Samanta Schweblin a propósito de “Distancia de rescate”, su último libro

«Pero voy a morirme en pocas horas, va a pasar eso, ¿no? Es extraño que esté tan tranquila. Porque aunque no me lo digas, yo ya lo sé, y sin embargo es algo imposible de decirse a uno mismo».

Distancia de rescate
Distancia de rescate, de Samanta Schweblin.

Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) ya sorprendió con su primer libro, El núcleo del disturbio (2002), con el que obtuvo los premios Haroldo Conti y Fondo Nacional de las Artes. Pájaros en la boca (2010) obtuvo el premio Casa de las Américas. Fue seleccionada por la prestigiosa revista GRANTA como uno de los mejores jóvenes narradores en español. Su última novela, Distancia de rescate, se convierte en un relato diferente, magnético y perdurable, que cargado de fuerza y suspense logra introducir al lector en un mundo ciertamente estremecedor.

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Distancia de rescate. Samanta Schweblin. Literatura Random House, 2015. 128 páginas. 13,90 €

Este inquietante y largo relato cuenta cómo unas tranquilas vacaciones en el campo se pueden convertir en una pesadilla, en la sensación de estar perdiendo un hijo, de romper la distancia de rescate –aquella distancia variable que separa a madre e hija, y que como un hilo invisible debe tensarse pero no cortarse–. Mientras Amanda agoniza en una salita de emergencias, la voz alucinada de David lanza preguntas y reflexiones a la protagonista, que no entiende por qué se está muriendo, ni donde está su pequeña hija, Nina. Para entender tiene que recordar todo lo que pasó desde que llegó al campo, cuando enfermó el caballo, cuando ella y Nina se intoxicaron. El campo ha cambiado frente a nuestros ojos sin que nadie se diera cuenta. Y quizá no se trate solo de sequías y herbicidas, quizá se trate del hilo vital y filoso que nos ata a nuestros hijos, y del veneno que echamos sobre ellos.

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P.- ¿Cómo ha sido el paso del relato a la novela? ¿Qué encontraste en Distancia de rescate para hacerlo nouvelle?

Fue algo natural: simplemente me encontré ante una historia que no podía escribirse en diez páginas, como yo estoy acostumbrada. Porque es un texto que incluye al lector en una búsqueda, una pesquisa psicológica que necesita un paso a paso, un volver una y otra vez a los mismos lugares y las mismas situaciones, aunque ya no sean los mismos.

P.- Te sirves de la novela para trasladarte al campo y denunciar del uso excesivo de herbicidas u otros venenos.

Si, pero rehúyo a la vez de cualquier efecto panfletario. La historia lleva implícita una denuncia, es verdad, una denuncia muy grave, pero alguien lo suficientemente desinformado podría leer toda esta historia sin recoger información precisa de que tipo de tragedias acarrean este uso indiscriminado de herbicidas. Es una amenaza que está en el entorno, en el clima de la novela, no es su tema central.

P.- También buscas bucear en la relación, a veces conflictiva, entre madres e hijos. ¿Cómo surge hacerlo desde el marco de una tragedia que se masca desde el principio?

Siempre me interesó la relación padres-hijos, está en muchas de mis historias. Creo que el hilo que los ata, los salva y los expone al mismo tiempo, y creo también que es una relación que exacerba nuestros instintos más primarios: el verdadero amor, el verdadero odio, nuestros instintos de supervivencia y de trascendencia. En Distancia de rescate el hilo que une a una madre con su hija le permite a la madre estar alerta, cuidar de su hija, pero también es ese hilo el qué, mal enroscado, podría terminar matándola.

Samanta
Samanta Schweblin.

P.- Hablamos de tragedia, pero también de miedo… a la pérdida, a lo desconocido o a lo que no se quiere saber.

Lo que no se quiere saber, pero de todas formas se necesita saber. Hay ahí una lucha interna, en Amanda, una de las protagonistas que lleva adelante el relato. Saber, entender porqué pasó lo que pasó, podría liberarla de su condena, de su terror y de su absoluta vulnerabilidad. Pero a la vez, saber más pareciera esconder siempre una verdad horrorosa. Así que la historia arrastra algo de esa energía: la avidez por ver un poco más allá y, al mismo tiempo, la sospecha de que lo que hay más allá podría terminar por matarnos.

P.- Dos voces narradoras en los dos extremos de la fatalidad.

Dos voces narradoras, sí, y además, una de esas voces invoca constantemente la voz de un tercer personaje: Carla. Esto fue un desafío importante, porque creo que la literatura puede ser compleja, pero no complicada. Es decir, el lector no debe hacer un esfuerzo por intentar entender que quiso decir el narrador, el esfuerzo del lector debe estar en entender que ocurre más allá de lo que se está diciendo. Así que cuidé mucho esta estructura de tres voces que narran a su vez tres tiempos distintos, hubo mucha corrección, muchas relecturas y reescrituras.

P.- Las dudas que van surgiendo a lo largo del diálogo que se establece entre los protagonistas son tan temidas como sus respuestas.

Y muchas veces ni siquiera están las respuestas, o por lo menos, no con la claridad que a veces se espera. Me gustaría que parte de esas respuestas surgieran en la cabeza del lector, las pronunciara en voz baja, como una simple sospecha. Clarice Lispector dice que lo importante se escribe con la no-palabra. Es decir con el silencio: la solución está, pero no está escrita en el texto, la pronuncia el lector, para sí mismo.

P.- En el fondo tu historia es también un juego de memoria –¿una sesión terapéutica quizás?– por rescatar lo importante, lo más significativo pero también irremediable.

Sí, sentí algo de esto durante el proceso de escritura. Como si hubiera sido una sesión de psicoanálisis muy intensa, un juego entre dos personajes que saben partes distintas de una misma historia, pero juntos encuentran una verdad nueva, una pista de cómo salir de una situación de pánico y absoluta vulnerabilidad como en la que se encuentra Amanda.

P.- Mi abuela decía que las cosas no se hacen reales o presentes hasta que no se cuentan, hasta que no se convierten en palabras…

Hay palabras que, una vez pronunciadas, cambian por completo nuestro mundo. Las palabras tienen un efecto, tienen consecuencias. Parece una tontería decirlo, pero si uno se conciencia hasta que punto este efecto nos modifica, la idea de que las palabras condenan, salvan o exorcizan deja de parecer una exageración.

P.- ¿Estás ya trabajando en algún nuevo proyecto narrativo?

Estoy puliendo un nuevo libro de cuentos, que espero tenga listo muy pronto. Y también estoy trabajando en un nuevo relato largo, como lo fue Distancia de rescate.

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Por Benito Garrido (@benitogarridog).

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