las circunstancias y el contexto de sus vidas. para así mejor comprenderlos.

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