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Marcos Ávila y sus “paisajes revoltosos” en ADN Galería

Por Carlos Toribio.

La calle Enric Granados ha cogido fuerza dentro del recorrido galerístico de Barcelona en los últimos años, y en la galería ADN siguen con su estilo marcado de presentar muestras de artistas jóvenes, con estilo característico y emergentes del actual panorama artístico, tales como Nuria Güell, Mounir Fatmi, Carlos Aires, Democracia, Adrian Melis o actualmente Marcos Ávila, que han ido pasando por el espacio para presentar sus proyectos con gran aceptación dentro del sector, gracias al trabajo pormenorizado previo y al resultado final que tienen sus obras y su concepción.

El artista colombiano, francés de nacimiento, ganador del Loop Award del 2014 con su trabajo “À Tarapoto, un Manati”, hace suyo el espacio de la galería con un recorrido caracterizado por la presentación de obras en diferentes formatos y de la cual sale una historia única, usando materiales cotidianos y primarios, explorando aspectos de la sociedad actual, tales como la violencia, la pobreza o historias de su país de origen, Colombia. Marcos Ávila además ha presentado “Zuratoque” en ARCO, aprovechando que el país invitado en esta ocasión es el país sudamericano y ADN es una de las galerías presentes. Ávila, vive y trabaja entre París y Colombia y formó parte de la residencia de artistas de la Fundación d’Enterprise Hermès.

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El rasgo distintivo en la obra del artista es el concepto de crear un arte que se redime por encima de la información, todo conjuntado con el crear constantes y diferentes puentes de la memoria y el analizar elementos del pasado y del presente, con un claro significado de reivindicación de lo local. Ávila sigue la estela descrita en 1996 por Hal Foster del artista como etnógrafo. El crítico de arte estadounidense planteaba la existencia de un cambio en el arte contemporáneo que estaría marcado por una tendencia etnográfica. Así se involucrarían artista y comunidad dentro del sistema del arte. Anteriormente, en los años 60, Lucy R. Lippard, ya hizo una primera distinción entre artista político y el artista activista. Leon Golub, un denunciador incansable dentro del mundo del arte, realizó figuras que aludían a los héroes que sobrevivieron a los desastres de Dachau e Hiroshima, además de denunciar las atrocidades de las guerras, como fue el caso de la guerra de Vietnam.

El artista crea un recorrido buscando recuperar la historia de su país de origen y de otros contextos en lo que trabaja, por ejemplo la frontera entre Corea del Norte y del Sur o la frontera entre Marruecos y Melilla (el año pasado presentó “Cayuco” en Còmplices i testimonis en ADN). Ávila une en una sola entidad la consciencia crítica, con un claro lenguaje de denuncia, pero en el mismo momento de creación crea auténticos operativos estéticos de gran belleza y eficacia. Así acontece arte allí donde la estética hace elevar de grado la ética. Además, realiza un trabajo de diálogo con el espectador de como el arte puede iluminar la consciencia política por la gran multitud de imágenes de los problemas tratados difundidos por la información. La denuncia no es allí, sino dentro de la insolaridad y la ceguera de las personas.

 

“Paisajes revoltosos”, nos encamina ya des del inicio a contextos del desplazamiento forzado y el fenómeno migratorio con la obra inicial “Zuratoque”, trazando un camino con las alpargatas de las familias desplazadas de las chabolas de la región de Santander (Colombia), a causa del conflicto armado en el campo. Así nos encontramos con el siguiente texto que proviene de uno de los escritos realizados encima de los sacos: “Pobresita mi Colombia, en su interior hay guerrilla, paracos y delincuentes, entre todo sus accionar, contaminan el ambiente, torturan y matan”. Ávila, a través de performances, vídeos, fotografías o instalaciones, realiza esta composición del lugar, una lectura poética a modo de denuncia que nos evoca un fuera de campo. Este hors-champ nos remite a esos conceptos que ni se ven ni se sienten, pero que el espectador lo tiene presente, dejando siempre en el centro de la creación al ser humano, que se convierte en el protagonista principal.

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A partir de aquí, las obras adquieren diferentes formatos de creación, sobresaliendo el vídeo como forma de presentar, para pararnos en el trabajo fotográfico de “Estenopeicas”, zona de constante conflicto social civil muy vinculado a las reformas agrarias que quieren implantar los políticos locales. Aquí, el paisaje coge la fuerza de la obra porque se convierte en el ojo fotográfico, a partir de las casas de los campesinos. Así se capta una sola imagen fotosensible, pasando del positivo fotográfico al negativo en blanco y negro. Esta dimensión paisajística también la encontraremos en “Colina 266” (2010) donde trata a través de imágenes el desierto que se ha convertido la zona desmilitarizada de Corea, franja de seguridad que protege el límite entre las dos coreas, midiendo 4 kilómetros de ancho y 238 de longitud.

 

Con todo esto, nos topamos con un elemento principal: la percusión (“las percusiones son un elemento de reivindicación social”), ya que la instalación “Palenqueros”, un conjunto de diferentes tambores de varios tamaños con función musical, fueron creados por esclavos fugitivos que se asentaron en territorios rebeldes de América del Sur, huyendo del colonialismo francés del siglo XVIII. Sobresale por sus pieles trabajadas para recubrir la parte superior del instrumento. Y del instrumento de percusión al vídeo final donde en el río Atrato, los habitantes de la zona utilizan manos y brazos para reproducir un sonido inspirado en ritmos del lugar, jugando a reproducir los sonidos de las temidas explosiones y de los impactos de las balas, elemento típico tristemente de los lugareños de Atrato.

Marcos Ávila crea obras con el objetivo de explicar historias de las personas, vinculadas en zonas donde la historia les pone trabas constantes, y todo explicado a través de obras y creaciones vinculadas con el arte, tratando de realizar una lectura visual para que el espectador pueda ser una parte importante. Se podrá visitar hasta el 24 de abril.

 

Los sueños continúan y nuestra memoria crece

 

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