César Lacalle, exposición de fotografía
Por Andrea Perissinotto
A veces paseo por Madrid y me parece reconocer a alguien. Le miro cuando se cruza conmigo y pienso en su rostro, intentando ubicarle en algún lugar de mi memoria. Finalmente me doy cuenta de que no, no es alguien de aquí. Esa cara pertenece a otra persona, otra época de mi vida u otro país. O igual no pertenece a ningún espacio en concreto, sino a un recóndito rincón de mis recuerdos y quiere salir a flote y decirme que allí hemos estado compartiendo algo juntos.
Esas mismas emociones las he probado en la inauguración de la exposición individual de César Lacalle en Nave73. Un espacio del Madrid “auténtico”, capital de barrio, ese Madrid en el que me reconozco y en el que nos interrogamos mutuamente muchos artistas, contemplando las fotografías del trabajo “No name city”, expuestas en el espacio blanco.
Ese contraste entre el continente y el contenido – el lugar y la foto que invita a otro lugar – y esa sensación de haber estado, produce una empatía en el espectador que no puede dejar indiferente, menos aún al conocer al autor de las obras.
A la pregunta ¿dónde está ese sitio? César nos contesta con una palabra: “Somewhere”. Y tiene razón, porque aunque no sepamos exactamente la ubicación geográfica, sí sabemos que, de alguna manera, por ahí hemos pasado. Quizá a través de nuestra sobrecargada memoria visual, es decir más bien visual que fisicamente. Pero es cierto que nos reconocemos en esos personajes congelados en la espera, sea por estar cruzando una carretera o bien por estar hieráticos debajo de una señal de tráfico. Esa señal que es una exhortación a parar, una obligación, parece convertirse más bien una sugerencia: la de reflexionar sobre cómo seguir nuestro camino.
Y es que en las obras de Lacalle hay un silencio que saca a gritos nuestra necesidad de encontrar un tiempo perdido, o quizá suspendido en nuestro quehacer cotidiano. En este contexto, el lugar que nos rodea parece ayudarnos en el intento. Porque César es un francotirador de la imagen que encuadra en su mirilla una composición álgida y cromáticamente perfecta, pero también un maestro cuya pincelada se descubre en lo más íntimo de los transeúntes que retrata, los cuales, sin saberlo, comparten con nosotros sus emociones más privadas.
Además, a través de un cuidadoso montaje que se aproxima a las formas del espacio expositivo, brindando una elegancia propia a las obras del artista, el comisario de la exposición Enrique Yáñez nos invita a contemplar las piezas de “No name city”, enfocando nuestra atención con una primera obra que nos aleja precisamente de nuestra pertenencia occidental. Se trata de “Somewhere10” donde dos personas, de rasgos orientales, se funden en sus acciones laborales con una naturaleza controlada por la arquitectura, e iluminada por un sol que despliega luces y sombras bajo el control de los ajustes del fotógrafo.
Ese control de lo imprevisto, del vivir bajo otra piel, que al mismo tiempo es la nuestra, en un proceso emocional-estético que Lacalle sabe orquestar con soltura, se vuelca en otra propuesta – en la pared de enfrente – titulada “101 faces in …”. Este proyecto consta de cuatro series de retratos, cada una correspondiente a una ciudad: Madrid, Nueva York (precisamente el distrito de Manhattan), París y Shangai. En esta ocasión podemos ver una selección de cuarenta imágenes pertenecientes a las 101 Faces in Manhattan.
Aquí nos enfrentamos a distintos matices que reconstruyen fragmentos de vidas, orígenes y estratos sociales de un microcosmos que fluye bajo las calles de “la gran manzana” y nos devuelve un ensamble de miradas y sonrisas, de rostros de ejecutivos y amas de casa, de funcionarios públicos, altos cargos y obreros. Un melting pot de vivencias individuales pero, otra vez, en las que hay algo nuestro.
Parece casi estar delante de unas fotos de estudio, meticulosamente predispuestas para el formato cuadrado (cada una mide 20 x 20 centímetros) y en cambio, lo que brilla por su ausencia, es el deseo de uniformidad.
De hecho el gran valor de esta exposición es dejarnos ver como en una sociedad globalizada somos piezas anónimas de un conjunto; podríamos estar en cualquier lugar o en cualquier retrato callejero y sin embargo el estado de pertenencia es algo que construimos nosotros, desde dentro. El mero hecho de ser ciudadanos del mundo no nos exime del derecho, del esfuerzo y del placer de ser auténticos. De construir nuestro mosaico de experiencias y de compartirlo con los demás. De crear ciudades y de crearlas nosotros. Aunque debajo de cada foto no haya un nombre, una edad, una ubicación, dentro de esa foto hay una persona.
Un individuo hecho de errores, aciertos, debilidades, un ser frágil u hostil, turbulencia de ideas o pensamientos apagados y en búsqueda de solución. Somos iguales en las diferencias que nos acercan…A veces paseo por algún lado y alguien me mira. Quizá me reconozca o quizá se haya equivocado. Pero yo sigo siendo yo, en mi multiplicidad.