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Alfredo Conde: 69 poemas de amor

 

coleccionanAlfredo Conde: 69 poemas de amor

Trifolium, A Coruña, 2014

 

Por Ricardo Martínez 

 

Cuando el novelista regresa a la poesía, cabe prever que lo haga con un dominio de la palabra equilibrado y un criterio expositivo ordenado; es lo presumible en cuanto que va a desgranar en verso el resumen de aquella historia que le ha conmovido.

Es pues, una garantía para el lector la percepción de una voz que viene al verso desde las palabras de la narratividad toda vez que le dota de un trasfondo inusual, esto es, canta y cuenta y el ávido lector percibe el trasfondo no solo del discurso, sino de la historia que, ahora, se protege o disimula en palabras más sustanciadas y elegidas: “El murmullo es siempre un suave roce, /un viento leve, de seda, /que se lleva las palabras/ para que el alma vague. //En la distancia el tiempo/ es un instante.

El libro se nos presenta bajo la ‘advocación’ de poemas de amor, si bien aquí el amor ha de ser entendido de un modo genérico, universal en cuanto que es el sentimiento al que se canta como alegoría, no de un modo excluyente, pues la amada está al otro lado, pero sí de un modo menos evidente, lo que suele ocurrir a menudo, hacia un destinatario/a concreto.

Algo que dota al texto de un amplio significado toda vez que el amor viene sentido/representado por todo aquello que, para el lector, sea susceptible de tal percepción o consentimiento de proximidad: “Allá arriba un albatros gigante/ planeaba, perdido, /sin saber a dónde dirigir su vuelo. //En una roca cercana un cormorán/ se ofrecía al sol con las alas extendidas/ que el viento de la tarde acariciaba. //Ninguna vela blanca marcaba el horizonte. //El horizonte era infinito y todo era silencio” Cuando no existe alusión directa, la afinidad se cumple en la forma expositiva, fácil de percibir por la evocación que emana.

Afectividad y expresión de amor, pues, cuyo destinatario sobrepasa la condición individual para tomar la forma de un sentir universalizado que convoca a cada cual, entendiendo al convocado como posible depositario en su propio corazón: “Tenue rumor de lluvia. /Sobre las hojas de los castaños/ el silencio se extingue.

Se trata, así, de un proceso de entendimiento más, sobre todo, de percepción del vínculo que la palabra como tal, como mensaje, encierra en sí.

 

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