Xavier Güell habla de “La Música de la Memoria”, su primera incursión literaria
«Pronto abandonaré este mundo. Es amargo el sabor de sentirse próximo a un final irrevocable: enfermo, perdido, apartado de todo. Vivo en la contradicción de ser considerado el compositor más grande y encontrarme casi en la miseria. La vida no es el bien supremo, pero entre los males, el mayor es la penuria».
Xavier Güell (Barcelona 1956) ha dedicado toda su vida a la música. Después de estudiar en los conservatorios de Barcelona y Madrid, a los diecisiete años debuta como director de orquesta con la Sinfónica de Madrid. Continúa sus estudios en Italia, con Franco Ferrara, en Alemania, con Sergiu Celibidache y en Estados Unidos con Leonard Bernstein. Este director de orquesta y promotor musical ha dirigido la obra de autores inmortales como Mahler, Beethoven, Brahms o Schumann, y trabajado con orquestas como la de Radiotelevisión Española o la Royal Philharmonic de Londres. La Música de la Memoria es su aclamado debut narrativo en el mundo de la literatura.
.
La Música de la Memoria. Xavier Güell. Galaxia-Gutenberg, 2015. 480 páginas. 23,00 €
Con mano firme, como gran conocedor de la vida y obra de los compositores que protagonizan este libro, Güell relata la confesión en primera persona de Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Liszt, Wagner y Mahler, sus más profundos testimonios de vida y creación. Es el tiempo del Romanticismo –siglo XIX e inicios del XX–, donde la vida y la muerte, el amor y la soledad, la alegría y la desesperación de estos músicos se revuelven en un todo convulso, creando situaciones que pudieron todas ellas haber sido ciertas… Pero ¿quién fue la «amada inmortal» de Beethoven? ¿Fue Schubert homosexual? ¿Por qué Schumann aceptó el amor de su mujer Clara por Johannes Brahms? ¿Por qué Liszt acabó en el seno de la Iglesia Católica? ¿Quiso Mahler quemar su Décima Sinfonía?
.
P.- ¿Qué le empujó a dar el paso definitivo para entrar de lleno en el mundo de la literatura?
Sin duda el estímulo maravilloso de mi editor, Joan Tarrida. Juntos hemos preparado La Música de la Memoria, mi primera novela, hasta en sus más mínimos detalles. Le mandé hace un año y medio los dos capítulos dedicados a Schumann y Brahms y entusiasmado me encargo un libro de ficción dedicado a dar vida a los grandes compositores románticos alemanes. Sus testimonios, confesiones susurradas al oído del lector, trenzan un arco que sigue con pálpito apasionado el transcurso de todo el siglo XIX, hasta llegar a los albores del XX. Es el tiempo del Romanticismo, donde la vida y la muerte, la traición y la generosidad, la soledad, la alegría, la desesperación de sus protagonistas se revuelven en un todo convulso, y crean situaciones que pudieron, todas ellas, haber sido ciertas.
Recuerdo una noche, poco después de mi encuentro con Joan, cuando me levanté sudando de la cama con la angustia terrible de pensar que no iba a ser capaz de llevar el proyecto a cabo. Una cosa era redactar dos pequeños cuentos sobre Schumann y Brahms, y otra bien distinta elaborar un libro que tuviera coherencia, y consiguiera que sus diferentes personajes, aunque relacionados, tuvieran, sin repetirse, un perfil psicológico definido. Estuve tres días paralizado. Sin saber cómo empezar. Siguieron meses y meses sin tregua, en donde no quise pensar en nada que no fuera la escena inmediata que tenía que redactar. Eso me ayudaba. Concentrarme sólo en componer un mínimo de una página diaria. Nada más. ¡Y funcionó!
P.- Para un músico como usted debe ser habitual interpretar partituras de grandes maestros, pero imagino que vestir su piel para vivir literariamente sus vidas debe ser labor complicada.
Menos de lo que parece. Como músico siempre he intentado interpretar el significado de los compositores. De mi maestro Leonard Bernstein aprendí que para dirigir debes cambiar tu piel por la del compositor. Debes olvidarte de tu propia persona y transformarte en el compositor. He querido hacer lo mismo con la literatura. Ha sido más fácil que dirigir, porque delante del papel en blanco estás solo. Y esa soledad magnífica te permite volar a esferas increíbles que no podías imaginar que existieran. Ha sido maravilloso. Como un viaje con LSD.
P.- ¿Por qué Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Liszt, Wagner y Mahler? ¿Qué les distinguía de otros grandes para elegirlos?
Ellos son los mayores representantes del Romanticismo alemán. Y este es un libro absolutamente romántico.
P.- En estas confesiones (mezcla quizás de novela, biografía y ensayo), ¿dónde esté el hilo que separa la realidad conocida de la ficción?
No hay separación. Realidad y ficción se confunden e intentan alcanzar un todo orgánico. A veces, cuando era raptado por una musa desquiciante, esquizofrénica, sentía, y juro que es cierto, que su contenido me lo dictaban, desde el cielo, los verdaderos autores del libro: los compositores.
P.- Tras la escritura del libro, ¿cuál es quizás el nexo que a nivel de circunstancias personales podría unir a estos siete músicos?
El nexo de unión de todos ellos; el tronco desde el cual surgen todas las ramas de un árbol rotundo, generoso, magnífico, es Beethoven. Él es el centro neurálgico de todo el libro. Todo parte de él. Todo vuelve a él. Es imposible entender el Romanticismo sin entender a Beethoven. Incluso diría que hoy sigue siendo imposible entendernos a nosotros mismos sin él. Su mensaje consolador está explicado en la Novena Sinfonía. A través de ella proclama con pálpito apasionado el derecho del alma a conquistar la felicidad terrena. Una felicidad posible aquí y ahora en el acto supremo del amor fraternal, en la alegría de vivir la emoción del instante, el presente transcendido. Y como le dice Schubert a Beethoven en el libro: “Si tuviera que salvar a una única obra de un cataclismo general que destruyese al mundo, para dar testimonio a seres de otros planetas de cual ha sido la auténtica naturaleza del hombre en su explosiva contradicción de valor y temor, duda y certeza, generosidad y miseria, escogería sin dudarlo la Novena Sinfonía. Porque la Novena no muestra un destino sobrenatural, sino el reino de Dios establecido sobre la tierra, conquistado por el hombre a través de su sabiduría, coraje y unión fraternal.”
P.- ¿Cómo puede llegar el hombre actual a una efectiva búsqueda espiritual?
Sin duda a través de la música. La música llega a dónde la palabra no puede llegar. La música es la palabra revelada de Dios, dirigida directamente al corazón de los seres humanos. Saber interpretarla es el gran reto de la vida. Si lo conseguimos, conoceremos de dónde venimos y lo que es más importante, a hacia dónde vamos. La música además, como bien sabía Schopenhauer, es lo único, junto con la religión, en cualquiera de sus credos, que puede aplacar la voluntad ciega de vivir. Ese sufrimiento desesperado de no saber qué sentido tiene nuestra vida. Nuestra existencia tiene un fin, una explicación y el instrumento para desentrañar su secreto está en la música.
P.- ¿En qué medida está la música que el compositor hace condicionada por los hechos que le acontecen, por sus sentimientos, por sus relaciones…?
La vida y la creación no se pueden separar. Forman un todo orgánico. Los tormentos ontológicos de Beethoven determinaron en gran medida su música. De la misma forma que el carácter bipolar de Schubert, la esquizofrenia de Schumann, la melancolía de Brahms, la generosidad de Liszt, el brutal egocentrismo de Wagner y la redención, como fin vital necesario, de Mahler.
P.- De cara al nuevo posible lector de su libro, ¿qué rasgos de los músicos protagonistas van a resultar ciertamente sorprendentes?
Hay tantos… La consciencia de Beethoven, cuando después de un horrible sufrimiento producido por su progresiva e irreversible sordera, es capaz de entender que justamente el ser sordo le da la posibilidad de escuchar el sonido interior del mundo. Es consciente de que ese sonido viene directamente de Dios. Es su palabra transcendida. Tendrá que ser él, como Moisés, quien se la traslade a los hombres. Es una tarea descomunal que le deja extenuado. Se rebela ante su insoportable responsabilidad. Se pelea con Él en el espacio reducido de su alma. Pero la voz divina es implacable y Beethoven acabada aceptando la responsabilidad exigida. La Música de la Memoria nos dice además quién fue su amada inmortal y porqué tuvo que renunciar a ella. Y cuál es, en último término, el significado de su Novena Sinfonía: la salvación sólo puede ser colectiva. O nos salvamos todos o no se salva ninguno.
La homosexualidad de Schubert y su relación arriesgada, límite, con su amigo Fran von Schober. “La melodía infinita”, el capítulo dedicado a Schubert, explica, así mismo, hasta qué punto es consciente de ser él quien deberá conducir el muevo barco de Romanticismo. Eso es lo que le ha pedido Beethoven y, Schubert, al final de su vida, está contento de haber cumplido el mandato del maestro. Sabe que sus últimas obras: el quinteto para cuerdas, la fantasía en fa menor para piano a cuatro manos, su segundo trío para piano, la fantasía para piano y violín, la sinfonía en do mayor, la sexta misa, sus últimas tres sonatas para piano… son el punto culminante de su música. Ha conseguido con ellas, transcender de lo bello a lo sublime.
Las confesiones de Schumann en el hospital psiquiátrico de Endenich, a las afueras de Bonn, donde repasa, con el juicio ya perturbado, toda su vida y decide ceder ante el amor de su mujer Clara por Brahms. Después de muchas tribulaciones, acepta que su heredero musical, Brahms, le sustituya también al frente de su propia familia. Cuarenta años después de su muerte, Johannes Brahms, enfermo terminal de cáncer, toma un tren desde Viena a Bonn para dirigirse al entierro de Clara. Somnoliento, abotargado, recuerda la primera vez que vio al matrimonio Schumann en su casa de Düsseldorf. Tenía veinte años y tuvo que tomar una decisión amarga de la que nunca ha dejado de arrepentirse. Años antes, Franz Liszt, después de ver morir a dos de sus hijos, se retira al monasterio del Monte Mario a las afueras de Roma. En el silencio de su pequeña celda es consciente de la misión que tiene que llevar a cabo como fundador de la música del porvenir. El día posterior al estreno en Bayreuth de “El anillo del nibelungo” Richard Wagner evoca los veintiocho años que ha necesitado para completarlo; un largo túnel en el tiempo en donde van apareciendo como fantasmas las personas y acontecimientos que vertebraron su gestación: la revolución de Dresde, su amistad con Bakunin, el exilio en Suiza, el apoyo de Liszt, su amor imposible por Matilde Wessendonck, su protector Luis II de Baviera, su segunda mujer Cosima, su seguidor Friedrich Nietzsche… El último capítulo está centrado en el tormento que le produce a Gustav Mahler conocer el adulterio de su mujer Alma con el arquitecto Walter Gropius. Y también en la duda que tiene de destruir o no los esbozos de su última sinfonía, la Décima, su canto del cisne, su verdadera hija del dolor.
P.- El ritmo armónico de su libro empuja al lector a escuchar las obras musicales de los protagonistas. ¿Era algo que había buscado desde el principio?
Como músico necesito sentir el pálpito del ritmo. También en la literatura. Cada vez que concluía un capítulo lo leía una y otra vez en voz alta, y lo corregía hasta conseguir que las palabras se acercaran a la música para que la novela más que leerse pudiera cantarse. Ese ha sido mi principal objetivo. Espero ser capaz de trasladarlo a los lectores. Nada me haría más feliz que el libro mostrase que la vibración del mundo es el pulso de la música y que podemos recorrer nuestras vidas abrazados como hermanos llevando su mensaje de amor y entrega a los demás.
P.- ¿Tiene ya algún nuevo proyecto narrativo entre manos?
Con el permiso de Joan Tarrida, editor de Galaxia Gutenberg, os voy a dar una primicia: el comienzo de mi próxima novela, El extraño pasajero: “Hace mucho tiempo que no puedo sufrir. Estoy vacío, muerto por dentro. Quiero volver a sentir; a recuperar aunque sea el dolor. Pero el dolor, traspasado un punto, desaparece. Se desborda en la nada, en el precipicio del no ser, en el frío que congela todo. Sentimientos adheridos a montañas de hielo por las cuales me voy deslizando hasta perderme en la inmensidad. Emociones que se hielan en mis entrañas y me dicen que todo va pronto ha concluir. No siento frío en el cuerpo, no me importa ya el frío del mundo, ni el frío agujero que impaciente me espera. El aire está frío, y mi frío corazón ya no puede soñar. Frío destino, fría muerte, fría y terrible renuncia a vivir. Pienso en Marco Aurelio: «La duración de la vida humana es un instante en el espacio. Su sustancia, variable; las sensaciones, confusas. La composición de su cuerpo, algo fácilmente corruptible; su alma, una peonza; la fortuna, incierta; la fama, insegura. En resumen, todo lo relativo al cuerpo, un río; y lo que dimana del alma, un sueño, humo.»
La marcha del tren es desesperadamente lenta y después de ocho horas apenas hemos recorrido cien kilómetros; acabamos de cruzar la ciudad de Praga y nos falta aún mucho para llegar a la frontera con Polonia. El tiempo se contrae arrugándose en minutos interminables que caen como gotas pausadas en un mar de percepción sin sentido, amorfo en un principio y aterrador al final. Partículas de un tiempo entrecortado por sombras amortiguadas, destellos de una memoria repleta de señales breves, ácidas, descompasadas, que se pierden en la ansiedad de la incertidumbre más completa…”
El extraño pasajero es la historia de dos héroes: los compositores Viktor Ullmann y Hans Krasa, que tuvieron que soportar la humillación más extrema: la deportación, la reclusión en el campo de concentración de Terezin y su asesinato en Auschwitz el 18 de Octubre de 1944. Es la historia que cómo a través de la música se puede sobrevivir a las peores condiciones humanas y sobre todo de cómo la música te puede ayudar a vivir con dignidad una muerte terrible… Y la otra cara de la moneda: los jefes nazis, los cuales no sólo era grandes aficionados a la música, sino incluso, en muchos casos, buenos intérpretes. El extraño pasajero es la confrontación de la música del mal y la música del bien. Del mal y del bien absoluto. Es la historia, en definitiva, de cómo saber interpretar el alma oculta de la música. Ya tengo fecha de entrega: septiembre de 2016.
.
Por Benito Garrido (@benitogarridog).
.
Solo hay un lenguaje universal, la música. Qué interesante y poco frecuente es que un músico ponga en palabras, en lenguaje escrito, las emociones y pensamientos de aquellos que conoce e interpreta. Se nota que al hacerlo se sumerge en el alma de los autores, la que percibe a través y a partir de sus obras. Y un punto importante en el que estamos absolutamente de acuerdo: Sí, Beethoven fue el más grande. Sus sinfonías y composiciones son la culminación del camino del Hombre hacia la luz y también sus pasos entre la sombra. Él, que dijo que la bondad era el único signo de superioridad del ser humano, unió inteligencia y sensibilidad en su trabajo para darnos la posibilidad de encontrar el sentido personal de la existencia. Gracias por el artículo. Y gracias a Xavier Güell por atreverse a tocar música, esta vez, sin instrumentos.