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La historia de un libro de historia

Por Juan José Lara Peñaranda.

White_Eagle_Red_Star_coverAlgunos libros tienen una historia tan apasionante como la misma historia que cuentan. Norman Davies, un especialista en historia polaca, relata en su Heart of Europe. The Past in Poland’s Present la historia de un libro de historia que resulta, sencillamente, conmovedora. Y aleccionadora.

La Polonia socialista cantó, en las calles y las aulas de todo el país, loas y alabanzas a la URSS y subrayó la inquebrantable amistad que había unido a ambos países a lo largo de la historia. Pero, claro, esto último ya planteaba algún inconveniente. Uno de ellos, no menor, es que al término de la I Guerra Mundial, ambos Estados se habían enfrentado fieramente. Una vez más, la URSS pretendía ampliar sus territorios a costa de Polonia, así que aprovechó el revuelo del final de la contienda mundial para ver qué pescaba. Así pues, se produjo una guerra polaco-soviética entre 1919 y 1921, cuando los bolcheviques ya estaban en el poder. Esta irrelevante anécdota fue declarada tabú por las autoridades socialistas polacas y nunca se contó en las clases de historia de Polonia o de la URSS. (Por cierto, la victoria polaca fue aplastante).

Varias décadas después, el movimiento Solidaridad luchaba en Polonia por la apertura del régimen; por algo que se pareciera ligeramente a la democracia, en suma. Solidaridad acabaría, a la postre, resultando crucial en la caída del Muro de Berlín. La historia de un libro de historia muestra cuán tozuda y enérgicamente se comportó Solidaridad en los tiempos duros de la «democracia real». El libro, sabiamente titulado Águila Blanca-Estrella Roja, contaba la historia del mencionado enfrentamiento entre soviéticos y polacos, y fue uno de los elegidos para ser traducido (del inglés al polaco), imprimido y distribuido por el movimiento clandestino de edición que tenía en marcha Solidaridad y otras organizaciones de oposición al régimen. Una noche, el autor, que vivía en Londres, recibió una llamada de teléfono que le hizo una pregunta paradójica: «¿Daría usted su permiso para que su libro se publicara sin su permiso?». La mujer, que decía hablar desde París, se explicó; la publicación clandestina (Drugi Obieg, se llamaba) protegía a los autores haciendo constar que estos no eran responsables de las ediciones, que eran, claro, ilegales.

La traductora (Ursula Karpinska) se puso manos a la obra bajo un pseudónimo (Teresa Remiszewska). Se trataba de una mujer de Gdansk/Danzig, que unos años antes se había recorrido el mundo en un yate y había mejorado, así, su inglés. Su primer intento de traducción fue abortado cuando la policía irrumpió en su piso y la encarceló. El segundo intento naufragó cuando la policía irrumpió, a media noche, en la imprenta ilegal y confiscó todas las copias. Pero a la tercera fue la vencida tras seis largos años de tozudez. Si los comunistas no estaban dispuestos a realizar concesiones, los polacos no estaban dispuestos a dejar de luchar. Quid pro quo.

Al autor de la obra, que vivía entonces en California, se le había informado de todas las peripecias de la traducción a lo largo de esos seis años mediante unas misteriosas cartas; supo años más tarde que la informante secreta era la hermana de la traductora. «Pura admiración era la única reacción posible», afirma el autor del libro: «Esa gente iba a ganar». La historia se encargaría de darle la razón.

La filosofía política ha resultado también –o más bien, sobre todo– objetivo de censura. Jena había quedado tras la Segunda Guerra en la zona de Alemania bajo control soviético. Cuando en 1951 un profesor de la universidad de dicha ciudad pidió a la editorial Gustav Fisher un ejemplar de la obra de Ludwig von Mises llamada Liberalismo, la respuesta de la editorial fue la siguiente: «Por orden de las autoridades, todos los ejemplares de esta obra hubieron de ser destruidos». Lo curioso –y, de nuevo, aleccionador– es que la carta no especificaba, y aún hoy permanece la duda, si eso de «las autoridades» hacía referencia a las de la Alemania nazi o las de la autodenominada República Democrática Alemana.

Son dos anécdotas, tan deliciosas como crueles, que muestran la vieja tendencia del poder a adulterar la historia y acallar al disonante. Hace unos años, el diario germano Spiegel publicaba una encuesta según la cual el 49% de los alemanes del Este se manifestaban de acuerdo con la siguiente afirmación: «La RDA tenía más aspectos positivos que negativos. Había algunos problemas, pero la vida estaba bien allí». El investigador político Klaus Schröder, director de una institución dedicada a estudiar la RDA, afirmó que los alemanes orientales están «blanqueando» el pasado de su dictadura. Adivinen qué tipo de cartas ha recibido Shröder. Exacto: amenazas.

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