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Paco Nieva y su Salvatore Rosa: sátira sobre el poder, celebración de los artistas

Por Horacio Otheguy Riveira

 

Revuelta contra el virrey español de Nápoles, en torno a 1647. Y entretanto, la España tenebrosa de Ribera junto al buen mercader judío que quiere hacer negocios con los nuevos tiempos de artistas que auspician los cuerpos desnudos, el amor libre, la miseria enamorada, la imaginación como alimento cotidiano… y los enredos de nuestros clásicos bien agitados en un cocktail que se mofa y hace befa con la elegancia que bordea el disparate para clamar por «el derecho de los artistas para cambiar la vida y estimular el conocimiento, la imaginación y la fantasía de los seres humanos».

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Ángeles Martín y Beatriz Bergamín a vueltas con el artista convertido en revolucionario (Nancho Novo)…

 

Una humorada profunda y una reflexión ligera, y viceversa, con un lenguaje riquísimo por el que se filtran mensajes, escenas y paisajes del pasado para ilustrar el presente, con rigurosa vocación de clásico que se siente y se sabe capaz de reír de las veleidades de todos y de cada uno: mercaderes, revolucionarios y artistas con sus imperiosas necesidades de exhibir la imagen mejor del mejor de los personajes posibles. Un juego de máscaras y de representaciones dentro de otras representaciones.

La gran imaginería que forjó la trayectoria larga y fructífera de Francisco Nieva (Ciudad Real, 1924), se presenta ahora con este Salvator Rosa o el artista en una nueva producción del Centro Dramático Nacional, la «casa» de Nieva, ya que ha sido entre este teatro María Guerrero y el Valle Inclán (con la maravillosa Sala 2 bautizada con su nombre), donde se han representado más obras de la prolífica producción de este hombre de teatro y de las letras de extraordinaria fecundidad, siempre incomparable, y dirigido vestido y desnudado por él mismo: autor, director, escenógrafo, diseñador de vestuario…

Entre las excepciones en que otros directores pusieron en escena sus piezas se cuenta Guillermo Heras quien ya dirigió un texto suyo, Nosferatu —que yo sepa ante muy reducido público—, y que aquí es el máximo responsable de la puesta en escena, coordinando todos los elementos inspirados por el gran autor, pero sin su mano maestra.

Un equipo integrado por profesionales muy buenos conocedores de la obra de Nieva pero que, sin embargo, parecen reticentes, tímidos a la hora de lanzarse al ruedo fogoso e iluminador del maestro, como temerosos de su augusta mirada y de su olímpico sentido del humor a sus 91 años desde algún palco del magnífico teatro.

Quizás estos grandes profesionales no hayan dado en las teclas imprescindibles para que un reparto tan estupendo llegue airoso al final de casi dos horas que se hacen largas, sinuosas, reiterativas, perdiéndose entre sus vaivenes el indudable acierto de las composiciones de Ángeles Martín y Beatriz Bergamín (habituales de Nieva, dirigidas por Nieva en Manuscrito encontrado en Zaragoza y la última Tórtolas, crepúsculo… y telón!). Y con ellas espléndidos Juan Meseguer (refinado, dramático y con guasa como si asumiera un inédito «Mercader de Venecia» de Shakespeare, pasado por el mejor vaudeville), y Nancho Novo, divertido seductor, artista y cantamañanas que se abre camino con talento auténtico mientras no deja de burlarse de sí mismo. 

Algo falla en la puesta en escena que entorpece la riqueza y el desparpajo de la función. Tal vez fue una mala tarde de teatro, una en que ángeles y demonios tropezaron con una escenografía más bien feísta y poco práctica. O quizás —como en un momento los propios protagonistas comentan—, es que este cronista forma parte del «mal público» al que los artistas adjudican sus penurias:

Es que tuvimos un público muy malo.

Sea como sea: es este un homenaje entregado, emotivo y merecidísimo a uno de los grandes creadores del teatro español más imaginativo y audaz del siglo XX y lo que va del XXI, y además con él en vida, disfrutando de la égloga, la elegía y la epopeya, entre las nebulosas y los conflictos de un siglo XVII donde España no daba el tipo y los artistas buscaban el suyo propio a brazo partido, con escaso dinero en las alforjas, pero con infinidad de sueños generosamente lanzados al mundo, como el propio Paco Nieva hizo a lo largo de una vida tan creativa, que aquí y ahora le hace decir en voz bien alta:

Preferible es pintar que matar, crear que destruir. Por esto, Salvator rosa es una sátira del poder, que aliena y fagocita a la minoría política en funciones.

Foto2David-RuanoSalvator Rosa o El Artista

Autor: Francisco Nieva

Dirección: Guillermo Heras

Intérpretes (por orden alfabético): Isabel Ayúcar, Beatriz Bergamín, Alfonso Blanco, Javier Ferrer, Gabriel Garbisu, Carlos Lorenzo, Ángeles Martín, Juan Matute, Juan Meseguer, Nancho Novo, Sergio Reques, Sara Sánchez, José Luis Sendarrubias, Alfonso Vallejo

Escenografía: Gerardo Trotti

Iluminación: Juan Gómez CornejoFoto4David-Ruano

Vestuario: Rosa García Andújar

Música: Tomás Marco

Movimiento escénico: Mónica Runde

Fotos: David Ruano

Una producción del Centro Dramático Nacional

Lugar: Teatro María Guerrero

Fechas: Del 27 de febrero al 5 de abril de 2015 

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