Lerroux y el cinturón morado

Por Daniel Lara de la Fuente.

11077691_751849131580588_1154154177_nCuando nos viene a la mente la idea de la construcción del pueblo -tema, como es bien sabido, de moda en los últimos tiempos y repetido ad nauseam incluso por parte de cierta burocracia universitaria sin haberse molestado en saber de qué se está hablando-, se nos suele ir la cabeza hacia el otro charco. Gesto automatizado y de serie, sí, y con no poca parte de verdad. Lo nacional-popular como marca registrada del peronismo y sus variopintas y más o menos heterodoxas versiones acaecidas a lo largo del continente latinoamericano durante el último decenio y medio. Está bien, pero, ¿qué pasa si vamos un poco más atrás cuando indagamos en eso de que construir el pueblo renta más que hacerlo con la clase? Pues que en la tradición política del Estado español, esto parecía estar bastante arraigado. Dicho de otra forma: quizá girar únicamente el cuello para tomar lecciones- enriquecedoras, qué duda cabe- sin mirar de vez en cuando cómo anda el ombligo haga correr el riesgo de perder cierta e importante perspectiva histórica.

Manuel Pérez Ledesma, en su texto La formación de la clase obrera: una creación cultural, emulando a E.P. Thompson para estudiar el desarrollo de las primeras etapas del movimiento obrero socialista en el Estado español, ya señalaba que la principal dificultad del mismo estribaba en la preferencia por la construcción, en un primer momento, de la identidad popular por parte de uno de sus rivales más directos y que a la postre fue el más arraigado hasta al menos los años veinte del siglo XX: el republicanismo. Sobre la identidad popular promovida por los republicanos, afirma: “lo que mejor caracterizaba al pueblo era su oposición a otra categoría, igualmente ambigua desde el punto de vista sociológico pero más precisa desde la óptica política: los privilegiados[…] Dos rasgos fundamentales separaban al pueblo de estos sectores, al menos en opinión de los defensores de aquél: mientras los miembros del común colaboraban con su trabajo a la riqueza nacional[…], a los privilegiados se les definía como “holgazanes”, ociosos o “zánganos” – las clases parasitarias”. Por si queda alguna duda, este parece ser uno de los pilares del discurso de Podemos que se deriva de la hipótesis de la lumpenoligarquía, con la cual nos deleitábamos aquellos que veíamos La Tuerka en sus tiempos mozos.

Uno de los personajes que bajo este discurso consiguió hacer funcionar la maquinaria populista dentro del movimiento republicano fue sin lugar a dudas el controvertido Alejandro Lerroux. Como es sabido, desde hace unos meses surgieron algunos debates en los que se establecía un paralelismo entre su figura y la de Pablo Iglesias. En gran parte provocados por el severo escozor exhibido por algunos adalides intelectuales del catalanismo mainstream que confunden a propósito la velocidad con el tocino como Agustí Colomines , se rescató el tema del lerrouxismo como “insulto con el que se nombra toda forma presunta o real de populismo anticatalán y criptoespañol con buena acogida entre las clases populares” a propósito de la estrategia de Podemos referida al contexto político catalán.

Yo, para no despistarme del meollo de la cuestión y dejando a un lado el peliagudo asunto de los catalanismos y los criptoespañolismos, prefiero entender la hipótesis del lerrouxismo podemita de otra manera: como construcción en curso de nuevas identidades políticas que, desprovistas del lenguaje de clase y estableciendo el populismo como lógica política, son potencialmente capaces de aglutinar crecientemente a capas subalternas de población. Y una de esas capas, naturalmente, la conforma el tradicionalmente denominado cinturón rojo barcelonés, el cual, con la presunción provocadora que le caracteriza, Pablo Iglesias rebautiza ya como “cinturón morado” al final del programa Fort Apache emitido el 21 de Marzo. Y esto surge precisamente por lo que Nuria Alabao y Emmanuel Rodríguez muy bien recordaban: porque al menos el grueso de la izquierda catalana supuestamente destinada a representar su terreno no ha sido capaz de captar las brechas de ruptura. Dicho en términos coloquiales: se ha portado mal porque no ha hecho bien los deberes.

Es un tópico afianzado que el “pueblo” no tiene un perfil sociológico delimitado, siendo como es ambiguo por definición, rozando lo paradójico en su extremo. Sin embargo, el caso barcelonés de la primera década del siglo XX parece desafiarlo. En su estudio sobre Lerroux, El emperador del paralelo, José Álvarez Junco ofrece un perfil sociológico aproximado de un seguidor lerrouxista. De acuerdo a los datos que ofrece, en esa época los distritos I- Barcelona Poble Nou, X- Sant Martí de Provençals, VII- Sants, Les corts y IX- Horta y Sant Andreu del Palomar eran las zonas más vinculadas a indicadores de miseria. Casualmente (nótese la ironía), la correlación numérica ofrecida unas páginas más adelante entre estos feudos lerrouxistas y la población encuadrada en tales indicadores resulta apabullante: población obrera (.909), tasa de natalidad (.896), analfabetismo (.887) y, en menor medida, muertes por enfermedades epidémicas (.678).

Dada la tozudez recurrente de la realidad empírica más allá del discurso cualesquieran sean sus niveles de sofisticación, volviendo a nuestra época y salvando la distancia histórica que hace desaparecer muchas de las variables mostradas, entre este perfil sociológico lerrouxista y el interpelado por Podemos existe evidentemente una clara similitud. Si no, difícilmente podrían explicarse algunos guiños discursivos de Iglesias el pasado mes de Diciembre, destacando su célebre hermanamiento entre Vallecas, l’Hospitalet y Cornellá. Y para empezar a hacer los deberes debidamente, qué mejor que prepararlos en el Vall d’Ebron, situado en el otrora distrito lerrouxista Horta-Guinardó. Ya puestos a darle caña a eso de la casta y el pueblo- y que presenta un sabor muy republicano, y no sólo latinoamericano, como se ha tratado de mostrar- , si resulta útil, al margen del nivel de simpatía respecto a los fines políticos, recoger elementos de ciertas tendencias, ¿por qué no hacerlo? Muy poco probable sería que el asunto llegara al extremo de ver a Gemma Ubasart y Pablo Iglesias organizando picnics en Montjuic.

La acusación contra nuestro nuevo rockstar de ser el nuevo Lerroux adquiere por tanto cierto grado de certeza si se contempla bajo este enfoque. Y eso es naturalmente lo que causa cierta urticaria en espectros ideológicos variados encuadrados en el contexto catalán. En otras palabras y volviendo al título: ¿lerrouxismo? Es posible, ¿y qué?

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